La penalización por maternidad y la nueva ola antifeminista

El tema que puso sobre la mesa la vicepresidenta Beatriz Argimón toca muchas aristas sensibles

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09 de agosto de 2020 a las 05:02

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En una escena de la película Baby Boom de la década del 80, la profesional interpretada por Diane Keaton acelera el paso y –por más que lo intenta– no logra alcanzar a otra ejecutiva que camina un poco más adelante. La otra mujer, con tailleur y maletín, va a paso firme y rápido por la vereda. Keaton también lo hace, pero además maniobra un cochecito con la bebé que “heredó” de una familiar que acaba de fallecer. La escena es una anticipación perfecta de lo que sucederá poco después en la carrera laboral del personaje de Keaton, que finalmente decide renunciar a su trabajo como gerenta por encontrarlo incompatible con la crianza de la niña. 

Esta película (que en español tuvo el título ¿Quién llamó a la cigüeña?) habla de la penalización por maternidad. Y esa escena en particular me vino a la mente cuando esta semana la vicepresidenta Beatriz Argimón bajó al llano para poner este tema a consideración del Senado.  

A partir del informe "Brechas de género en los ingresos laborales en Uruguay" de Cepal y ONU Mujeres, Argimón se enfocó en las mujeres jóvenes que postergan su maternidad porque consideran que obstaculiza su desarrollo profesional y económico. 

Se trata de la primera vez que un estudio mide la penalización por maternidad en Uruguay, al recoger una investigación basada en registros del Banco de Previsión Social. “Se encuentra que, luego de diez años de tener el primer hijo, las mujeres experimentan una reducción del 42% de su salario mensual en comparación con mujeres con características similares que no tuvieron hijos. Parte de esta reducción se debe a que trabajan un 60% menos que las mujeres que no tuvieron hijos (en horas). La otra parte se explica por ingresos por hora menores que las mujeres similares a ellas, pero sin hijos. En otras palabras, el efecto de la maternidad sobre el salario total es de 42% para la población analizada y está explicado tanto por la penalización al empleo (de 60%) como por una reducción del salario por hora (de 25%)”, señala el informe.

Tener hijos implica un costo, y la mayor parte lo absorben las madres, hasta el punto de llegar a retirarse (de forma parcial o total) del mercado laboral. Esto lleva a pérdida de capacitación y experiencia laboral, “a la depreciación del capital acumulado si las interrupciones son largas o en sectores muy dinámicos, a la pérdida de oportunidades de ascenso si los empleadores exigen compromisos de tiempo completo para puestos superiores, o a la búsqueda de trabajos flexibles que sean compatibles con el cuidado. Todos estos elementos están asociados con ingresos laborales inferiores”, aporta el estudio de Cepal y ONU Mujeres. 

El tema que Argimón pone sobre la mesa toca muchos puntos sensibles, como el compartir el trabajo no remunerado del hogar entre hombres y mujeres, las decisiones y prácticas de recursos humanos en las empresas y lo que es viable hacer desde la legislación y el Estado. 

Se habla entonces de más licencias especiales, también –o sobre todo– para los hombres padres, proveer cuidados para niños y adultos mayores, diferentes formas de flexibilización laboral. Pero las cosas están lejos de ser fáciles. 

En el episodio del podcast RompeCristales dedicado a equilibrio entre vida laboral y personal, la presidenta de la Asociación de Empleados y Obreros Municipales (Adeom) de Montevideo, Valeria Ripoll, dejaba claro que “el mundo del trabajo no está preparado para una flexibilización que contemple que la mujer tiene doble empleo (uno remunerado y otro no), y es algo sobre lo que se debe legislar (...) para acompasar la vida laboral con la de la casa. (...) Hay mucho de discurso de vender políticas de género pero puertas adentro no se entienden los problemas que tenemos las mujeres, que muchas veces no tienen los hombres”. 

En forma sorpresiva, la pandemia del covid-19 instaló el teletrabajo como un concepto que puede ayudar a limar ciertas rigideces laborales pensadas para otras épocas. Esto fue expuesto por la senadora Carmen Sanguinetti al recordar cuando, teniendo hijos pequeños y un marido que debía pasar varios días en el interior, le pidió a su empleador “cierta flexibilidad” y este la miró “como si le estuviera pidiendo venir los viernes en bikini”. Hoy, después del trabajo remoto por coronavirus, muchas de esas percepciones parecen haber cambiado.

Pero hay algo más profundo. Después de tantos estudios y evidencias, todavía hay quienes insisten en negar las brechas salariales y los obstáculos asociados a la maternidad. Y es más, lejos de que esta postura se vaya apagando, la impresión es que se enciende.

Hace unos años algo que dijo la fundadora de AMEC, Yizza Pronzatti, me quedó grabado. En referencia a las conquistas de derechos por parte de las mujeres y al movimiento feminista (remarcando su visión de que en ese camino no hay que aplastar al otro), habló de un péndulo. Cuando algo se mueve mucho para un lado, señaló, es seguro que luego va a irse hacia el otro extremo. Y ese movimiento de péndulo (hacia el antifeminismo), viene adquiriendo fuerza. 

Creo que por eso coincidí tanto con la reacción del empresario Carlo Nicola ante las respuestas a un tuit en el que Beatriz Argimón se preguntaba: “¿No será hora de considerar la situación de las jóvenes mujeres que para ejercer el derecho de desarrollarse económicamente ven en la maternidad querida un obstáculo, un castigo?”

Nicola se sorprendió de algunos comentarios que “muestran que aún queda mucho por hacer en estos temas”. Las respuestas más suaves son del estilo “una madre de verdad nunca ve a un hijo como un castigo”, “quieren destruir la familia y los valores, basta de victimizarse” “con más políticas pro mujer caeríamos en la discriminación hacia el varón”, “en la vida no se puede tener todo, hay que elegir” (o sea: o sos madre o tenés una carrera profesional, las dos cosas olvidate).  

 

Por supuesto que en el mundillo de Twitter siempre están los que se quedan con el titular, hacen su interpretación y tiran sus sentencias (no, no se está diciendo que las madres ven a sus hijos como un castigo, sino que el mercado laboral castiga la maternidad); y una mayoría silenciosa que hace clic e intenta entender. Muchos dicen que es un mundo acotado al que no hay que prestar mayor atención. Pero, más allá de que sea saludable el disenso y tener formas de expresión, me parece que está bueno escuchar estas voces porque este movimiento pendular es reflejo del mundo “real”.

No se puede caer en el error de ver esta temática como una cuestión solamente política. Es un tema que trasciende lo partidario. Es cultural. Tiene que ver con realidades y derechos. Y en ese lugar es donde el ámbito empresarial debería pararse. Porque las empresas están hechas de personas, y el péndulo hacia el antifeminismo es una amenaza cierta.

Por supuesto que hay empresas en Uruguay capaces de contratar a una gerenta embarazada de siete meses; que escuchan y entienden las problemáticas de sus empleadas madres, y que construyen prácticas para ayudarlas. Siempre hay organizaciones de vanguardia. 

Pero para gran parte de las cúpulas empresariales este es un tema que todavía permanece invisible. Lo primero es aceptar que existe y entender. Deberían hacer el esfuerzo por visualizarlo y acercarse el problema, porque tienen la capacidad de aportar un enorme grano de arena.

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