“Lo que pasó con el género va a pasar con el tema demográfico”

El economista y periodista afirmó que el problema demográfico “está claramente subestimado” y que el bienestar se apoya en los vínculos

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08 de mayo de 2022 a las 05:00

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Hay un diálogo en la película Intensamente en el que Tristeza dice: “¡Espera Alegría!, te vas a perder ahí”. Alegría le responde: “¡Piensa positivo!”. Y Tristeza concluye: “Ok… Estoy positivamente segura de que te perderás ahí”.

Este diálogo puede trasladarse a dos posturas que frecuentemente se advierten cuando se habla del futuro. No nos metemos ahí, por miedo. La pregunta es ¿cuánto de ese miedo atávico a lo desconocido nos frena en el desarrollo de estas discusiones en las que nos va la vida? 
Por eso hacen falta agitadores, provocadores, que nos sacudan el conformismo. Hay uno de ellos que, con sus publicaciones como espadas, da la batalla contra la ignorancia, el inmovilismo y también los miedos.

No escribe de ciencia ficción ni de un mundo perfecto. Consume información, procesa datos, investiga, proyecta y se anima a lo que mejor le sale: hacernos pensar. 

Sebastián Campanario, “Campa” para los amigos, es argentino, estudió economía, pero desde muy chico, a los 18 años, empezó a trabajar en periodismo. Primero en El Economista, después en Clarín, donde estuvo unos 15 años, y finalmente en La Nación, como columnista. “Lo bueno que tiene tener varios ‘sombreros’ es que cuando te deprimís con uno, decís que sos el otro (risas). Pero hace bastante tiempo que digo que soy, sobre todo, periodista, estoy reconciliado con ese rol”, afirma.

Hablando de futuro, la primera gran certeza es que no hay certezas. Todo va rápido, fugaz, descartable además. Todo muy agobiante.
Es exactamente así como lo decís. Hay una aceleración enorme del cambio que implica muchas cosas que hablaremos más adelante. Justo la semana pasada Walter Sosa Escudero, que es un economista amigo que a veces escribe en el espacio que tengo en La Nación, me comentaba que el último especial de The Economist que salió en diciembre, cuando se publican los pronósticos para el año siguiente, en este caso para 2022, no figura la palabra Ucrania como tampoco figuraba la palabra covid en el especial de diciembre de 2019. 

¿Es casi imposible hacer el ejercicio de la predicción, entonces?
Claro. A mí me gusta ver todo lo que está pasando con el prisma de la complejidad. No solo complejo en cuanto a lo complicado, que también lo es, sino vinculado a un mundo mucho más interconectado, con nodos por todos lados y con muchas más conexiones que lo que era hace poco tiempo, tres, cinco o diez años. Y cuando eso pasa, si bien no se puede aspirar a soluciones de sistemas, sí se puede aspirar a algunas cosas, como aprender a “bailar” con estas complejidades, aprender a vivir en un mar realmente embravecido y ahí uno puede usar ciertas reglas, ciertos esquemas mentales para estar un poco menos incómodo.

El mundo, casi por definición, es desigual. Por lo cual cabe la pregunta sobre si queremos seguir acentuando esas desigualdades, o debemos trabajar para achicar esas brechas. ¿Parte del bienestar de cada uno debería pasar por saber que todos estamos mejor, no?
Me voy a poner el “sombrero” de economista y entonces la respuesta es: depende (como decimos los economistas). Porque, por ejemplo con el tema de las tecnologías, lo primero es que la tecnología no es una sola. Es un montón. Y los avances vinculados a la tecnología también son un montón. Entonces hay algunas tendencias, algunas tecnologías que son más desigualadoras que otras. Hablás con gente del mundo “blockchain” y tiene otra visión respecto a la desigualdad que si hablás con la gente del mundo de la inteligencia artificial. Son muy distintas las dinámicas. Lo que sí es cierto es que ya se están produciendo cambios que son enormes. Recién ahora vamos a ver qué pasa con blockchain y con las criptomonedas. Esto se tendría que haber hecho antes, lo mismo con la inteligencia artificial.

Estamos corriendo de atrás.
Estamos corriendo un poquito de atrás. Pero creo que por lo menos hay conciencia. Lo mismo sucede con el cambio climático, porque la parte medio llena del vaso es que hoy por hoy hay mucha más conciencia del tema de la que había hace dos o tres años. Y eso es una condición para cualquier cambio positivo que quiera darse.

Te has detenido en temas vinculados a la bioeconomía, la biotecnología, las ciencias de la vida. La promesa es que seremos más longevos, pero muchos países enfrentan un dilema demográfico, con mucho envejecimiento y poca natalidad. ¿Cómo analiza esto?
Las ciencias de la vida van mucho más allá de la salud. Esta biorrevolución está afectando áreas de la energía, de la infraestructura, de la alimentación. Cuando se suman todos los sectores impactados por la “biotech”, son el 80% o 90% del PIB mundial. Hay mucha gente muy inteligente –Steve Jobs, por ejemplo–, que ya dijo que así como en los últimos 50 años hubo una gran revolución de cambios apalancada en lo digital, sucederá lo mismo con las ciencias de la vida en las próximas décadas. Marc Andreeson, titular de la casa de inversión estadounidense Andreesen and Horowitz, dijo en una nota del Wall Street Journal en 2011 que el software se estaba “comiendo al mundo”. Y fue muy premonitorio, porque en ese momento las empresas grandes del mundo eran bancos, o vinculadas a la energía, y algunas empresas de tecnología. Y él ahora está diciendo “Biology is eating the world” –la biología se está comiendo al mundo– y creo que ahí se entra en una dinámica de mucha mayor complejidad.

En su libro anterior sobre la “revolución sénior” trató el tema del cambio demográfico y los retos que impone.
El tema está claramente subestimado y ahora voy a un punto que comentábamos antes: hay aumento aunque no tanto en el récord de longevidad, que es de 122 años y que es muy difícil de romper, pero lo que está aumentando mucho es la cantidad de décadas que podemos vivir en plenitud física y productiva. Las supercentenarias son aquellas personas de más de 110 años (que son muy pocas). Se sabe que hay un 2% de la gente que llega a 100 años que logra llegar a 110. Ahí tenemos la gran barrera, y esa barrera con todos los avances que estamos viendo creo que se va a modificar. 

Pero eso, combinado con la reducción de la tasa de natalidad, es un problema.
Es algo dramático, de lo que se escribe poco y se habla poco. Pero si se extrapola esa tendencia, hay países de Europa que se quedan sin población a fin de siglo. A Japón le va a pasar algo parecido, su población se reducirá a la mitad o a un tercio de la actual. También estamos hablando de España, de Alemania e Italia…, con lo cual los cambios son realmente dramáticos. El otro día estaba leyendo una “formulita” sobre la pirámide de población de Rusia que es un desastre… Hay lo que Marcelo Rinesi, que es un futurólogo amigo mío, llama “problemas demasiado rápidos y demasiado lentos a la vez”.

¿Cómo se explica eso?
Son demasiado lentos en cuanto no generan un incentivo para que los presidentes los resuelvan, porque no les van a estallar este año ni el próximo. Pero son demasiado rápidos en cuanto los vamos a ver nosotros, los vamos a ver en nuestra generación. 

Es un esquema muy peligroso, porque cuanto menos previsto esté un gran problema, más tardará en encontrarse la solución.
Un ejemplo: tal vez el cambio climático necesite, qué sé yo, que se inunde Nueva York para que “caiga la ficha” de que hay que hacer algo en esto. Y en demografía lo mismo, tal vez se necesite una gran crisis económica en un país de alta longevidad para advertir todo lo que se viene. 

En su último libro El futuro del bienestar dice que el nuevo bienestar es una habilidad que puede entrenarse, que puede mejorarse. Y también el libro parece que dejar atrás la teoría de la “economía de la felicidad”.
Yo escribí de economía de la felicidad en mis dos primeros libros La economía de lo insólito y Otra vuelta de la economía, con Martín Lousteau, el exministro de Economía (Argentina 2007-2008). Era un tema que me divertía mucho como periodista, pero hace rato que dejé de escribir de eso porque me parece que tenía muchos fuegos artificiales y poca densidad, más allá de algunas conclusiones. Hay una frase que le escuché a Brian Eno (productor musical), que es un gran gurú de temas de creatividad, que dice “no le temas a los lugares comunes”. Viste que los periodistas medio que le huimos a los lugares comunes, y para mí fue algo muy revelador y de mucha sabiduría. Hay cosas que son lugares comunes y no por eso dejan de ser ciertas, valiosas o válidas.

¿Por ahí transita el libro, profundizando esos “lugares comunes”?
Este libro va mucho más al hueso de lo que es el bienestar. Hay otro concepto que a mí me gusta mucho que es el vu déjà. Se tiene un déjà vu cuando se siente que ya vivió algo. Bueno, esto sería al revés, porque refiere a algo que ya se viene viendo pero de otra manera. Y con lo del bienestar traté de ver qué más se puede saber de esto, de otra manera. Hay mucho más de innovación que de economía no convencional.

¿Y afirma que algunas de esas variables pueden ser “moldeadas” por cada uno?
Sí. Estudios sobre el bienestar físicoemocional –el más famoso es uno de Harvard– llegan a unas siete conclusiones que todos sabemos: comer bien, hacer ejercicio, hidratarse, ese tipo de cosas… Empecé a ver altas correlaciones con cosas que sospechábamos menos, como por ejemplo las relaciones. De las siete cosas que hay, la que más se relaciona con tener una vida plena, saludable, feliz, etcétera, son las relaciones. Y no necesariamente las relaciones de pareja. Pueden ser amigos, vínculos, sobre todo las relaciones medianas. La pandemia nos dejó con las relaciones profundas, nuestra familia, a la que seguimos viendo, y el Zoom con gente que no conocemos. La gente con la que te cruzabas en el bar por la mañana, en la máquina del café de la redacción, la que veías cuando llevabas a tus hijos a algún lado…, eso se rompió. Y eso ahora se sabe que tiene mucho más impacto en el bienestar físico-emocional que lo que se suponía. Y hay un montón de avances novedosos, como la eficiencia del sueño, la economía del sueño, que era un tema que no estaba en la agenda del bienestar hasta hace relativamente poco tiempo.

Un eje del libro es lo presente que está el sexo en el bienestar.
Antes el sexo a nivel económico era la industria porno o el triple X, que era una cosa muy chiquita en la economía. Y ahora está en el “mainstream” del bienestar. Y cuando pasa a ser parte del mainstream las empresas pueden hablar de eso, todos podemos hablar de eso, se transforma en algo mucho más grande.

Además de la pandemia más famosa de los últimos años, hay otras más silenciosas, y la soledad es una de ellas. También hace referencia a este “debe” que tenemos como sociedad.
La justificación para escribir este libro es que siempre fue un tema importante y con la pandemia tomó mucho más protagonismo, cuando hubo una especie de apocalipsis de bienestar. Creo que está muy subestimado el problema de la salud mental. Hay millones de millones de dólares de costo (algo así como el 10% al 20% del PIB global, para enfrentar los desafíos que plantea la salud mental. Hay países desarrollados que tienen más personas que faltan al trabajo por temas de salud mental que por temas de salud física. Es un problema de primer orden y por eso también hay otros sectores, como los psicodélicos, los cannabis, más drogas en un montón de terapias alternativas que están creciendo mucho en este caldo de cultivo.

El tema de los psicodélicos está muy presente en el libro. Y una de las conclusiones que saca es que logra consensos inesperados entre gente de posturas ideológicas antagónicas.
Si, cada vez que escribo de esto en La Nación recibo algún insulto (risas) y me dicen ¿te parece poner esto? Hay un título que habla de los “viernes de microdosis”, porque en Estados Unidos en las startups de la zona oeste hay empresas que, en vez de irse a tomar una cerveza o un fernet, se dan una microdosis de psicodélicos. Y hay que manejar estos temas con mucho cuidado, aunque no por la eventual prohibición de este tipo de consumos. En Argentina por lo menos se plantea a nivel experimental y cuando escribo o divulgo de esto trato de hacerlo con muchísimo cuidado. Pero sí, como decías, en Estados Unidos pasa algo muy gracioso, porque coinciden los republicanos y los demócratas. Los demócratas porque tiene contacto con la agenda liberal “progre” de los 60 y los republicanos porque es la forma de terapia para los traumas de guerra, el estrés postraumático de guerra. Entonces todos los veteranos de guerra van a clínicas de ketamina, que es un tipo de psicodélico, y se trabaja el postrauma de guerra con psicodélicos.

Cuando habla del futuro del bienestar, también instala la mirada economicista. ¿Es un buen negocio para las empresas ayudar a que todos estemos mejor?
Todavía tengo ese sesgo de economista y muchas veces termino explicando cosas con una lógica de incentivos. Porque creo que tanto el tema séniors como el tema del bienestar, que son cambios sociales, son muy difíciles de predecir porque los cambios sociales son olas. Lo que pasó con el género en su momento creo que va a pasar con el tema demográfico. Pero es muy difícil saber cuándo va a pasar…, será en la década que viene, tal vez. Hay que saber que cuando las empresas se dan cuenta que hay plata sobre la mesa, las cosas empiezan a cambiar. Y se dan cuenta que es ridículo no ver que hay personas de 60 o 70 años con mucho dinero que quieren gastarlo. Ahí empiezan a liberarse de algunos prejuicios. Con el bienestar pasa algo parecido. Creo que hoy por hoy cualquier abordaje con “un sólo sombrero” está condenado al fracaso absoluto. Yo odio a los “dueños de temas” y son callos que piso mucho. Cuando hablo por ejemplo de bienestar, los médicos dicen “qué hace este tipo hablando de psicodélicos” Y cuando hablaba de séniors, también. Los gerontólogos dicen “qué hace este acá”. Y además a mí no me interesa después ser un consultor de eso, porque estoy cambiando de temas todo el tiempo. Ahora estoy con los criptos, por ejemplo. Sobre nuestras sociedades acá, el tema optimismo/pesimismo es muy personal de cada uno. Soy optimista.

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