Básquetbol > EL JUGADOR EN LLAMAS

Kiril Wachsmann, el blanco que iba para adelante en el Bronx

Nació en Málaga, creció en el básquetbol callejero de Nueva York, entre tiroteos y puñaladas, y terminó en la selección uruguaya contactado vía Facebook
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15 de marzo de 2019 a las 05:04

Kiril Wachsmann es un poco uruguayo y otro poco del mundo. Nació en Málaga, creció comiendo asado en Nueva York, no toma mate y se sabe solo algunas partes del himno nacional. Sin embargo, a la hora de jugar básquetbol, más que Kiril es José y más que Wachsmann es Rodríguez. Puro corazón y entrega para disimular sus limitaciones: uruguayo al 100%. 

Tiene 34 años, desde 2012 defiende a la selección nacional y cursa su sexta temporada en la Liga Uruguaya, esta vez con la camiseta de Olimpia que el martes derrotó a Hebraica Macabi y firmó su clasificación a los playoffs. 

Por sus venas corre una rara mezcla de sangres. Su abuelo huyó de la guerra de Alemania y terminó en Uruguay. Allí nació su padre, Dardo, que después de los 20 emigró a Europa. Vivió en Italia, Francia y España donde conoció a Roxana, neoyorquina hija de madre dominicana y padre austríaco. En Málaga nació Kiril y cuando tenía cuatro años la familia se trasladó a Manhattan. 

Recuerda vagamente haber pateado una pelota de fútbol un par de veces. Pero a los 12 años empezó a jugar al básquetbol. Y su vida se transformó en un viaje. 

“Manhattan es una ciudad enorme, con cosas buenas y malas, pero me encantó crecer ahí”, dice a Referí en un español aceitado pero con marcado tono extranjero. Wachsmann fue a escuela pública donde siempre fue el más alto de la clase y comenzó a jugar en las calles y en los parques de Nueva York.  

“Vi de todo: armas, disparos, gente apuñalada”, recuerda. “Recorrí Harlem y el Bronx y siempre era el único blanco jugando. En el liceo también”, agrega. 

“Nunca tuve problemas para ganarme el respeto. Siempre fui sociable para hacer amigos, aunque en las canchas siempre encontraba gente que me iba a buscar, a veces por ser el nuevo, a veces por ser el único blanco. Ahí lo único que no se puede es echar para atrás. Hay que ir siempre para adelante porque los compañeros también te van a defender. Ojo, a veces había que ser inteligente y saber echar para atrás según el barrio y la cantidad de gente que hubiera afuera. Por suerte nunca me pasó nada grave”, cuenta a las risas. 

“¿Peleas? Claro. En el básquetbol callejero o mismo en las prácticas en la universidad es lo más normal. Nos pegábamos un poco hasta que el entrenador nos preguntaba ‘¿Ya terminaron?’ Y seguíamos como si nada”.  

“Vi árbitros pelearse con los entrenadores o gente de afuera empezar trifulcas en los parques. Una vez vi como apuñalaban a un hombre. Vi amenazas con armas: ‘Hacés esta falta de nuevo’ se subían la remera y tenían un arma en la cintura. Entrenadores que te decían ‘tranquilos que ahora mandamos a buscar las armas’. Partidos que se interrumpían con tiroteos y todos salíamos corriendo del parque. Y a los cinco minutos se reanudaban como si nada hubiera pasado”. 

Su historia tiene guiños cinematográficos.  “Una vez, ya con 21 años volví a jugar esos torneos se armó otro tiroteo y me dije: ‘Qué sigo haciendo acá?’ Y ya no volví más”. 

Por su altura y las destrezas que poseía, a los 13 años, recibió una beca del liceo All Hallows ubicado en el South Bronx a tres cuadras del Yankee Stadium,  el estadio de béisbol: “Es una zona bastante complicada, se veía cualquier cosa a diario en las calles. Tuve compañeros robados en el metro o rapiñados en la calle, se vendía droga y se escuchaban tiroteos de las clases. Por suerte a mí nunca me pasó nada”. 

“En lo deportivo fue una buena experiencia. No estábamos en el mejor equipo, pero en mi último año llegamos a la final del campeonato de la ciudad y la perdimos. Competimos a nivel nacional viajando por varios estados ganando partidos importantes”, cuenta.

Siendo un pívot de 2,05 metros tuvo varias propuestas para ser universitario. Se decantó por la Universidad de Iona que estaba a 30 minutos en tren de Manhattan porque ahí recalaron otros amigos del liceo y porque el entrenador era Jeff Ruland, quien jugó ocho temporadas en la NBA entre Washington Bullets, Philadelphia 76ers y Detroit Pistons. 

Obtuvo dos títulos universitarios. Uno en negocios internacionales y otro en marketing. Tiene marcado a fuego haber sido titular en su primera temporada y ganarle a la prestigiosa Univeridad de Carolina del Norte en el Madison Square Garden. 

Recuerda haber enfrentado a jugadores que hicieron carrera en la NBA como Emeka Okafor, Ben Gordon, Charlie Villanueva o Raymond Felton. También haber compartido entrenamientos en verano a los 18 años con tipos de la talla de Ron Artest o Joachim Noah.

Su viaje como profesional comenzó en España, en la temporada 2006-2007, donde defendió a La Palma. “Pasé de Manhattan a vivir en una ciudad de 90 mil personas. Por eso adaptarme a Montevideo fue muy sencillo”. 

Vivió en Tenerife, Alcázar de San Juan y Melilla antes de venir a Uruguay. 

Desembarco en Uruguay

Lo contactó el contratista Daniel Morales por Facebook. Le ofreció venir a Uruguay y se sorprendió cuando Wachsmann no solo le dijo que conocía el país sino que también poseía pasaporte. “Mi padre me lo había hecho sacar dos años antes de eso, no sé por qué razón”. Pero la razón es simple: el destino celeste. 

En unos amistosos con Argentina, disputados en junio de 2012, se puso la camiseta de Uruguay por primera vez. Recién después llegó a Hebraica Macabi, para jugar la Liga 2013-2014. Al año se fue a Defensor Sportingo dos estuvo cuatro temporadas. 

"La gente capaz que esperaba mucho de mí, pero vine a hacer mi juego y a aportar al equipo. No vine para hacer 20 puntos por partido, vine a jugar un rol específico. Me sorprendieron las condiciones al principio, pero me fui adaptando y hoy siento que estuve aquí toda mi vida”, expresa. 

Cuando termine su carrera, tiene decidido radicarse en Nueva York e intentar vincularse al básquetbol como entrenador. Su compañera Virginia, a quien conoció al llegar a Uruguay, es corredora de seguros y se irán juntos.

Pero Wachsmann se siente vigente y su presente en Olimpia dan pruebas claras de ello. 

"Con Gerardo (Jauri) se armó un equipo para pelear hasta lo más alto, estamos muy fuertes y si no fuera por la sanción que recibimos hubiéramos clasificado antes a los playoffs", dice.

"No estoy pensando quién nos puede tocar en los playoffs, le podemos ganar a cualquiera, ya lo demostramos en la fase regular, y que nos toque el que venga.Nuestro objetivo era meternos en los playoffs, ahora es seguir ganando", explica. 

¿Y la selección?

Consultado sobre qué le dejó su pasaje de seis años y medio por la selección, Wachsmann se toma un tiempo para pensar, bebe un sorbo de café y analiza: “Es un poco como es Uruguay, como es la Liga y todo aquí. Primero me sorprendieron las condiciones cuando se entrenaba en el Palacio Peñarol, con agua fría en invierno, sin agua para poder tomar. Cosas a las que te acostumbrás. Los jugadores siempre han dado todo, pero luchando contra ese tipo de condiciones. Desde que estoy tuve cinco entrenadores distintos, el que duró más fue dos años, todos intentaron mejorar pero no pudieron imponer su filosofía o su estilo"

Sobre el breve ciclo del argentino Rubén Magnano comenta: "Tuvo solo una semana para trabajar en cada ventana pero sin todos los jugadores, armar el equipo y jugar partidos claves sin poder entrenar un mes como para imponer sus conceptos es complicado. Creo que sacó lo mejor que podía de nosotros. Tener un técnico con ese recorrido a cualquier jugador le gustaría, por su nivel de exigencia, por lo que pedía en cada práctica, en cada minuto. Es algo que en Uruguay no pasa tan a menudo. En España tuve entrenadores que no permitían ni dos minutos de relajación. A nivel universitario en Estados Unidos se entrenaba con una contracción como jamás volví a ver en el mundo. Ahora terminó este proceso y varios estamos preguntándonos: '¿Y ahora?' '¿Qué pasa?' '¿Qué nos toca?' Se empieza a pensar más en los jóvenes porque muchos tenemos nuestra edad, tal vez se piensa en retener a Magnano pero hay que ver con qué idea, si empieza un proceso nuevo, porque está todo en el aire; ojalá todo siga mejorando porque en estos años vi un progreso con el Centro de Entrenamiento de la Federación, con el armado de un proceso, con mejorar las condiciones, a pesar de que seguimos con nuestros problemas internos". 

Las cifras

11,9 puntos promedia en sus 30 partidos de esta temporada siendo por ahora su mejor promedio goleador por encima de los 11,2 de la temporada 2015-2016, su segundo año en Defensor Sporting.

10 rebotes promedia por partido con lo que iguala su mejor marca en la Liga, la de 2014-2015 en Defensor Sporting.

12 partidos de los 30 que lleva los terminó con dos dígitos en puntos y rebotes. 

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