Un busto de la reina Victoria da la bienvenida a los visitantes al cementerio

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Historias tras las lápidas

El Observador visitó el cementerio Británico de Montevideo para redescubrir un lugar cargado de anécdotas de sus silentes protagonistas, a fin de repasar la memoria colectiva de Uruguay y del mundo
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13 de diciembre de 2013 a las 20:42

Hay cipreses, sí. Hay mármol, por supuesto. Un aire al principio solemne, como en todo cementerio. Pero basta dar unos pasos para que las cosas cambien, o por lo menos nuestra percepción produce eso.

Es que el cementerio Británico de Montevideo, ubicado en un predio de tres hectáreas junto al cementerio del Buceo, tiene hacia el exterior una discreción muy inglesa: apenas un muro enrejado con una Santa Rita que explota de flores hacia la avenida Rivera.

Pero basta atravesar la entrada para que la mirada reciba una sensación diferente: grandes gajos de pasto verde cortado de forma milimétrica (un auténtico brit turf), plantaciones de rosas de diferentes tipos y tonalidades. Al primer golpe de vista podría ser un club de golf o un club de té. Hay un acolchado cerco de lambertianos que separa estos jardines de la entrada, que como un índice rector tienen en el centro un obelisco con un busto de la reina Victoria, erigido en 1902, año de su fallecimiento.

Pero la historia del cementerio Británico de Montevideo es bastante más antigua. Durante las invasiones inglesas, entre 1806 y 1807, los soldados fallecidos en la caída de Montevideo se enterraron detrás del actual hospital Maciel.

En 1828, dos años antes de que existiera la República Oriental del Uruguay, el cónsul inglés en Montevideo, Thomas Hood, le pidió a las autoridades del momento, un predio para sepultar a los difuntos de la comunidad británica en estas tierras, que tenían el problema de ser anglicanos y por lo tanto “no aptos” para ser enterrados en cementerios católicos.

El primer predio donde se ubicó el cementerio estaba en la actual esquina de 18 de Julio y Ejido, donde se encuentra el palacio municipal. A finales del siglo XIX, la ciudad había avanzado lo suficiente como para que un cementerio en esa zona fuera un problema. Además, las enfermedades plaga de la época, como la fiebre amarilla, producían contagio a través de los cadáveres, por lo que el cementerio debía ubicarse alejado del centro (la casa del presidente Máximo Santos estaba a dos cuadras).

En 1885 la comunidad inglesa obtuvo unas cuadras en el Buceo, cerca de donde había existido un viejo cementerio de las tropas sitiadoras de Manuel Oribe. Ese año se hizo el traslado de los féretros hacia la actual necrópolis, pero es más que plausible que debajo de la intendencia haya todavía huesos ingleses de hace dos siglos.

Un paseo por la historia
Detrás del cerco de lambertianos están las tumbas y también una capilla donde se reúnen algunos coros de la comunidad inglesa en Uruguay, que se calcula en unos 4.500 miembros, entre descendientes y nacidos en el Reino Unido. El paisaje es diferente al de los cementerios de raíz española. Las lápidas están en el suelo, surgen del césped y no hay enterramientos sobre los muros. Hay mármoles de muchos colores, cruces comunes, cruces celtas, cruces con brazos inclinados y una abundancia de simbología mortuoria.

Eduardo Montemuiño, arquitecto, investigador histórico y gestor cultural, además de descifrar muchos de estos símbolos, ha organizado una serie de recorridos didácticos dentro del cementerio, bautizados como Senderos de la historia, para poder tener un acercamiento y captar la dimensión de algunos de los personajes que descansan en este lugar y que pintan diferentes épocas de la historia nacional e internacional moderna.

“Tenemos dos tipos de atractivo en el cementerio, un espacio que tratamos como un museo abierto”, dijo Montemuiño a El Observador. “Por un lado, están las lápidas cuyo valor reside en la persona y la importancia de su vida. En otros casos, el valor es estético y está en la escultura o la variedad de cruces que se encuentran aquí”, agregó.

Entre el primer grupo se destacan personajes del mundo económico del siglo XIX, como Samuel Fisher Lafone, empresario emprendedor que formó un imperio comercial entre Río de Janeiro, Montevideo, Punta del Este y las islas Falkland/Malvinas.

También se encuentra allí Thomas Tomkinson, empresario del ferrocarril y gran forestador de eucaliptus (para durmientes de vía) en Uruguay. Está John Joseph Hyland, aviador de la Royal Air Force durante la segunda guerra mundial, nacido en Fray Bentos. Y el poeta Carlos Sabat Ercasty, referente de Pablo Neruda y de Federico García Lorca, que se encuentra misteriosamente en un panteón de otra familia, así como la talentosa escritora Armonía Etchepare, conocida en el mundo literario como Armonía Sommers, una autora a descubrir y revalorar por parte de la literatura uruguaya. El pintor Juan Storm y el músico y director Miguel Patrón Marchand son otros representantes de la cultura en el cementerio.

En el llamado Sailor’s Corner están las tumbas de los jóvenes telegrafistas del buque Achilles, uno de los que persiguió al acorazado Graf Spee en 1939. También hay dos marinos alemanes de ese barco.

Cada lápida cuenta una vida detrás. Hay personajes de novelas de Isabel Allende (como los Morton Gordon), paisajistas de Montevideo (como Charles Racine), o industriales (como Hoffman, creador del frigorífico Liebig’s).

Si bien pertenece a la comunidad en Uruguay, no está cerrado a personas de nacionalidad británica ni a descendientes, sino que funciona como cualquier otro cementerio privado del país. De hecho, desde su propia concepción posee muchas nacionalidades en sus parcelas.

Hoy son 55 nacionalidades y muchas religiones diferentes. Marta García, administradora de esta necrópolis, dijo que el cementerio Británico se encuentra en una campaña para abrirse a la comunidad a través de la cultura, mostrando sus virtudes. “Están todos invitados a venir a visitarnos”, dijo.

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