Pasa que a veces la gente fallece cuando más la necesitan. Cuando más la vida dice quererla de un modo y de otro. La muerte de Jorge Larrañaga hace pensar en eso. No es lo único. Lástima que el muerto no pueda estar presente para ver todo lo que su partida ha originado. Pensé en algo parecido cuando murió mi madre. Quizá el infierno verdadero sea no poder conocer la congoja y el cariño que uno al morir genera. Tal vez sea ese el único momento de la vida en que las lágrimas son auténticas y justificadas. Las de una boda son actrices de reparto comparadas con estas. Cuando alguien muere en su plenitud, siempre hay “otro”, el sobreviviente, que se queda sin entender ni poder mantenerse neutral ante la pena. Morir antes de tiempo, antes de que la película termine, es quizá el absurdo más incomprensible de la vida humana. Frente a la falta de respuestas a la pregunta guiada por el desconsuelo, ¿por qué?, el silencio es el único en animarse a decir algo. Aparte, la nada no viene a buscar explicaciones.
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