Juan Samuelle

Los productores que lamentan darle herramientas a sus hijos... para que se dediquen a otra cosa

Los viticultores que sumaron montes y la venta directa en ferias para que los números cierren: el caso de Andrés Moreira y María Amaro, como sucede con varios

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15 de agosto de 2021 a las 09:00

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Andrés Moreira y María Amaro conforman un matrimonio que está al frente de una empresa vitícola y frutícola de escala familiar. Hace 20 años, aunque les hubiese gustado seguir produciendo solo en sus viñedos, tuvieron que diversificarse y sumaron la explotación de montes con manzanos y perales. También debieron dar otro paso, transformarse en feriantes para vender parte de su producción, de modo de evitar lo más posible años con pérdidas y alcanzar un margen de rentabilidad al menos mínimo, para mantenerse en el medio rural y darle mejores oportunidades a sus hijos.

El Observador visitó a Andrés y María en su casa, en la zona donde producen, en El Colorado (Canelones) –km 18 de la ruta 48–, a pasos de un espacio emblemático: la Escuela Superior de Vitivinicultura “Presidente Tomás Berreta”.

El área productiva se extiende sobre seis hectáreas, propiedad de la familia, con dos hectáreas de viñedos con plantas Tannat y Moscatel y el resto con montes que producen manzanas y peras.

La uva se destina, el 100%, a una bodega cuyos vinos se venden al mercado interno y se exportan. La productividad promedio es 30 mil kilos de uva por hectárea.

En el caso de las manzanas y peras, la productividad varía más en cada zafra. Una parte de esas frutas se comercializa a un mayorista en la Unidad Agroalimentaria Metropolitana (UAM) y el resto lo venden de modo directo en ferias, tres veces por semana, en dos ferias de Las Piedras y en una en La Paz.

Andrés integra una cuarta generación de viticultores. Todo comenzó con su bisabuelo, hace unos 100 años y en los mismos predios en los que hoy él produce. Su abuelo siguió en el rubro y su padre (Gerardo Moreira) sigue produciendo uvas para remitir a la industria bodeguera.

El caso de María es diferente, su familia es de Las Piedras, pero no del sector productivo, al que se vinculó por su relación con su esposo. “Hace 20 años estamos juntos y nos gusta esto”, dijo.

No obstante, sobre el futuro laboral de sus hijos (Sofía de 13 años y Facundo de 9), puntualizó: “Veo difícil que sigan acá y soy sincera, por el esfuerzo que demanda ser productor rural y como no todos los años te va bien preferiría que tomen otro camino, pero lo van a decidir ellos; hoy la prioridad es invertir en que ellos estudien”.

Andrés contó que “veníamos con un atraso importante en los pagos al Banco de Previsión Social (BPS), unos cuatro años, eso se generó después de una piedra grande (granizada) y recién ahora pudimos firmar un convenio, porque uno quiere cumplir; entregamos US$ 5.000 que para un emprendimiento chico es un platal”.

El objetivo, encaminado eso, es ponerle el foco al día a día, pero con la mirada a más largo plazo invertir en una reconversión varietal en viñedos y montes. “Hay plantas viejas, de la época del Predeg (Programa de Reconversión y Desarrollo de la Granja) –del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP)– y plantar algo nuevo es fundamental para mantener una producción de cantidad y de calidad”, contó Andrés.

Juan Samuelle
María y Andrés en uno de los cuadros de viñedos, en la zona de El Colorado, en Canelones.

Solo viticultores: "Hay que ser muy guapo"

Añadió que percibe que la viticultura es una actividad que viene “cayendo” y “de gran manera”, consecuencia de muchos años con más resultados malos y cuando son buenos por un margen pequeño, lo que genera un desestímulo, además de la necesidad de sumar algún otro rubro que permita añadir un ingreso.

“Los que solo siguen siendo viticultores, como mi padre, son cada vez menos y la verdad es que para ser solo viticultor hay que ser muy guapo”, reflexionó.

Sobre el tema precio, dijo que “recibir $ 12 o un poco más por kilo de uva no siempre alcanza, nosotros somos un caso especial porque la mano de obra somos mi señora y yo, a veces algún zafral, por lo tanto capaz tengo un costo de $ 8 a $ 10 cuando no hay años que pase algo y te suban los costos por ejemplo de los tratamientos”.

En la estructura de costos, en este emprendimiento la mayor inversión es en agroquímicos y luego, lejos, en tributos y combustible.

Hoy, admitieron, lo que “salva las cosas” es la decisión de vender en la feria, directo al consumidor, con lo cual hay un ingreso constante, aunque demanda el esfuerzo adicional de “hacer feria”. Lo habitual es que vayan juntos, María se quede a vender y él regrese a trabajar en los montes de frutales, para luego ir a buscarla.

Si bien entienden que el mayorista tiene sus costos y debe tener su margen, “vender en la feria nos permite un ingreso que en algunos casos es el doble que lo que se obtiene llevando la producción al mercado, pero tiene ese sacrificio de hacer feria que es algo que se suma a todo lo demás”.

Andrés, su labor de viticultor la fue aprendiendo con el paso de los años tomando conocimientos en el ámbito familiar. En el caso de la producción de las otras frutas, fue fundamental ser parte, hasta la actualidad del grupo Piedra Sola, unos 16 pequeños viticultores y fruticultores de la zona que tienen el asesoramiento profesional de un ingeniero agrónomo.

“Somos productores chicos, normalmente vendemos todo lo que producimos, pero en años de mucha producción de manzanas o peras no te sirve cosechar todo y mucha fruta queda en la planta, el precio es tan bajo que no vale la pena pasar trabajo y gastar en mover la fruta, y eso pasó este año”, mencionó. Por lo tanto, les conviene una producción baja, porque se gasta menos y todo lo que se produce se coloca y a un precio mejor que en años de abundancia.

La ignorancia sobre el sector

Sobre el reconocimiento o no que desde otros sectores de la sociedad hay sobre el valor del granjero, María dijo que “hay de todo”, con gente que conoce, pero también “mucha ignorancia que te duele”. Citó como ejemplo el de gente que en la feria señala el cajón y pregunta si esas manzanas fueron arrancadas recién del árbol, cuando el ciclo es estacional y la cosecha se realiza de febrero a abril y luego la manzana se conserva en frío para ir colocándola hasta una nueva cosecha.

Para no estar tan justos en las cuentas, “precisamos que algún gobierno –ninguno lo ha hecho– haga una diferenciación para ayudar al chico, no queremos plata… sí algún costo que sea más bajo que para el grande que tiene otro tamaño para defenderse”.

Al final de la charla, María se refirió una vez más a lo que más les quita el sueño: el futuro de sus dos hijos. “Nos encantaría que siguieran en esto, pero como queremos lo mejor para ellos capaz lo mejor es que sigan en otra cosa; ahora que estudien y que llegado el día decidan y ahí vamos a estar para apoyarlos, ya sea que quieran ir a la Facultad de Agronomía y seguir en esto o agarren para cualquier otra cosa”.

Juan Samuelle
Los productores, especializados en viticultura, sumaron montes de manzanas y peras.

Cambio de hábito

En un momento de la charla los productores, a propósito de adversidades que se suman a otras clásicas como por ejemplo que ellos no manejan el factor climático, mencionaron que cambió el hábito en la gente a la hora de comprar manzanas.
“Antes llevaban todo, ahora la gente es más selectiva y mercadería con algún detalle, que hasta la pueden comprar a un precio más bajo, ni vale la pena llevarla”, dijo Andrés.
“Si le ven una marquita, que puede ser de una uña al cosechar, una picadura, un hongo que le sacás la cáscara y aprovechás el resto, no te llevan esa manzana y eso es un problema”, agregó.
Pese a esos pequeños detalles, esa mercadería –remarcó– sigue siendo mejor que la que se puede comprar un una de las grandes superficies porque la manzana del productor que va a la feria tiene casi nada de manipulación y va en pocas horas desde la granja al cliente.
Finalmente, la opción de destinar la manzana con algún detalle estético y que no vale la pena llevar a la feria a alguna industria que produzca sidra o jugo no es muy atractiva, por el precio que se obtiene, que es muy bajo.

 

El gremialismo

Andrés es directivo del Centro de Viticultores del Uruguay (CVU), entidad que preside Fernando Imperiale, desarrollando una labor gremial que implica quitarle horas al trabajo y al descanso, “pero se hace con gusto, es una manera de mantenerse actualizado y aportar cosas”.

El CVU es una gremial que va a cumplir 90 años en 2022. “Hay una trayectoria de gran prestigio que nos da orgullo, es la única gremial nacional pura de viticultores”, opinó.

El gremialismo, admitió quien integró el directorio del Instituto Nacional de Vitivinicultura (Inavi) por el CVU cuando el Inavi era presidido por José Lez, “es algo que uno lo lleva en la sangre”, considerando que en su caso fue una actividad que desarrollaron su padre y un tío abuelo.

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