Fabrice COFFRINI / AFP

Líderes empresariales tienen que desempeñar un mejor papel político

Nos guste o no, ellos son poderosos actores en nuestra frágil política democrática y en la toma de decisiones a nivel global

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20 de enero de 2022 a las 10:17

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Martin Wolf

 

En el mundo occidental nos enfrentamos a dos crisis: un colapso de la confianza en nuestro sistema político democrático y una amenaza medioambiental planetaria. La primera requiere la renovación del propósito común en casa. La segunda requiere no sólo un propósito común en casa, sino un propósito global compartido. Éstas son cosas que las empresas no pueden proporcionar. Más bien, se necesitará una política eficaz. Una importante pregunta es si las empresas serán capaces de promover las soluciones políticas necesarias o de simplemente crear problemas políticos.

Un pequeño rayo de esperanza en cuanto a la política proviene de un informe publicado hoy por el Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge, titulado "The Great Reset" (El gran reinicio). El informe ha concluido, a partir de encuestas de opinión en 27 países, incluyendo todas las democracias occidentales, que la pandemia ha fortalecido la confianza en el gobierno y ha dañado significativamente la credibilidad de los populistas. Pero, hasta ahora, no ha aumentado el apoyo a la democracia. Esto es, al menos, moderadamente alentador. La confianza en el gobierno es una condición necesaria para actuar, especialmente cuando, como en el caso del medio ambiente, eso significa sacrificio.

Sin embargo, una significativa cuestión es qué lugar ocupan las empresas. Esta es una pregunta particularmente apropiada para plantear esta semana, cuando se está reuniendo, aunque sea virtualmente, el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), una organización que congrega a los líderes empresariales del mundo.

Las empresas operan dentro de un sistema: el capitalismo de mercado. Este sistema es ahora globalmente dominante, al menos en el ámbito económico. Esto es cierto incluso en la China actual. La esencia del capitalismo es la competencia. Esto conlleva profundas implicaciones: las entidades competitivas que buscan obtener beneficios son esencialmente amorales, incluso si respetan la ley. Dichas entidades no estarán dispuestas a hacer cosas que no sean rentables, aunque sean socialmente deseables, ni se negarán a hacer cosas que sean rentables, aunque sean socialmente indeseables. Si algunas de estas entidades intentan hacer cualquiera de estas cosas, otras las superarán a través de la competencia. Sus accionistas puede que también se rebelen. Ser o pretender ser virtuoso puede reportarle beneficios a una compañía. Pero a otras les puede ir bien sólo por ser más baratas. La sociedad — a nivel local, nacional y mundial — tiene que crear el marco en el que funcionan las empresas. Esto se aplica a todas las dimensiones: legislación laboral, seguridad social, política regional, regulación financiera, política de competencia, política de innovación, apoyo a la investigación fundamental, respuestas a las emergencias, medio ambiente, etc.

Lo que esto puede significar es el tema de una reciente edición de la publicación Oxford Review of Economic Policy sobre el capitalismo, la cual contiene ensayos que emprenden un desafiante examen de la economía del capitalismo contemporáneo. De manera crucial, las suposiciones bajo las cuales el capitalismo ha evolucionado en las últimas décadas son cuestionables, y han tenido algunos resultados altamente perversos. Se trata de un volumen realmente importante (en el cual yo también estuve involucrado).

De particular importancia son los ensayos de Anat Admati, de Stanford, y de Martin Hellwig, del Instituto Max Planck. Ambos consideran el papel de los líderes empresariales como voces influyentes (aunque actúan en su propio interés) a la hora de establecer la política pública en materia de derecho de sociedades, derecho de la competencia, fiscalidad, regulación financiera, regulación medioambiental y muchas otras áreas. El resultado, han sugerido ellos y otros autores, ha sido el surgimiento de un oportunista sistema de extracción de rentas que crea riesgos no asegurables para la mayoría y enormes recompensas para unos pocos. Esto, a su vez, ha desempeñado un significativo papel en socavar la confianza en la democracia y en aumentar el apoyo a los populistas.

De manera crucial, esto destruye la ingenua idea de que es posible separar el papel de las empresas que maximizan los beneficios del de la política a la hora de establecer las "reglas del juego", como famosamente lo recomendaba Milton Friedman. Las empresas han utilizado su influencia para establecer las reglas del juego bajo las cuales puedan entonces jugar. Las empresas no representan la única voz, por supuesto, pero cuentan con una voz bien dotada de recursos e influyente. Es especialmente influyente en EEUU, el país occidental más importante.

El resultado es una forma de capitalismo que, a pesar de su indudable superioridad económica sobre los sistemas alternativos, crea una distribución altamente desigual de las recompensas y transfiere riesgos inmanejables a la gente común. El resultado ha sido la política actual de ansiedad e ira. La crisis financiera de 2007-12 desempeñó un importante papel en el fomento de esa ansiedad e ira, ya que muchas decenas de millones de personas inocentes sufrieron mientras se rescataba a las instituciones cuyo comportamiento había provocado la implosión. Esta es seguramente la razón por la cual los populistas de derecha, en particular Donald Trump, acabaron reemplazando a los conservadores más tradicionales.

Ahora, sin embargo, la pandemia ha creado una oportunidad para el desarrollo de una política de competencia y propósito compartido. Esto al menos nos brinda la oportunidad de aspirar a algo mejor.

Creo que existe un argumento para sustancialmente reformar nuestra forma de capitalismo, preservando su esencia de innovación y competencia. Esto no sería inédito. La creación de la sociedad anónima de responsabilidad limitada fue, en su día, una innovación extremadamente controvertida. También lo fue la creación del seguro social. Sin embargo, hoy en día, la cuestión más importante, en mi opinión, es la relación entre las empresas, la sociedad y la política.

Por lo tanto, he aquí las preguntas que yo sugeriría que los líderes empresariales involucrados con el WEF se hicieran. ¿Qué estoy haciendo yo, como individuo influyente, líder empresarial y miembro de organizaciones empresariales, para aumentar la capacidad de mi país y del mundo de tomar decisiones sensatas en interés de todos? ¿Estoy cabildeando principalmente para obtener un trato fiscal y normativo especial para nuestro propio beneficio o estoy apoyando acciones y actividades políticas que unan a la gente de mi dividido país? ¿Estoy dispuesto a pagar los impuestos que nuestro éxito hace justificables o estoy explotando todas las lagunas jurídicas que me permiten destinar los beneficios a los paraísos fiscales que no han contribuido en nada a nuestro éxito? ¿Qué estoy haciendo yo, mi empresa y las organizaciones de las que formo parte para desalentar los daños en línea, la corrupción, el lavado de dinero y otras formas de actividades peligrosas y, de hecho, delictivas? ¿Qué estoy haciendo para apoyar las leyes que harán rendir cuentas a las organizaciones empresariales deshonestas y a sus líderes? ¿Qué estoy haciendo, sobre todo, para fortalecer los sistemas políticos de los cuales depende el éxito de la acción colectiva?

La pandemia ha aportado numerosas lecciones. Pero tal vez la más importante sea lo que se puede hacer si las habilidades de las empresas privadas se unen a los recursos públicos para lograr propósitos urgentes. Esto es lo que hace que la historia de la vacuna sea tan alentadora (y la reacción de los antivacunas tan deprimente). Los líderes empresariales son personas racionales a cargo de importantes instituciones. Ellos deben apreciar la necesidad de reforzar nuestra capacidad de tomar decisiones colectivas con sensatez. Nos guste o no, ellos son poderosos actores en nuestra frágil política democrática y también en la toma de decisiones a nivel global. Los líderes empresariales tienen que tomarse en serio este papel, y desempeñarlo con decencia y responsabilidad. A pesar de toda la retórica que escuchamos, esto todavía no es lo que vemos.

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