Opinión > ANÁLISIS

La hinchada no perdona el gol en contra

Para conseguir los votos de la Olímpica no hay que decepcionar a los electores de la Ámsterdam ni a los de la Colombes
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03 de agosto de 2019 a las 05:03

No hay margen para el error; no hay perdón posible para el que sea visto como responsable de un tropiezo que conduzca a la derrota. La elección del 2019 es una cruz de camino con definición histórica, y hay dos bandos en pugna que sienten que si se pierde, no es una derrota más.

Por eso es mayor la exigencia de corrección y aciertos; por eso es mayor la presión a los protagonistas para que hagan todo bien, pero fundamentalmente es fuerte la exigencia de ser cuidadosos en extremo, para que no cometer errores que puedan ser fatales.

Es como una final con estadio lleno y las hinchadas agitando en cada una de las tribunas populares detrás de los arcos. Una final para alargue, y quizá penales, en la que no se puede cometer el error que facilite un gol del adversario, porque es posible que no haya tiempo para recuperarse, o no haya capacidad para superar el daño.

Los dos bandos saben que precisan todo el respaldo de su hinchada, y conquistar simpatizantes de la “tribuna olímpica”, donde más que “hinchas” hay público en general.

Podrá perdonarse un error, pero no se perdonará la pelea entre compañeros, los reproches cruzados a la interna, el desgaste por falta de unidad, la falta de sentido de equipo que tira junto hacia la meta. 

Los equipos están en “vestuarios” y a punto de salir a la cancha.

En uno, el Frente Amplio se entusiasma con el “cuarto gobierno” que le consolidaría como una hegemonía extraordinaria. Sus dirigentes reconocen que “no llegan bien” al partido, pero creen que para gobernar a partir de 2020, transmiten más certezas que el conglomerado de oposición.

En el otro lado, la oposición siente que tiene una oportunidad única para ganar la elección y desplazar a la izquierda del poder, que están las condiciones dadas para eso por la disconformidad de los uruguayos con la gestión de gobierno, y la pérdida de adhesiones que sufre el Frente Amplio.

Los frenteamplistas sufrieron en los últimos días otro cruce feo respecto a Venezuela, y ese tema afecta al partido de gobierno tanto en la posibilidad de captar votantes de “la Olímpica”, como por desgaste interno de choques entre dirigentes, que desnudan diferencias sustanciales.

Hay casos en los que la diversidad de opiniones puede sumar al partido político, pero eso ocurre cuando se da en cierta armonía, más como respeto a posturas no coincidentes, que como choque tenso de definiciones sin punto medio.

No es este el caso.

Es dictadura o es democracia. Visto como lo exponen Danilo Astori y Daniel Martínez por un lado, y Oscar Andrade y el ministro de Defensa, José Bayardi, por el otro, no hay grises en esa discusión.

El ministro de Economía, y referente de la corriente de “izquierda aggiornada” fue categórico en la definición y en el tono acusatorio.
Mujica pareció apoyar esa postura pero el contenido y tono de sus declaraciones fue muy distinto. Manifestó que es dictadura, pero que eso no debe asombrar, que no es el único caso en el mundo y que debe ser entendido en el marco de una “guerra” que sufre por ataque de países extranjeros interesados en sus riquezas naturales.

Astori condena al chavismo, lo señala con el dedo como algo que apesta y que debe ser señal de lo que no hay que hacer. 

Mujica justifica, expresa comprensión.

Andrade, el Partido Comunista y otros dirigentes frentistas defienden al gobierno de Venezuela como ejemplo de lucha por el socialismo.
Bayardi defiende a Venezuela y critica a los que critican al chavismo, mostrando el micro-libro bolivariano que trae el texto de la Constitución de ese país. Seguro que Astori no ha leído eso, y también es seguro que no precisa hacerlo para calificar ese régimen de gobierno como una “dictadura tremenda”.

Este debate, metido en una campaña electoral, genera desánimo en la hinchada de ese equipo, porque es visto como “jugar para los contrarios”, enredarse entre sí y  dar “pasto a las fieras”.

La oposición atraviesa otro tipo de problemas, no con la dimensión del debate sobre libertad y garantías democráticas, pero sí con generación de lamento para los suyos.

El freno a Bordaberry para que sacara una lista al Senado fue percibido como torpeza política (achicar el abanico de oferta electoral); su salida posterior al anuncio de bajada, como reacción de despecho, las aclaraciones y los intentos de fundamentar la negativa a la postulación, todo eso afectó a votantes colorados y de otros partidos de oposición.

También el innecesario cruce entre Novick y Talvi sobre comparación de origen familiar humilde, las despectivas declaraciones del Sergio Botana sobre el candidato del Partido Colorado o disgustos del PI en redes por considerar que lo ningunean.

Los que quieren “un cambio” de partido en el gobierno no entienden cómo se pierde tiempo en eso, ni cómo se afecta la credibilidad de posible coalición.

Esa presión por unidad la sienten los candidatos en su condición de abanderados de cada bando. El caso es que por el oficialismo hay un solo bando pero de varios partidos; y por la oposición hay un espectro partidario variopinta.

Para la oposición esa demanda es más compleja que para el Frente, aun cuando entre blancos, colorados, independientes (PI) puedan tener menos diferencias ideológicas que las existentes en la coalición fundada en 1971. Pero lo es, porque tienen que cubrirse de fallas en el sentido unitario, dentro de cada partido, y también en la relación entre socios de la probable coalición.

La Ámsterdam y la Colombes alientan; la Olímpica mira. 

Los dirigentes del Frente saben que su hinchada no les perdonará enredarse en internas.

Los de oposición sienten el grito de los que exigen que se comporten como una alianza variada pero seria y blindada a líos electorales y celos partidarios.

Si los líderes no escuchan a las tribunas populares, la Olímpica les va a dar la espalda. 

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