Nicolás Alberte

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"La literatura no se trata de ser mejores o peores, sino de caer en el lector indicado en el momento correcto"

El escritor uruguayo Nicolás Alberte acaba de publicar Amantísima, una novela premiada que se mete en el mundo de la meditación a partir de elementos que coquetean con el policial
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09 de agosto de 2021 a las 05:10

Lecturas que marcaron al niño Nicolás Alberte: Horacio Quiroga, un Quijote infantil que se ganó en un programa de radio, el Sandokán de la colección El tesoro de la juventud, El escarabajo de oro de Poe.

Lecturas que fascinaron y (según dice él) hicieron pirar al adolescente Nicolás Alberte: Baudelaire, Artaud, Rimbaud, una primera edición de la poesía completa de César Vallejo de su padre con tapas de cuero, los cuentos de Julio Cortázar que lo volvieron un cortazariano enfermo.

Lecturas que calaron hondo en el Nicolás Alberte adulto, el que escribe, el que publica y gana premios: Solenoide, del rumano Mircea Cartarescu. La obra de Don DeLillo. David Foster Wallace.

Los libros, para Alberte (48), están a la mano. En su cabeza, en su historia personal. La escritura quizás no tanto: aunque cuenta que siempre escribió, y que publicó libros de poesía en los últimos años, su trabajo en publicidad contuvo una especie de animal novelístico que tenía enjaulado, hasta que un día dijo "se acabó". Volvió de Barcelona a Uruguay, se fue a vivir a Rocha y extrajo de su cabeza una novela de más de 600 páginas que se publicó en 2018 en la editorial Planeta y que, en 2020, obtuvo el segundo Premio Nacional de Literatura: Te odio, eternidad.

Tres años después, Alberte aparece en librerías con otro libro, más pequeño y contenido que aquella descomunal historia sobre el mundo del arte, que se titula Amantísima, y que se apoya en la historia de un grupo de entusiastas de la meditación que, durante un fin de semana, quedan aislados y sin conexión en una posada en las sierras de Minas. Está claro: ahí pasan cosas raras, pero esta novela, extraña en su estructura y planteos, no cae en ningún lugar común, se aferra de varios elementos presentes en el policial y cambia continuamente las expectativas del lector. Por Amantísima, editada por Tusquets, Alberte ganó también el Premio nacional de literatura, pero en la categoría de inéditos.

Sobre todo esto habla en la entrevista Alberte, un hombre que es escritor, lector, aficionado a los deportes que implican correr largas distancias, aficionado también a la escritura de novelas sorprendentemente extensas para el panorama local y que parece tener mucho terreno fértil, todavía, para explorar en su literatura. Ganas, al parecer, le sobran.

¿Qué encontraste en la poesía que terminó por definirla como tu aterrizaje literario?
La poesía es la máxima comunicación, porque cuando uno conecta con un poeta, o con una forma de entender la poesía, se produce una conexión que va mucho más allá de las palabras. A pesar de que son ellas las que construyen ese texto, hay una esencia mucho más intensa y fértil que la que se genera en la narrativa. Yo lo sentí con Vallejo, con Rimbaud, con Artaud. Me pasó también con la música, porque el Indio Solari, Charly García, Spinetta, Ceratti, Jim Morrison, ellos también son poesía. La poesía es un impulso que no se puede frenar. Con la narrativa hay un impulso más laboral, de sentarse a laburar. En la poesía también, pero no es algo que podés programar, que podés decir "hoy me levanto y me pongo a escribir”.

En el otro extremo, y hablando de trabajar, Te odio, eternidad tiene más de 600 páginas. ¿Cómo se trabaja un proyecto de ese tamaño?
Siempre fui un deportista de larga distancia, corrí maratones y triatlones. Debe ser eso, la mentalización que traigo desde el deporte, porque ese proyecto fue muy ambicioso desde su concepción. De todas formas ahora, por ejemplo, acabo de terminar una novela todavía más larga, de casi mil páginas. Creo que me pasa algo que lo dice mejor uno de los escritores que más me gustan, que es Don DeLillo: el personaje o la novela es como un bebé amorfo que una vez que se creó te sigue a todos lados, y te agarra la pierna, y te tira del pantalón. De verdad pasa eso. Cuando el tren de la historia se pone en movimiento, si no me siento y escribo me viene una angustia tremenda. No sé cómo le funcionará al resto, pero uno intuye esos procesos cuando lee. Hay libros que sabés que se escribieron de un tirón, como El pozo de Onetti. Se nota que el tipo, en un fin de semana, lo escribió todo. Por otro lado, y para seguir con Onetti, en La vida breve se nota otro tipo de proceso.

En tu caso también hay un ritmo veloz de escritura. Pocos años después de Te odio, eternidad aparece Amantísima, y además hablás de que tenés otra novela pronta.
Es que trabajé veinte años en otra cosa muy diferente, y siempre tuve el hambre de la escritura. Cuando tuve el proyecto de Te odio, eternidad en la cabeza supe que era el momento. Estaba viviendo en Barcelona, pero si no me ponía a escribirlo me iba a pasar de tener 60 años y seguir lamentándome de que no encontraba el tiempo. Por eso me volví a Uruguay, me fui a vivir a Rocha con mi familia, y me presenté a las becas Fefca (Ndr: Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística del Ministerio de Educación y Cultura), y la gané. A partir de ese momento agarré la costumbre de levantarme a las 6 de la mañana y ponerme a escribir. Son dos o tres horas que hago rendir mucho antes de que mis hijos vayan a la escuela. Después trabajo en otras cosas, pero si no tengo esa instancia me siento mal. Porque, a ver, antes escribía, pero me sucedía que estaba ocho o diez horas en una oficina y se hacía difícil agarrar impulso.

Te odio, eternidad y Amantísima

El cuerpo te pedía otra cosa.
Sí. Y la calidad del tiempo que le dedicaba a la escritura, aunque fuera la misma cantidad de horas que ahora, era muy inferior. Yo trabajaba en publicidad, y llegaba a casa y solo quería desenchufarme.

¿Cómo aparece Amantísima en tu horizonte?
Mi mejor amigo se fue a vivir a las sierras y puso una posada. Desde que volví a Uruguay voy mucho, y en uno de esos viajes entendí que quería escribir algo que pasara ahí. Lo quería asociar a lo que podríamos englobar en la categoría New Age, esas terapias como la meditación, el reiki, las piedras, el yoga, las runas, el I-Ching, cosas que nuestra sociedad capitalista se toma a la ligera, de fin de semana. Quiero decir, casi nadie va en serio con eso, muy pocos lo hacen. Por eso quise imaginar a una persona que sí fuera hasta el fondo del asunto, alguien a quien le hagan una predicción y decida ir hasta las últimas consecuencias. Para contarlo me agarré de las voces de las personas que conviven o son testigos de esa situación delirante, y me entusiasmó la idea de no tener marcas narrativas. De fondo, además, está el tema de la verdad, porque detrás de todo esto New Age, de las religiones, está la pregunta por la verdad. Qué significado tiene nuestra vida. Para qué estamos. Son búsquedas que hacemos todos, pero me da la sensación de que las búsquedas de los seres humanos que vivimos en esta sociedad occidental capitalista es siempre la búsqueda del dinero. Quise saber qué pasaría si alguno de nosotros no buscara el éxito económico y fuera por otra verdad.

En esta novela, y en otros de tus trabajos, hay una preocupación evidente por el cuerpo humano y sus formas e interiores. ¿De dónde surge?
Nuestro discurso dominante como sociedad es la ciencia. La ciencia es una forma de conocimiento que procede de una manera muy similar a la adivinación, pero donde las adivinaciones se cumplen casi siempre. De todas formas, el análisis científico del cuerpo es de un nivel de exhaustividad que no deja de sorprenderme. Y de ahí viene, por ejemplo, la elección de titular Área de Broca a uno de mis poemarios, que es una de las zonas del cerebro asociadas a la producción del lenguaje, y tiene que ver con la poesía. En el caso de Amantísima, es un personaje determinado el que hace esas elucubraciones y tiene que ver con la meditación, pero a la vez con una manera de ver el cuerpo propia del conocimiento científico. Me interesan esas cosas, los diálogos entre la poesía y el cuerpo, entre las religiones y lo científico. Ese borde.

En los agradecimientos aparece Jack Kerouac y su libro Los vagabundos del Dharma. ¿Por qué?
Cuando escribo leo durante muchas cosas relativas al tema que estoy explorando, durante mucho tiempo. En esta novela, como quería tratar el tema New Age, me metí de lleno en ese mundo, y leí cosas viejas y recientes de autoayuda, algunas muy terribles, hasta que un día me topé con Los vagabundos del Dharma. Leerlo me cambió todo el proyecto, porque lo que pensaba que iba a ser un texto paródico, se volvió muy serio. Cuando leí ese libro de Kerouac me di cuenta que tenía que abordar mi historia de manera seria. Me puse a investigar sobre meditación, y también a meditar. Más allá de ponerme a tono, me hizo mucho bien, y por eso le agradezco a Kerouac. Yo había leído En el camino como todo el mundo, pero este libro me pareció tan honesto que le debo el cambio de rumbo de mi trabajo.

Tu nombre ha estado muy presente en los premios nacionales de literatura, entre otros. ¿Qué lugar e importancia les das?
Los premios están buenos cuando los ganás (risas). Fuera de broma, cuando uno es nadie es muy difícil publicar, y por eso los premios son súper útiles. Históricamente han permitido a escritores desconocidos ser editados. Pero yo me presenté a cientos de premios y gané un puñado, por eso tampoco le puedo dar mucha pelota. Me encantó ganarlos, sobre todo con Amantísima, porque es una novela con la que tenía muchas dudas, y al obtener un premio con un jurado respetable, me dio otro espaldarazo. Con Te odio, eternidad es otra historia, porque la novela lo ganó ya editada y de hecho no la mandé a ningún concurso porque era tan larga que seguro ni se leía. Lo que no te puede pasar con los premios es que te angusties si no ganás, porque lo que gana o no gana premios no marca lo que está bueno o no. Es algo en lo que además hay un enorme nivel de azar, porque los jurados un día están más predispuestos a leer y al otro no. Es igual que cuando escribís: capaz lees algo que escribiste ese mismo día y te parece una mierda, pero cuando lo lees dos semanas después te encanta. Por lo tanto, está buenísimo ganar, me encanta participar, tiene que haber muchos concursos, pero no me obsesiona. La literatura no se trata de ser mejores o peores, se trata de lograr caer en el lector indicado en el momento correcto. Si no, esto se convierte en un trabajo. Y tiene que ser placer.

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