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La explosión de los documentales en Uruguay: ¿de verdad se filman tantos?

Aunque siempre fue parte fundamental del cine uruguayo, el género documental tiene en 2019 un año particularmente prolífico; ¿por qué sucede esto?
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07 de septiembre de 2019 a las 05:01

Un patio en Paysandú, un hombre, una guitarra y Aníbal Sampayo, viejo y con Alzheimer, sentado en una reposera. Las cuerdas entonan una música conocida, una de esas letras que había que aprender de memoria en la escuela y que todos sabemos, pero aún así el único que canta es el hombre de la guitarra. “El Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja, pintor de nubes: caminos, con sabor a mieles ruanas”. Sampayo escucha su composición en silencio y de a poco una sonrisa se asoma en su cara manchada por la vejez. Tímido, lanza los primeros “chua chua” y se vuelve a callar. Canta en voz baja algunas pequeñas estrofas y, al final, silba el estribillo como si tuviera 25. Poco después de que se grabaran esas imágenes para el documental Hit, el músico uruguayo fue internado en una clínica. Y tres años después se murió. Esa escena muestra la última vez que cantó su canción más famosa de todas. 

Hit se estrenó en 2008. Fue un proyecto que derivó de un trabajo académico de las realizadoras  Adriana Loeff y Claudia Abend y que planteaba a 25 músicos la pregunta “¿cómo se hace un hit musical?”. Sigue siendo una de las realizaciones nacionales más taquilleras de todas, y es un pequeño gran hito dentro del género documental uruguayo. La escena de Sampayo no abre esta nota solo por la contundencia de su imagen; también lo hace porque pauta dos conceptos claros que siguen marcando a este subgénero del audiovisual nacional: la necesidad de contar historias, de recortar la realidad para mostrarla al público bajo tonos o formas diferentes y la contribución a un archivo nacional cada vez más grande de personas, figuras, miradas, tonos de voz y experiencias que quedan en la memoria colectiva. 

Hit se estrenó hace ya once años, pero el género sigue vivo y la olla, hirviendo. Es posible que si trazamos una tabla entre las ficciones y los documentales que se filmaron en los últimos diez años, los segundos aventajen por una buena diferencia. ¿Pasa esto porque son más baratos de producir, porque tienen más éxito? ¿O porque así lo marca la tradición de nuestro cine?

Sea como sea, el 2019 encuentra al género en una etapa particularmente fecunda. Aunque se pueden rastrear ejercicios audiovisuales de este tipo cien años para atrás –la primera película uruguaya, la Carrera de bicicletas en el velódromo de Arroyo Seco, fue una pieza documental registrada en 1898–, en los últimos tiempos las producciones se han multiplicado, así como también lo han hecho las voces de sus realizadores y los temas que abarcan. 

La última prueba fue el pasado Doc Montevideo. En ese evento –que se realiza anualmente y que se enfoca en la producción y exhibición de proyectos de este estilo– se estrenaron seis documentales nacionales, algunos de ellos premiados en el extranjero. Y si contamos el resto de los meses del año, el número aumenta considerablemente. El fenómeno, entonces, es real. 

Tradición y renovación

“El documental en los últimos veinticinco años cambió, en el mundo y en Uruguay. Hoy es un área en el que se hacen exploraciones personales, interesantes y creativas, que rompen moldes. Demanda de los realizadores un esfuerzo creativo intelectual y emocional diferente al de la ficción en su sentido más clásico. De a poco está logrando dejar de ser una especie de hermano menor de la ficción y se está convirtiendo en una forma de arte más allá de la etiqueta”, dice Loeff, codirectora de Hit y La flor de la vida, a lo que agrega que uno de los impulsores de las variantes del género que se están viendo hoy es la pluralidad de voces en la que está inmerso el cine uruguayo desde hace años.

“Hay más gente interesada en hacer películas. Y hay diversidad de voces. Hay muchos jóvenes que se lanzan al agua a hacer su opera prima, con proyectos ambiciosos; hay personas que tienen algunos proyectos y van por más, y hay referentes que siguen trabajando, como Mario Handler o Aldo Garay. Cuando crece la variedad de voces, crece la variedad de asuntos que nos interesan”, dice.

Lo de la pluralidad de temas parece ser el gran click que el documental uruguayo ha vivido en los últimos años. También, en la forma en la que muestra esos temas. En el pasado Doc Montevideo, por ejemplo, hubo desde propuestas más experimentales –La fundición del tiempo, con la que Juan Álvarez Neme se llevó el premio a Mejor película latinoamericana el en último BAFICI–, hasta formatos más tradicionales –Fraylandia o La libertad es una palabra grande, entre otros–. Y también de una enorme variedad de temas: desde presos de Guantánamo, hasta el conflicto por las plantas de Botnia en Fray Bentos. 

La libertad es una palabra grande

Justamente, en julio de 2018, y con el motivo del estreno de un proyecto sobre Clemente Estable, el cineasta y escritor Pablo Casacuberta aseguraba en una entrevista con El Observador que el audiovisual uruguayo había logrado escapar de la gravitación de la dictadura y que eso, de alguna manera, lo había liberado a otras zonas o temas que habían sido descuidados. “Durante muchísimo tiempo había tantas historias terribles que contar vinculadas a ella que era difícil escapar y, a veces, se dejaban sin contar historias que tenían la misma urgencia y el mismo valor”, aseguraba Casacuberta.

En ese sentido, Aldo Garay comparte la reflexión pero cree que de todas formas el género y su tradición vienen abarcado temas diversos desde hace tiempo. Él es una de las referencias en la materia –su último trabajo fue Un tal Eduardo, sobre el líder de Los Iracundos Eduardo Franco– y desde su primera realización, en el año 1995, ha buscado darle más preponderancia a las pequeñas historias que a los temas más amplios y generales. Lo que sí tiene claro es que en la industria de hoy el género tiene tanta libertad como participantes, y que eso ha ido marcando un crecimiento creativo sostenido.

“Lo más interesante de este momento es la interacción de varias generaciones que hay en el género. Se está formando un corpus de la cinematografía uruguaya, algo que necesitó veinte años para que sucediera. El documental, si le tomás el pulso, es muy libre, te da muchas posibilidades. Podés ir desde lo experimental, donde la forma está por encima, o podés ir detrás de la historia”, dice.

Garay suma como aliciente para la producción la posibilidad de acceder a los equipos de forma más simple. Conseguir una buena cámara digital es, dice, sencillo si de verdad estás interesado en hacerlo, y la diferencia entre una amateur y una profesional es cada vez menor.

Obviamente, todas las voces consultadas para esta nota también coinciden y destacan una herramienta que por conocida no deja de ser fundamental: los fondos a los que se pueden postular estos proyectos, tanto los nacionales como los extranjeros. Son varios, apuntan a diferentes registros y por año hay seis o siete documentales entre los premiados. 

Pero en este marco, la producción de cada uno de estos largometrajes sigue siendo un trabajo a largo plazo, que demanda mucho tiempo que no se ve reflejado en el presupuesto final y que demora en llegar a las salas de cine. Loeff y Abend, por ejemplo, estuvieron casi seis años con su última película, La flor de la vida. Y Amigo lindo del alma, documental sobre Eduardo Mateo que se puede ver actualmente en cartelera, estuvo entre la concepción de la idea y su ejecución, más de treinta años en desarrollo (ver recuadro).  

Fraylandia

Desde la butaca

El público uruguayo y el cine nacional tienen un vínculo raro, en oleadas. Por momentos, el entusiasmo gana y las entradas que se venden para las producciones locales son muchas. En otras instancias, el número baja y la intensidad se corta. Los realizadores aseguran que ese es el momento que estamos viviendo ahora.

Así lo ve, por ejemplo, Sebastián Bednarik, realizador y director de la productora Coral Films: “Hay un cambio notorio en el público. Hoy los documentales llevan menos gente a sala. La primera película nuestra fue La matiné, en 2007, y la estrenamos en el Teatro de Verano para cinco mil personas; hoy sería inviable pensar en un estreno así. Después fuimos a salas y también tuvimos buena cantidad de público. Y así nos fue pasando con el resto de los documentales. A Mundialito la vieron 15 mil espectadores en sala; Maracaná la estrenamos para 12 mil personas en la tribuna América del Centenario y después fueron 25 mil espectadores a sala. Hoy la cifra media de los documentales está en menos de 5 mil”.

Tanto para Bednarik, como para el resto de los entrevistados, hoy los documentales en cines tienen que salir a competir con la amplia oferta que las plataformas on demand tienen; el público, al final, se reparte. De todas formas, para algunos de ellos esto no es necesariamente algo negativo.

“Todo lo que sean nuevas ventanas suma. Si los documentales le llegan al espectador aunque sea a través del celular, es más positivo que negativo. Está llegando el producto y no queda guardado en un cajón”, opina Bednarik, cuyo último estreno en cines fue Sangre de campeones, una revisión de los campeones olímpicos de 1924 y 1928. 

“Hoy la oferta es enorme; hay múltiples plataformas en las que podés acceder a propuestas comerciales y de arte, y de forma barata y desde cualquier parte del mundo. Es difícil captar la atención de la gente ante eso, pero no hay que paralizarse. Hace años tengo bastante claro que lo que importa es cómo se plasma la mirada sobre las cosas. Que no hay que dejar de contar historias”, asegura, en tanto, Garay.

Con más o menos documentales en cartelera, lo que sigue predominando en los realizadores es esa sensación de estar guardado para la posteridad un fragmento de un Uruguay pasajero, que pronto quedará atrás. Es algo que, aunque no se entienda en el momento, cobra una relevancia enorme después. De alguna manera, entre todos están configurando un gran álbum de figuras, momentos y episodios del país. Es el acervo audiovisual de nuestra historia.

“Hay una necesidad de detener el tiempo, de generar registro de algo que está pasando y es efímero. Son impulsos comunes a muchos documentalistas. Con el paso del tiempo uno se da cuenta que lo que filmó tiene un valor que va más allá del momento en que lo hizo”, dice Loeff, y enseguida evoca la imagen de Aníbal Sampayo. En Hit fue la última vez que cantó, recuerda. La última. Y todos podemos volver a ella cuando queramos.

Mateo por Charlone
Hace 30 años que Daniel Charlone tenía la idea en la cabeza. Y después de idas y vueltas, fondos, entrevistas y rodajes distantes, se concretó. Amigo lindo del alma, un repaso en clave documental de la figura de Eduardo Mateo y su peso en la cultura uruguaya, está en cartelera desde hace algunas semanas. Para su creador es un documento audiovisual que, además, llega para completar una seguidilla de documentales sobre nombres claves de la música nacional –recientemente se estrenaron realizaciones sobre Alfredo Zitarrosa y Hugo Fattoruso, entre otros–.

 

“En términos generales, ha sido sumamente gratificante. No pensé sinceramente que iba a tener esta aceptación. Sé que hay gente que no le ha gustado, pero me han llegado comentarios de personas que se emocionaron mucho, algo que me llama mucho la atención. Sí sé que todos los músicos quedaron absolutamente conformes con el cuidado y el respeto que se tuvo en la producción y con la figura de Mateo”, comentó Charlone sobre su realización.
El documental se puede ver actualmente en las salas de Cinemateca. 

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