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La libertad como oportunidad

Un buen momento para dejar de delegar el futuro en el Estado y creer en las propias fuerzas y capacidades, sin miedos
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19 de noviembre de 2019 a las 05:01

En apenas una semana, cesará el estruendo de la batalla electoral, se asentará el polvo de los debates y disputas, se acallarán las voces en favor o en contra de cada candidato, ya no flamearán las banderas partidarias en las calles y Uruguay habrá completado el proceso de darse un nuevo gobierno.

El momento no puede ser peor. O mejor. Una región cliente-socia devastada:  Chile con una incomprensible y hasta misteriosa asonada popular que solo puede terminar mal, tanto si se la reprime como si se la complace. El proyecto económico más deslumbrante y exitoso del subcontinente, a un paso de tirarse a la basura.

Bolivia con multitudes que echan a un presidente tramposo, pero lo reemplazan con un proyecto impredecible, con peligrosas señales de discriminación religiosa, un polvorín. Con una economía que se sostenía a fuerza de alto déficit tras la caída de los precios del gas y que ahora no se sostendrá con nada.

Argentina en camino a una hiperinflación casi inevitable por la vocación de dos gobiernos pasados y uno futuro de mantener un gasto populista suicida. Una licuación de ahorros, deuda, derechos, inversiones, futuro y moral sin salida ni destino. Ecuador retrocediendo 10 casillas. Venezuela esclavizada.

Brasil, logrando cambios de fondo en su esquema jubilatorio y laboral y recuperando su economía, pero amenaza con pasar de ser socio en el Mercosur a jugar en las grandes ligas por su cuenta y cerrar tratados que le permitirán vender su producción a cambio de comprar lo que ahora compra a Uruguay y de quitarle la protección arancelaria de la unión aduanera.

La globalización en plena contradicción: EE. UU. se protege y eso dificulta venderle. El resto del mundo al revés: baja las barreras mutuas y eso dificulta venderle.

La economía local está virtualmente parada. Pérdida de empleo, baja inversión, un déficit creciente que se puede poner peor, una inflación que no baja de 8% o 9%. Con la sociedad acostumbrada al reparto de maná que ya no cae del cielo.

Una buena oportunidad para cambiar de problema, de criterio, de expectativas, de sistema y de forma de pensar. La oportunidad de creer en el propio esfuerzo, en el entusiasmo, en la competencia, en la perseverancia, en el sacrificio y en el éxito.

La oportunidad de dejar de analizar el mundo bajo el cristal del resentimiento, que impide comprender verdades como la oferta y demanda, la formación de precios, el concepto de valor, de inversión, de ahorro, de cómo se lucha contra la pobreza y se achica la desigualdad.

Los orientales lo entienden muy bien cuando se trata de deportes, curiosamente. Admiran el sacrificio, el esfuerzo, el coraje de Luis Suárez y su aventura europea que lo puso al tope del fútbol mundial y lo volvió rico, de paso. O los logros de la celeste desde el origen de los tiempos futboleros.  O la epopeya de Los Teros, hecha a sacrificio, trabajo, talento, sudor y lágrimas. O sus atletas, que en condiciones siempre de escasez, siempre rudimentarias, saltan por sobre los obstáculos mas altos y nadan en la precariedad. Y triunfan.

Admiran a sus artistas e intelectuales, con razón. Los tangueros recordarán a Francisco Canaro, el primer gran empresario del tango, que llevó sus orquestas a Europa, se enriqueció, y se transformó en una colosal fuente de trabajo rioplatense con su tarea. ¿Sería hoy odiado por ser un empresario despiadado, un explotador y sus músicos tocarían a desgano o lo denunciarían al BPS?

Los grandes ídolos orientales no actuaron desde el resentimiento sino desde el entusiasmo y la confianza en sí mismos y en su esfuerzo.  Si no, nunca habrían llegado a ser exitosos ni a ser los ejemplos que son.

Esa es la oportunidad que se le presenta a Uruguay en lo económico y lo social. La chance de convertirse en un polo regional de libertad de mercados, de seguridad jurídica, de solvencia monetaria y crediticia. No basado en el secreto bancario ni en el lavado de activos, sino en un entorno de previsibilidad fiscal, donde el inversor y el empresario no sean perseguidos ni esquilmados.

Donde se estimule a los emprendedores, donde se comercie con todo el mundo, con tratados o no, donde cada individuo sea responsable de su vida y de su futuro, y tenga garantías de poder intentarlo, sin que el estado lo expolie. Un polo que atraiga a tantos vecinos con recursos y ganas de tomar sus propios riesgos, con su propio esfuerzo. Donde el exitoso sea admirado. No envidiado ni atacado ni gravado por sistema ni odiado.

Donde el dólar valga lo que diga el mercado, y el valor del peso se defienda con seriedad fiscal, no con martingalas del Banco Central, por más que en el resto del mundo también se usen esas martingalas. 

Si los fondos que se destinan a las obras conexas a UPM2 y las desgravaciones se usaran para liberar a las Pymes de las cargas burocráticas, impositivas y sindicales, el empleo que se generaría sería 10 veces mayor al que supuestamente creará la pastera, aún con los generosos estimados que se publicitan.

Por muchos años se ha creído que el responsable del crecimiento, del desarrollo y el bienestar es el estado. Falso. El estado no se debe ocupar en ser creativo e idear empresas rentables. Ni sabe.  Son los empresarios privados los que deben hacerlo. El estado sólo debe darles un marco razonable. El alegato de que así se desampara a los trabajadores, tan escuchado últimamente, cae frente a cualquier comparación estadística.

Las masas lanzadas a la calle para reclamar por conquistas que se vuelven súbitamente urgentes son otro modo de amedrentar la voluntad de grandeza y el entusiasmo. No deja de ser totalitarismo, aunque lo ejerzan cientos de miles. Temerles sería no creer en la democracia, otro activo uruguayo de alto valor.

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