Lanzamiento de El Observador, 1991

El Observador 30 años > APRENDIENDO PERIODISMO

¿Escuela o diario?

#ElObservador30años ¿Escuela o diario? Escrito por Rafael M. Klappenbach, exeditor jefe de El Observador
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24 de octubre de 2021 a las 05:00

Rafael M. Klappenbach
Editor jefe, trabajó en El Observador entre 1991 y 2005

Escuela de periodismo, escuché muchas veces que se decía de El Observador. Pero en realidad era y es un diario, o un medio de comunicación. Y sin embargo, qué bien le va el nombre de Escuela de Periodismo. Escuela superior llena de grandes maestros. 

Ingresé al diario en diciembre de 1991, apenas unos meses después de su fundación, recién egresado de la universidad. Y supe enseguida que estaba rodeado de grandes maestros. Tres décadas después me vienen a la memoria algunos nombres de docentes geniales que no se encuentran en la universidad, que me enseñaron y ayudaron durante los 15 años que estuve en “esas aulas“. 

Cómo olvidar a Lincoln Maiztegui Casas…, contertulio único de pasillo o escritorio para el tema que fuese: periodismo, fútbol, política, historia, sentido común… De esos periodistas de antes, donde lo mejor venía en la noche, siempre dentro de una nube de humo de su cigarro. Lincoln, dueño de una pluma exquisita, que nos maravillaba cada sábado desde el suplemento Fin de Semana. Siempre sensato, a no ser que se hablase de Nacional o del Partido Nacional. O sea, casi nunca, porque eran sus dos temas ancla. Y allí, siempre cerca de él, Miguel Arregui, otro titán del periodismo que debatía con Lincoln en cartas cruzadas formidables. 

Eso de empezar a leer el diario por la página de atrás tiene un culpable: Andrés Alsina y sus contratapas únicas y magníficas. Qué pluma, qué originalidad, qué mirada, qué versatilidad: igual escribía sobre Bosnia-Herzegovina que sobre el último café que abrió en la Ciudad Vieja. Y siempre, y cada día, enseñando, alentando, corrigiendo. 

También se me agolpan recuerdos de un Álvaro Amoretti –jovencísimo entonces– líder del grupo y con una creatividad y energía notables. O un Alfonso Lessa, que al mando de la sección Política convertía al periódico en referente indiscutido con información privilegiada… Junto a él un Antonio Ladra, un Mauricio Almada…, soldados del periodismo que estaban llamados a figurar en los primeros lugares. 

Con tantos nombres, cómo El Observador no iba a ser Escuela de Periodismo, así con mayúsculas. 

Esas columnas de Convivir deliciosas, escritas por Fernando Díaz Gallinal y su pluma hispánica, apuntando al más profundo sentido de la vida y al más sensato sentido común. Esas elucubraciones maravillosas sobre el devenir mundial que salían de las teclas que sesudamente elegía Álvaro Diez de Medina.

Luego vendrían otros destacadísimos periodistas. No se puede no mencionar a Alejandro Nogueira, conocedor de todos los vericuetos de la Economía y con acceso a las fuentes más interesantes. O Carlos López Matteo, docente integral de periodismo, con quien trabajé muchos años codo a codo, los primeros de esos días y noches junto al gran Marcelo Jelen, dueño de una mirada y una originalidad imitable y envidiable. 

Archivo del diario

Con otras formas y con otro estilo aparecía el siempre convocante Toto da Silveira, de quien todos queríamos escuchar sus opiniones sobre la celeste que en aquellos años tanto nos hacía sufrir.

Pedro Silva –siempre rodeado de periodistas jóvenes que lo exprimían–, Carlos Ríos –dedicado y apasionado–, Oscar Vilas –quien mejor nos ha contado la crisis del 2002–, Edward Piñón y una nueva forma de hacer periodismo deportivo, Gabriela Inciarte liderando la información empresarial de la cual siempre El Observador fue pionero, Laura Raffo –siempre clara, siempre didáctica–, Eduardo Preve, apasionado hasta el cansancio y con fuentes aquí y allá…, y me dejo mil nombres en el tintero. Como el de Facundo Ponce de León, dueño de una mirada tan inteligente como profunda. Y en días más cercanos y no tan cercanos un Gabriel Pereyra punzante y brillante, junto a un Claudio Romanoff volcado a dejar un legado único. Nombres, nombres, nombres y más nombres de periodistas de primer nivel.

Y no solo con las letras. Quién mejor que Armando Sartorotti enseñando y creando escuela de fotoperiodismo para hacer de El Observador de la década del 90 la meca de la fotografía informativa. Tenía quienes lo secundasen en ese arte…, si todo ese equipo de fotógrafos ha creado escuela en El Observador y en cada rincón de Uruguay.

Y no solo con letras y las fotos… También El Observador fue escuela en el arte de la infografía: primero con Oscar Laguarda, tiempo después reemplazado maravillosamente por Ramiro Alonso. Y en el mundo digital ni que hablar, liderando la irrupción de los medios en la web con Observa a cargo del multifacético Simón Gómez. 

Perfecto, existieron y existen maravillosos periodistas en el diario. Pero lo importante era –e imagino que es– el clima en el que se trabajaba: esa camiseta que uno se pone solo para las grandes causas y que en El Observador era el traje de fajina diario. Y entonces había equipo: y en ese equipo una condición natural era la de enseñar, transmitir, inculcar, ayudar. 

Y detrás de los docentes que aparecían en escena, pero con el cargo de director, y siempre en un plano secundario, estaba y está Ricardo Peirano, haciendo y dejando hacer. Hacedor de grandes periodistas, garante de libertad y condiciones de trabajo plenas. 

Solo mencionando a Ricardo se puede explicar el porqué de un diario que, además de informar cada día y cada hora, ha formado a buena parte del periodismo uruguayo de las últimas décadas. Solo mencionándolo a él es que uno se explica ese diario que ha visto ingresar a decenas y decenas de pichones, y ha lanzado a volar a decenas y decenas de halcones. Halcones que vuelan hoy en todos lados con otras camisetas, pero debajo llevan la de El Observador

*Este artículo forma parte de la edición especial 30 años de El Observador.

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