La pregunta por Brasil

No voy a usar el viejo cliché del resfrío, digamos simplemente que es el país más importante para Uruguay.

Brasil, “país continente”, es además el que más compra el valor agregado uruguayo, el país destino de nuestras manufacturas (las pocas que nos quedan), aun por delante de Estados Unidos que es el principal importador de software uruguayo. Todos los demás socios compran nuestras commodities.

Y durante el último año, a raíz de las tensiones y vaivenes geopolíticos en el mundo, Brasil se ha convertido también en un socio geoestratégico de suma importancia para Uruguay, ocupando un lugar que, uno hubiera esperado, ocuparía Argentina, pero que, entrampada en un laberinto político indescifrable, ha sido incapaz de ocupar y se ha dedicado más bien a poner palos en la rueda.

El resultado de las elecciones del domingo pasado ha sido una sorpresa en Brasil por lo que venían consistentemente anunciando las encuestas los últimos tres meses. Todas le daban al expresidente Lula una ventaja de 15 puntos sobre el presidente Jair Bolsonaro, con una última tanda de sondeos de último momento que pronosticaban, a horas de los comicios, el triunfo de Lula en primera vuelta.

Ninguna de las dos cosas pasaron: la diferencia fue de solo cinco puntos y ambos candidatos deberán ahora disputar una segunda vuelta el 30 de octubre. Se habla de “voto escondido”, de “voto vergonzante” y un montón de razones para que las encuestadoras no midieran tantas preferencias a favor de Bolsonaro. La verdad es que no hay una explicación para que se hayan equivocado tanto; mucho menos para esas publicaciones de última hora con triunfo de Lula en primera vuelta que empezaron el viernes por la mañana con la última encuesta de Datafolha.

Además, todos los sondeos daban a Lula ganando distritos clave del sudeste brasileño, en estados como Sao Paulo y Río de Janeiro, donde finalmente perdió. Y por si todo esto fuera poco, el bolsonarismo obtuvo mayorías en el Senado y quedó en inmejorables condiciones para construirlas también en la Cámara baja a través de alianzas.

Las razones de estos resultados no son realmente demasiadas, ni tampoco complejas. En primer lugar, resulta ineludible recurrir al –bueno por lo simple– axioma de James Carville, “es la economía, estúpido”. Brasil fue el país de la región que mejor salió económicamente de la pandemia: hoy tiene superávit comercial, una moneda fortalecida y la inflación en el 4% con proyecciones a la baja. Lo que soñaría con tener en este momento cualquier mandatario europeo o norteamericano. Y tal vez más importante, los escándalos de corrupción, de los que el Partido de los Trabajadores y el gobierno de Lula fueron protagonistas centrales, pesan aún en el ánimo de los brasileños y esta vez le pasaron factura al carismático expresidente. Era inevitable.

Sin embargo, es muy probable que el día 30 termine ganando Lula. En realidad, en términos de votos, quedó a nada de ganar: con el 48,4% de la votación le restan menos de dos millones de votos para liquidar el asunto. Bolsonaro en cambio tiene de su lado el momentum, lo más preciado en las campañas políticas, la tendencia; y la tendencia, como dicen los estrategas de campaña, es tu amiga (“the trend is your friend”).

De modo que será un final abierto de aquí al día de la elección, y más que mirar ahora los apoyos que recibe cada quien, hay que fijarse muy bien la noche de la elección cómo vota el Estado de Minas Gerais. Ningún candidato presidencial en la historia reciente del Brasil ha ganado sin ese estado; es algo así como Florida y Ohio en las elecciones de Estados Unidos, la Provincia de Buenos Aires en Argentina, o como en su momento lo fue el Departamento de Canelones en Uruguay. Son distritos clave.     

Pero volviendo a lo del principio, para Uruguay es por lejos la elección más importante que se da en el extranjero; lo cual va mucho más allá de las posibilidades del Frente Amplio, que, como es natural, se mira en el espejo de Lula de cara al 2025. Si gana Lula, sienten ellos que tienen más chances; sería para la izquierda uruguaya también una especie de momentum, en este caso regional. En lo general, es decir, en lo que hace a Uruguay como país y por ende como jugador geopolítico de la región, Brasil ha sido los últimos meses factor clave para que el gobierno uruguayo pudiera dar por iniciada la negociación de un TLC con China; algo a lo que Argentina, y el particular el presidente Alberto Fernández, se ha opuesto con cajas destempladas.

Últimamente se ha calmado un poco el mandatario argentino y ha sido justamente por el apoyo de Brasil, después de que un principio se diera un corto circuito entre Itamaraty, que era contraria a apoyar tan decididamente las intenciones de Uruguay, y el ministro de Economía, Paulo Guedes, que respaldaba al gobierno de Lacalle Pou sin reticencias. Superado ese impasse e impuesta la estrategia de Itamaraty, hoy están todos en la misma página y apoyan que el país continúe la negociación con China.

Es justo entonces plantearse qué pasaría con esa postura de Brasilia ante un eventual triunfo de Lula, máxime habida cuenta de su muy buena relación con Alberto Fernández. Aunque es de esperar que Itamaraty tenga también en esa instancia voz y voto. En cualquier caso, la moneda está en el aire.