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09 de abril de 2021 a las 22:15

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En el mundo que se avecina, Uruguay podría tener enormes ventajas comparativas en el comercio por su sistema natural de producción de carne bovina, pero concomitamente ya enfrenta el desafío de un escenario global muy sensible a la convivencia del hombre con los seres vivos en general, aunado a la creciente preocupación por el medioambiente. Es una realidad que el país debe tomarse muy en serio por el potencial que tiene en golpear una probada tendencia de consumo que nos favorecerá en la recuperación de la postpandemia: cuanto más pudientes son las personas, más carne tienden a comer.

La pandemia del coronavirus está profundizando el debate mundial por el calentamiento global y, en ese contexto, hay fuertes cuestionamientos a la producción de carne de modo industrial. Ello está provocando tensiones y desequilibrios a los que están atentos gobiernos de países desarrollados, organismos internacionales y universidades.

Es una caricatura responsabilizar a Bill Gates de la fuerte desacreditación a la producción de carne, que lo único que hace es minimizar el problema, por más accionista que sea de dos compañías de producción de carne de origen vegetal, Beyond Meat y Impossible Food.

Las críticas de Gates responden a que la mayor parte del ganado y las aves que se sacrifican para consumir su carne en el mundo tienen su origen en sistemas productivos en masa - un 74% y que llega a un 99% en EEUU, según un reciente libro de Fareed Zakaria-, lo que tiene consecuencias en el calentamiento global. Además, es un caldo de cultivo para la propagación del virus y tiene implicancias en la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos.

Ese conjunto de argumentos está calando cada vez más hondo y empieza a reflejarse en tendencias de consumo. Por ejemplo, las ventas al consumo de carne, huevos y productos lácteos que no provienen de animales, aumentaron en EEUU un 24% entre 2015 y 2020, con el dato sorprendente de que el 89% de los compradores no eran vegetarianos, según un artículo de New York Times del pasado 22 de febrero.

También empieza a llamar la atención el avance de la carne producida con células de animales. El pasado 2 de diciembre, la Agencia de Alimentos de Singapur aprobó el primer “pollo de cultivo” para la preparación de nuggets. La carne a gran escala a partir de células de animales está todavía en fase de experimentación, pues, la producción es extremadamente onerosa, aunque con una tendencia a la baja desde que se conoció por primera vez en 2013.

Uruguay es fuerte en la carne procedente de cría orgánica, y con un ganado alimentado en base a pasturas naturales, un producto de lujo que tiene que reivindicar y promocionar. No deberíamos ponernos el sayo de los cuestionamientos a sistemas productivos que nada tienen que ver el nuestro.

Las autoridades del Instituto Nacional de Carnes informaron recientemente al presidente Luis Lacalle Pou que la principal línea estratégica de la institución será la defensa de las virtudes de las cadenas de carnes del país.

Es vital embarcarse en una fuerte campaña internacional, explicar sin ambages, y con investigaciones a la vista, el privilegio innato de una explotación pecuaria amigable con la naturaleza, que se refleja en el trato a los animales y en los beneficios ambientales del proceso productivo.

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