Opinión > OPINIÓN/ DR. GUILLERMO FOSSATI

La gente reclama seguridad

No debemos resignarnos a convivir con esta triste realidad
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05 de octubre de 2016 a las 05:00

La gente reclama y reclama un gobierno que sea garante de la seguridad de los ciudadanos. El gobierno está fallando. Hay una extendida sensación de indefensión. La delincuencia y la inseguridad que tenemos instaladas erosionan la calidad de vida. Muchos ciudadanos consideran que tenemos instalado un clima de impunidad que retroalimenta las conductas delictivas. Sienten que los delincuentes la sacan barata.

¿Qué está pasando? ¿Es que acaso ven muy fácil la posibilidad de delinquir porque no hay suficiente patrullaje y vigilancia en las calles? ¿Es que no los agarran? ¿Es que no temen las consecuencias? ¿Es que las consecuencias son insuficientes?¿Es que las penas no se cumplen? ¿A cuánto ascendería la población carcelaria (la cantidad de reclusos), hoy unos 11 mil,si se mejora la eficiencia de la Policía (los agarran) y la Justicia penal (los manda a la cárcel y se cumplen las penas)? ¿Qué han hecho ciudades con alta inseguridad para convertirse en seguras?

Lo que no debemos hacer es resignarnos a convivir con esta triste realidad. Tampoco sostener que la responsabilidad del delito es más de la sociedad que del delincuente. Es obvio que muchos de ellos crecieron en desventaja y fueron incorporando pautas de conducta en sintonía con estos estilos desviados de ser. Ciertamente muchos de ellos tienen una historia de conductas antisociales continuadas y de comienzo temprano y, por tanto, hay responsabilidad por la falta o insuficiencia de acciones efectivas oportunas y mayor atención en la prevención. Pero no puede esto servir de excusa.

La sociedad funciona confiando la socialización de los niños a sus padres, y si los padres son incompetentes o no están socializados ellos mismos, los niños pueden crecer incorporando tendencias antisociales. Hay que hacer una lectura y análisis sistémico de la delincuencia en estas etapas del desarrollo y concebir medidas de intervención efectivas, bien pensadas y fundamentadas, frente a las ausencias o fallas familiares. De hecho, muchos casos de desvíos en el rumbo de jóvenes tienen en sus bases la conducta de otros (un padre, una madre, un entorno) que implícitamente fueron, de pronto sin anticipar consecuencias, condescendientes y permisivos. Otras veces, cómplices y responsables directos.

Sabido es que no hay recetas mágicas. Es un problema multidimensional. Comprende el contexto circundante en sentido amplio (comunidad, sociedad, etcétera), el contexto más inmediato (barrio, familia, crianza, etcétera), la red interpersonal (interacciones a nivel de la familia, malas juntas en grupo de pares, etcétera), factores individuales (neurobiología, temperamento, consumo de drogas, etcétera). Los efectos de los factores de riesgo se suman y, a veces, se multiplican (sus efectos interactivos son importantes). Los riesgos se crean y sostienen por un entramado de vínculos problemáticos y sistemas sociales nocivos. Hay todo un conocimiento acumulado. La cosa es saber hacer uso de ese conocimiento y actuar con determinación.

En mucho, la conducta delictiva se mantiene o no se mantiene según sus consecuencias; las señales e “incentivos” que se crean en el sistema en el que se vive y funciona. Si el hurto o el delito de rapiña con todas sus variantes no genera importantes y objetivas consecuencias negativas –es decir, lo logran sin mayor riesgo y no pasa nada si los agarran–, puede convertirse en una conducta “crónica” (en el sentido de habitual y reiterada). Es exactamente lo que nos está pasando.

Sabido es que algunos de estos delincuentes crecieron como árboles torcidos y ya no hay forma de enderezarlos. Una minoría, quiero creer. Pensemos en el recordado crimen a sangre fría de La Pasiva de 8 de Octubre y Garibaldi en la madrugada de un sábado de hace ya un tiempo; un acto con clara intención (dolo), realizado contra un hombre indefenso que no ofrecía resistencia alguna, una clara muestra de desprecio por la vida humana. La historia se repite una y otra vez. Lo mismo sucedió ahora con el asesinato de Heriberto Prati, un vecino que resultó baleado en la cabeza en la madrugada del sábado por defender a una amiga que estaba a punto de ser asaltada en plena calle en Carrasco Norte.

¿Qué hacer con estos indiferentes del daño que ocasionan a otros? Incapaces de sentir empatía y remordimiento, y hasta capaces de exhibir con orgullo y sin culpa su violencia. La gente está cansada de los delitos de rapiña con todas sus variantes y de la aplastante sensación de inseguridad que se siente y sufre.

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