Por Gabriela Inciarte
Editora jefa entre 2003 y 2005
La crisis empezó a manifestarse con una corrida bancaria, que el gobierno intentó parar desesperadamente durante varios meses. En ese proceso, el silencio de todos los actores era abrumador. Con la tesis de que informar cuántos dólares se iban del sistema bancario cada día solo multiplicaría la corrida, conseguir información de primera mano era una tarea imposible. Y cuando algo se conseguía, la responsabilidad de informar sobre algo que sabíamos echaba nafta en un incendio pesaba.
Nunca en otro episodio en la historia del diario se nos planteó esa duda: nosotros estamos para informar. Es nuestra razón de ser, nuestro negocio. Pero en este caso estaba, y generaba mucha angustia.
Aun así, nunca nos guardamos información. La que se conseguía se publicaba.
La crisis tenía además un ingrediente extra para El Observador. La familia del director del diario estaba directamente involucrada. Y eso nos afectaba por varios lados. En la confusión que esto generaba con respecto a la propiedad del diario, hubo que aclarar a los lectores que quienes estaban en el sistema bancario nada tenían que ver con El Observador. Las dudas que esta confusión generaba en nuestros lectores ponían en riesgo una confianza que habíamos construido desde el primer día y que es la piedra fundamental para cualquier medio serio e independiente.
Para la dirección del diario informar sobre la familia del director era siempre un episodio difícil…, muy duro. Pero, por duro que fuera, no había dudas, siempre se informaba.
A esto se sumaba la angustia que vivieron la mayoría de las empresas que vieron sus negocios paralizarse, ventas que caían, publicidad que se cancelaba. Ajustes y despidos.
En estos 30 años hubo varias reestructuras, agrandes, achiques, despidos. Es parte de la vida de las empresas. Despedir compañeros de trabajo nunca es lindo, pero en aquel entonces debimos despedir gente que sabíamos iban a un mercado laboral vacío, donde nadie contrataba a nadie. Estaba todo paralizado y eso lo hizo un trago dificilísimo.
Como el Uruguay entero, todos los que integrábamos El Observador y debíamos hacer el diario cada día estábamos llenos de angustias, miedos por el futuro y por el desenlace que tendría la brutal crisis.
Este combo hizo que fuera una de las etapas más difíciles que pasé en la redacción de El Observador. El paso de los años hace que sienta un poco de orgullo del temporal que atravesamos. Y del periodismo que hicimos en ese complejo momento.
*Este artículo forma parte de la edición especial 30 años de El Observador.
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