Las visitas por tarjeta

A veces con unas palabras escritas con afecto y en otras simplemente pasar por un domicilio o por la recepción de un establecimiento de salud

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26 de julio de 2019 a las 05:00

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Me parece que el título de esta nota desconcertará a los tan amables lectores de El Observador. Quizás los que no conocen los contenidos de artículos anteriores se sorprenderán también un poco al leerme ahora. Pero eso no sucederá porque ya no podemos asombrarnos por nada.

Horas atrás tuve ocasión de conversar con un sobrino mío que vive habitualmente en Boston. Es médico y comentó que en los Estados Unidos, ha desaparecido o está desapareciendo, la prohibición de visitar a pacientes en cuidados intensivos. Sé que aquí, amantes de las siglas, la denominamos de otra manera. El médico que integra mi familia, es un propagandista del nuevo sistema de visitas y tiene sus razones. Bueno, este preludio me lleva a hacer la defensa de un uso social que tuvo un tiempo de reinado y que no ha desaparecido en la vida de relación.

Es cierto que los medios tecnológicos actuales reemplazan o reemplazarán usos o modos que se han vivido hasta ahora. Pero, ¿qué es una visita por tarjeta? Es acercarse al domicilio o al sitio donde está internada una persona para dejar nuestra tarjeta personal. Me dirán que nadie usa ya tarjetas personales con sus nombres y apellidos. Mi respuesta tiene que ir en defensa de una utilización muy elegante. Es ir “a dejar tarjeta”. A veces con unas palabras escritas con afecto y en otras simplemente pasar por un domicilio o por la recepción de un establecimiento de salud. Lo más probable que al leerla nos digan: “Señor, la tarjeta no dice nada”. Entonces y con una sonrisa sencilla diremos: “No se preocupe. Es una visita por tarjeta”.

“La visita por tarjeta” no es de los tiempos de María Antonieta de Francia. Cuántas veces agradeceremos el recuerdo y, por lo general, todas y todos, sentiremos un reconocimiento hacia quienes se han acercado a nosotros. Quizás a los hombres no nos importa mucho si nos ven postrados en una cama sin una camisa elegante. En cambio las  señoras y lo digo con todo respeto, no se sentirán cómodas si nos acercamos y las vemos sin esos aires personales que otorgan los innumerables productos de belleza que usan en pleno goce de salud.

En fin. No poseo intereses en imprentas montevideanas o del interior. Sin embargo, acudimos a las mismas cuando con orgullo comunicamos de norte a sur y de este a oeste, la boda de nuestra hija menor o la celebración de unas bodas de plata o de oro. En otras palabras nada ha pasado de moda. Si la visita por tarjeta suena a antediluviana, me parecerá  muy extraño. El buen gusto puede ir en un mensaje electrónico pero...¿Puede acaso llevar nuestro afecto como la tarjeta?

Termino de mirar la pantalla de mi celular. Afortunadamente son todos mensajes desechables. No me han ofrecido un viaje a París gratuito ni es una invitación para pasar una semana en las termas del Arapey. En cambio, una tarjeta dejada o enviada, transporta cariño, preocupación por la salud.

Las “visitas por tarjeta” siguen vigentes en el ámbito social. Pueden gustar o no pero una antigua anuncio publicitario nos hará sonreír: Decía: “nuestra galleta deliciosa es. Para tomar con leche, mate o café”. No abandonemos nuestra sobriedad y buen gusto. No han pasado de moda esas visitas tan peculiares. Un trozo de cartulina blanca o de color, con nuestros nombres impresos, salvarán muchas veces  los lazos de parentesco o de amistad. No es tiempo para repetir aquello que escuchábamos a nuestras bisabuelas: “Le debo una visita a doña Emilia María” o “Ariel y yo les debemos una visita a nuestros vecinos” o “como se nos fue de repente ni hubo tiempo para visitas”.

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