La llama que mantiene vivo el espíritu de El Observador

Hay un hilo conductor que une a los periodistas de la edición N°1 y la de hoy. Una rebeldía general, para buscar la luz detrás de lo que el poder, sea quien sea, no quiere que se sepa

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22 de octubre de 2021 a las 15:21

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Armar una edición como la de los 30 años de El Observador implica mucho trabajo. Por momentos deja poco lugar a la reflexión. Pero en estos días, leyendo los textos que decenas de experiodistas y editores enviaron recordando su paso por el diario, se me activaron algunos recuerdos, sentimientos, obsesiones, vividos en todos estos años en el diario.

Leyendo esas columnas llegué a identificar un hilo conductor que une a los periodistas de la edición N°1 y la de hoy. No es fácil de definir con palabras (qué ironía para periodistas de un medio escrito) pero puede resumirse en un modo de hacer. En una rebeldía general, una preparación para la lucha, a buscar siempre la luz detrás de lo que el poder, sea quien sea, quiere que no se sepa

Suele estar acompañada de cierto cinismo, que en definitiva es solo maquillaje, porque en el fondo nos mueven principios que a la hora de la verdad se defienden en el trabajo periodístico.

Ese modo de ser se refleja de muchas maneras, porque hay tantas formas de ser buen periodista como periodistas hay en el mundo. Pero se resume en dos palabras: fuego interno.

En algunos es un talento innato para escribir. En otros es instinto de sabueso para conseguir noticias. En algunos es la visión para adelantarse a la jugada y ver el bosque más allá del árbol. En ciertos periodistas es una capacidad imposible de replicar para ganarse la confianza de fuentes decisivas. En otros la capacidad de trabajo para apretar los dientes y seguir, capeando temporales y cierres. Hay algunos pocos elegidos que tienen todas, y quedan en la historia. Y otros que las aplican en silencio, y que dan la real impresión de la huella que marcaron con el vacío que queda cuando se van.

Hay sensaciones difíciles de describir, pero que muchos que pasaron por una redacción las van a entender: mirar a otro editor y sin palabras concluir que un periodista joven tiene el fuego interno. Cerrar una edición importante, tarde y agotados, pero mirarse y saber que se logró algo grande. Ver, tras un cierre, a un periodista joven aturdido por la tapa que acaba de meter, tratando de hacerse una idea de cómo será la repercusión al día siguiente, y sabiendo que le espera un día más pesado que el que está terminando. Seguramente el periodista más veterano se acercará y, lejos de ofrecerle palabras cariñosas, le dirá alguna frase irónica, pero que dejará claro que tiene las espaldas cubiertas.

Porque el periodismo, en definitiva, tiene mucho de cofradía. Sí, a veces hay celos. También hay enojos. Hay achiques de redacciones, hay trabajo a destajo. Hay sueldos bajos. Pero una y otra vez, tras el enojo y las puteadas, hay una llamita prendida que vuelve a avivarse para ir a buscar la próxima noticia, la próxima tapa, para cerrar la próxima edición con un buen título del que se hable al día siguiente.

Por supuesto que todo eso excede a El Observador. En definitiva, muchos de los que crearon esa identidad del diario a partir de 1991 venían de otros medios, y la llevaron a otros rincones del periodismo de Uruguay y el mundo, generando nuevas síntesis. Otros lo entenderán perfectamente porque lo viven a diario, y nunca pisaron El Observador. Es algo de lo mucho de maravilloso que tiene el periodismo: esa síntesis que atraviesa a la profesión pero que en cada redacción genera una nueva síntesis.

A veces me preocupa que el legado no se transmita. Que las generaciones nuevas entiendan esa cosmovisión a pesar de los nuevos modos de hacer, de los nuevos formatos, del trabajo rápido. Pero me doy cuenta que a mí nadie me lo trasladó específicamente con palabras, sino con acción y ejemplo. Con una discusión por el enfoque de una noticia, por una información que no estaba lo suficientemente chequeada para publicar, por la respuesta de un jefe al llamado de un jerarca enojado por una nota. 

Esa rebeldía no se transmite con palabras. Y mientras exista, la llama de El Observador seguirá viva.

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