Svobodny, ciudad remota del Lejano Oriente ruso, languidecía en un avanzado estado de deterioro desde la caída de la Unión Soviética, hasta la llegada de megaproyectos orientados a la vecina China que prometen transformarla.
En el centro, grupos de niños se reúnen alrededor de un parque de skate, la única atracción de la vasta y gris plaza Lenin. Alrededor, las calzadas están llenas de baches y las paredes de los edificios se caen a pedazos.
Solo el 6% de las calles tienen aceras y el 16% de los espacios públicos están iluminados en esta localidad donde las inundaciones son frecuentes cuando llueve y el color del agua de la canilla suele ser marrón rojizo. Instalaciones deportivas soviéticas restauradas y calles levantadas por las obras son la muestra del inicio de un gigantesco proyecto de transformación urbana para 2030. El alcalde, Vladimir Konstantinov, cree firmemente que Svobodny puede convertirse en “en una de las ciudades más bellas del Lejano Oriente”, “cómoda, con bonitas aceras”.
A 150 kilómetros del río Amur, que marca la frontera con China, esta ciudad se sitúa en una región totalmente orientada a China, en respuesta a la estrategia rusa de “pivote hacia el Este”, intensificada desde la crispación en 2014 de las relaciones con Occidente.
Fundada a finales del siglo XIX alrededor de minas de oro, Svobodny acogió entre 1932 y 1953 el Bamlag, gulag donde cientos de miles de prisioneros construyeron la línea ferroviaria Baikal-Amur y un tramo del transiberiano.
Svobodny floreció después gracias a las fábricas militares y de componentes de automóviles. Estas se vieron absorbidas por el caos posoviético de los años 1990 y sus ruinas se erigen hoy cerca del centro. Ilia Kutiriov, habitante de 34 años, destaca que la ciudad, con ocio limitado y cortes frecuentes de electricidad y agua, ya ha empezado a cambiar. “Ahora encuentro café para llevar por la mañana”, celebra el hombre, que se instaló en el municipio hace dos años, en el marco de la construcción de las nuevas fábricas.
Según un sondeo realizado en internet, los habitantes desean que esta transformación permita echar raíces a los jóvenes.
Piden “espacios públicos para los jóvenes, pues la población que envejece está muy preocupada por la huida de la juventud”, indica Semyon Moskalik, de 29 años, director del proyecto en Strelka.
“Es típico de todos los proyectos rusos de desarrollo urbano, la gente no cree que vayan a realizarse. El contraste parece demasiado grande entre la realidad y las imágenes que les mostramos”, matiza Semyon Moskalik. El alcalde reconoce que algunos habitantes están a la defensiva, pero está convencido de que la mayoría comprende “que si no hubiese estas dos fábricas, la ciudad se encontraría en una situación muy difícil. (AFP) l
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