Montevideo, 1937. En los alrededores del Mercado Modelo todo era campo, no estaba el frigorífico ni los edificios que ahora lo rodean. Con solo cinco años Antonio Aufe recorría el recinto que prometía ser una sede de vanguardia para la industria hortifrutícola del Uruguay agarrando la mano de su madre, que lo llevaba a comprar frutas y verduras al detalle. Así fue testigo de la inauguración del mercado que sería como su casa hasta este lunes, cuando se trasladó a la nueva Unidad Agroalimentaria de Montevideo (UAM).
Pasaron más de 80 años y ahora Antonio camina por las mismas calles esquivando carros y cajones, conoce de memoria los recovecos del Mercado Modelo y parece que cada esquina esconde un recuerdo que desencadena una anécdota. "Tengo una sensación de tristeza pero no debemos olvidar que este mercado, que está hecho de estructura de hierro y hormigón, no tiene sentimientos", comenta desde una oficina de paredes verdes al fondo del puesto que ahora regentea donde exhibe fotos de décadas pasadas.
Durante sus primeros años se vinculó con el centro mayorista como un vecino más, fue a sus doce años cuando su mamá le consiguió un trabajo como changador en un puesto de la firma Maquiavelo Hermanos. Ganaba un peso por jornal. Curioso y observador, Antonio vio cómo trabajaban los inmigrantes españoles e italianos que parecían progresar a un ritmo más acelerado que los uruguayos y tomó la decisión de independizarse. “Un día le pedí al patrón si me fiaba tres cajones de ajíes y tres de mandarinas para ir a venderlos donde yo compraba”, recuerda y cuenta que puso una lona en el piso de la calle central, tiró la mercadería y en tres horas ganó tres pesos: el equivalente a tres jornales como empleado. Salió corriendo hasta su casa, a dos cuadras y media del mercado, y se abrazó a su madre con alegría. ¡Gané tres pesos!, gritaba.
“Usted dirá: ¿te da lástima irte de acá? Siento algo raro, siento como cuando uno se casa y se va de la casa de los viejos. Tengo una sensación así, de tristeza, pero también no debemos olvidar que este mercado que está hecho de estructura de hierro y hormigón no tiene sentimientos”, afirma.
“La UAM no será responsable del traslado de bienes ni de los elementos propiedad de los operadores que permanezcan en el Mercado Modelo a partir del lunes 22 de febrero“. Un auto eléctrico circula con un parlante que repite instrucciones y advertencias antes de la mudanza a la nueva sede en La Tablada.
Hasta su último día de funcionamiento el Mercado Modelo no perdió el dinamismo. Pararse en la calle principal es como estar inmerso en otra ciudad dentro de Montevideo, una ciudad con sus propias reglas donde todo parece ir más rápido que afuera. ¡Cuidado! Un montacargas pasa a alta velocidad al tiempo que se escucha la vibración de los cajones, mientras los changadores empujan carros en los que intentan apilar más de diez cajones para trasladar la mercadería lo más rápido posible y cobrar un jornal más abultado. El movimiento es constante. El ruido también. Como en una coreografía que sale de memoria, hay que acoplarse a la dinámica para evitar accidentes.
Este mercado, el principal centro mayorista de alimentos del país, fue concebido como respuesta a la necesidad de contar con un espacio más moderno que el Mercado Agrícola. Según un estudio patrimonial llevado adelante por la Intendencia de Montevideo las obras comenzaron el 4 de febrero de 1935 y la empresa constructora que asumió la tarea fue la Sociedad Industrial Bello y Reboratti. La construcción es parte del grupo de edificios Art Decó de la ciudad de Montevideo, pero aunque supo ser vanguardista ahora pasará a formar parte del pasado. "El progreso se lleva todo por delante y no tiene sentimientos, barre con todo, pero sabemos que es para mejorar", considera Antonio.
"Acá se mezclan todas las clases sociales y la gente se respeta. Usted ve que vienen de todos los barrios y son todos muchachos trabajadores, honestos, changadores", observa Antonio y acota: "Todos vienen en busca de llevar el pan para su casa".
El ahora empresario agrícola no dudó en asegurar un lugar en la UAM. "Además es la vida mía, la de mi hijo, la del socio de mi hijo", dice Antonio y compara el traslado del mercado con una mudanza doméstica: "El costo será un poco más pero es lo mismo vivir en Punta Carretas que en Villa Española, va a ser más grande y va a ir más gente". "Yo soy optimista totalmente; se va a trabajar con más comodidad, con más ilusión, con más esperanza", vaticina.
Después de 75 años de trabajo Antonio dice que está programado para levantarse a las 3:30 de la mañana. "El alba me veía venir a trabajar acá, es mi testigo", sostiene.
"El trabajo para mi es una satisfacción, porque cuando me levanto y veo que estoy de pie tengo ganas de salir al Mercado", dice Antonio y asegura que para él el trabajo siempre fue "recreativo".
Cuando llegaba a trabajar veía sobre la entrada principal el reloj de grandes números rojos sobre fondo negro que logró comprar después de vender cajones de Coca Cola y que con los años se convirtió en un emblema del mercado para los trabajadores. Ya no funciona. Los años, la falta de mantenimiento y el maltrato de las palomas arruinaron el encendido, pero el aparato sigue ahí como testigo de otro tiempo. Hace algunos meses Antonio quiso repararlo, pero con la mudanza a la nueva sede en la agenda la iniciativa no tuvo resultados.
"No se qué va a pasar pero esta arcada va a quedar para toda la vida", dice Antonio mientras mira el reloj apagado desde el balcón del primer piso del Mercado Modelo y se alegra de dejar algo suyo en la vieja casa que ahora quedará vacía. Aunque el reloj permanezca apagado el tiempo corre, los días pasan y el Mercado Modelo hoy ya es un capítulo antiguo en la vida de Antonio. "El pasado ya me olvidó pero el futuro todavía no me conoce", dice con optimismo.
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