Valeria Conteris

Hablarle a la gente o subirse al carro del TT de redes

Con adhesiones firmes a uno y otro bloque político, la dirigencia reduce la discusión al Sí y al No sobre una sigla, y desatiende las preocupaciones reales de la gente

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27 de noviembre de 2021 a las 05:01

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El debate político luce falto de creatividad, variedad, sustancia y provocación intelectual para esmerarse en el razonamiento previo al discurso público. Está aburrido. Está reducido al Sí y al No a la LUC, y los reproches cruzados sobre gestión de áreas del Estado en el actual y anterior gobierno.
Nada profundo; generalmente superficial y con más etiquetas que conceptos.

Se discute sobre siglas y no sobre contenido; la expresión binaria a la que lleva un referéndum y los riesgos políticos que cada uno de los dos bloques políticos percibe sobre el posible resultado de las urnas, determina un anticipo del debate de campaña previa a votación, que en general es pobre en calidad de confrontación de ideas.

La necesidad de aprovechar cada espacio de expresión mediática, para arrimar agua para el molino propio entre el Sí y el No a la LUC, hace que unos y otros hablen del mismo tema, pero de nada mismo: para unos la LUC es muy buena, y para otros es muy mala.

La votación no será antes de la segunda quincena de marzo, pero para la dirigencia partidaria es como que no se puede perder tiempo y hay que hablar sí o sí de la LUC, y si se habla de otro tema, hay que buscarle la vuelta para vincularlo a la LUC.

¿A quiénes favorece eso?

Estamos a dos años de la elección presidencial (24 de noviembre de 2019) y a poco más de un año de las elecciones departamentales (27 de setiembre), y las preferencias partidarias tienen cambios tenues, si se deja de lado la franja que no se inclina por partidos o bloques. 

La coalición multicolor, expresada en la suma de partidos oficialistas, mantiene una alta adhesión, lo que no es menor dado el desgaste natural de la llegada al poder y a que los votantes que apuestan a cambios sustanciales y rápidos sufren desgaste de expectativas.

El Frente Amplio pasó el tiempo de duelo por la derrota y muestra robustez política; primero por su militancia firme, tanto en lo partidario como en lo social, y ahora por estar recomponiendo conducción en la estructura, y mejorando vínculos de unidad interna.No está congelado el escenario, pero lo cierto es que el resultado de octubre de 2019, fue ratificado un año después en las departamentales de setiembre 2020, y los estudios de opinión pública de noviembre de 2021 reflejan una relación de fuerzas parecida.

Más allá de detalle de números, las encuestas muestran un Frente Amplio mejor que hace cinco años, pero también reflejan que el sentimiento “multicolor” se ha generado como identidad política de un bloque oficialista, y de alternativa a la izquierda.

Dejar todo igual o casi igual, favorecería al oficialismo, y como la izquierda tiene claro eso, trata de acelerar procesos, con el convencimiento de que la tendencia sería hacia un cambio.

La presencia frenteamplista en la calle se ha hecho fuerte, pero en Montevideo uno está influenciado por una realidad metropolitana que no es la de todo el país, ya que el interior vive otra realidad, tanto política como económica.

El gobierno precisa logros de gestión, saber mostrarlos y convencer de que va en buen camino, que merece una oportunidad en mantener vigente su “ley madre” y que precisará tiempo para consolidar su obra. La oposición precisa convencer de que “el cambio” fue un error, que fue para peor, y que hay que restaurar un gobierno de izquierda.

Mientras, el debate cae en una aburrida caricatura de sí o no a una sigla. Y eso, no le sirve a nadie.

En tanto, sobre el debate político se viven tiempos de cambio.

El dirigente transita en una disyuntiva en su intención de comunicarse con el público: hablar de lo que le interesa incluir en agenda pública, o responder a las demandas de intereses populares y hablar de eso, de lo que la gente quiere escuchar.

En la respuesta está la característica del dirigente, conductor, líder, caudillo; si es alguien que lidera, que conduce, o si es uno de los que se deja llevar por la corriente.Siempre está la chance de un mix, entre el que se juega por meter sus temas e insistir en asuntos que quiere imponer, y que, a su vez, engancha con interés popular y se pronuncia sobre los asuntos que a la gente le paran la oreja.

En la tradición de políticos con características de caudillos o doctores, los primeros eran seguidos por su condición de marcar rumbo y generar adhesión fuerte, tan fuerte como para seguirle a donde se dirigiera; y los segundos eran los promotores de ideas que generaban una adhesión y entusiasmo por el pensamiento. En ambos casos, fijaban rumbo.

Hoy, los indicadores de “tendencia” temática en redes sociales han derivado en un giro para la relación en la comunicación política. 

Los dirigentes asumen que para llamar la atención de público, electorado o seguidores, deben fijar postura en la lista de trending topic.

El “TT” se genera con las palabras, nombres o frases más repetidas, en un momento determinado, y al final de cuentas un algoritmo logra marcar la cancha a dirigentes que se sienten tentados u obligados a opinar sobre temas en los que muchas veces tienen poco para aportar, o desconocen.

Lo peor es que otros salen al cruce de los dichos por inercia de TT, o suman opiniones para no quedar afuera de la tendencia, aunque esa opinión no sume nada, y simplemente sea más de lo mismo. Hay una incontinencia verbal que lleva a muchos a preferir decir la nada mismo, o repetir lo dicho por otros, a quedarse en prudente silencio.

Una cosa es hablar por cumplido, decir lo que la gente quiere escuchar; otra cosa es hablar de los temas que la gente precisa escuchar. 
Al cerrar el 2021, el discurso político orilla más las tendencias de twitter que las preocupaciones de la gente, y eso, más allá de favorecer o perjudicar a multicolores o frentistas, hace mal a todos. 

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