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Lecciones de las desafortunadas elecciones de Perú

La gestión económica tecnocrática no es de gran utilidad si la política es venenosa

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10 de junio de 2021 a las 15:36

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Perú, según decía el mantra de los inversionistas, era un mercado emergente que desafiaba a la gravedad: su pésima política no era importante porque su economía era fuerte y fiable. Mientras el país busca proclamar finalmente a su quinto presidente en cinco años en una segunda vuelta entre dos candidatos divisionistas y poco cualificados, con la peor cifra de muertes per cápita por coronavirus a nivel mundial y una de las mayores recesiones de los mercados emergentes el año pasado, la política ha pasado a ser el centro de atención.

Pedro Castillo, quien lidera el escrutinio, es un profesor y activista sindical del altiplano andino sin experiencia en cargos electos. Ha asustado a la élite peruana y ha deleitado a las masas rurales al presentarse con una plataforma populista de extrema izquierda. La alarma de las clases dirigentes ha aumentado debido a la alternativa: Keiko Fujimori, la impopular hija de un expresidente autoritario encarcelado, también investigada por corrupción.

Hay importantes lecciones para otros países pobres en la caída de uno que muchos describían como una historia de éxito hace apenas cinco años. Perú, el segundo productor mundial de cobre, aprovechó el auge de las materias primas y las condiciones resultantes inmediatas con aplomo. En la década anterior a la pandemia, combinó la segunda tasa de crecimiento anual más alta de América Latina, del 5.9 por ciento, con una baja inflación y una deuda modesta.

La microeconomía era menos impresionante. Conforme Perú se enriquecía, las nuevas clases medias abandonaron los servicios sanitarios y educativos de baja calidad en favor de alternativas privadas. Los oligopolios locales ahogaron la competencia. Muchos empleos creados eran informales y de bajos salarios. Una torpe descentralización dejó los servicios clave en manos de autoridades regionales mal preparadas para administrarlos.

La tóxica política de Perú contaminó las instituciones del país. Los sucesivos escándalos de corrupción atraparon a todos los expresidentes vivos del país y a gran parte de su congreso. El sistema de partidos colapsó, dejando un parlamento dividido lleno de desprestigiados legisladores de un solo mandato con pocos incentivos para considerar el largo plazo. El temor a la investigación por parte de fiscales cada vez más diligentes paralizó el gasto en proyectos clave de obras públicas.

Cuando el año pasado el coronavirus afectó el país con toda su fuerza, la respuesta inicial del gobierno pareció prometedora. Combinó un largo y estricto confinamiento con un gran paquete de asistencia social por valor del 20 por ciento del ingreso nacional. Los resultados fueron desastrosos. Se paralizó la economía, se dispararon las muertes y se agravó la pobreza.

Lo que surgió en medio del caos fue la imagen de un Estado crónicamente incapaz de cumplir sus funciones. El sistema sanitario resultó ser irremediablemente inadecuado. La aplicación del confinamiento fue irregular. Quienes trabajaban en la economía informal no tuvieron más remedio que seguir trabajando. Gran parte de las ayudas sociales no llegaron a su destino. Los presupuestos no se gastaron por completo. El gobierno tardó en conseguir las vacunas y se vio envuelto en un escándalo tras las revelaciones de que altos funcionarios fueron inoculados en secreto primero.

Sus vecinos comparten muchas de las deficiencias de Perú. Las protestas generalizadas y a veces violentas han sacudido a Chile, Colombia y Ecuador en los últimos dos años y la política en estos países se ha vuelto más venenosa.

Las lecciones tras la pandemia deberían incluir la evaluación de los mercados emergentes basada en una gama mucho más amplia de indicadores que los fundamentos económicos. Éstos deben incluir el desempeño en materia de salud, educación e infraestructuras y reflejar los resultados obtenidos, en lugar de los presupuestos asignados. Ni el banco central mejor administrado ni el ministerio de finanzas más tecnocrático es de gran utilidad si el resto del Estado es deficiente. Los inversionistas a largo plazo ignoran la política bajo su propio riesgo.

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