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Mil nombres para Rosa Luna: 85 años de una mujer y una leyenda

La vigencia de la artista y la luchadora social, que cumpliría 85 años este 20 de junio
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19 de junio de 2022 a las 05:00

La Rosa nerviosa se pinta los ojos. Los diarios la anuncian, dicen que es la mejor
Jaime Roos

Por momentos pensaba que era un augurio: un nombre que le marcó una vocación artística que la acompañó toda la vida. Rosa Luna. “Reconozco que puede decirse que son nombre y apellido comunes, es verdad, pero conjuntados suenan diferentes. Simplemente justifico a los que dicen que es artístico y no verdadero, que en lo que a mí se refiere es ambas cosas”. Un nombre que está grabado en la historia cultural del Uruguay.

Rosa Amelia Luna nació el 28 de mayo de 1937 en una pieza del Medio Mundo. Sin embargo fue registrada casi un mes después: el 20 de junio. Estaría cumpliendo 85 años. Pero a lo largo de su vida, y aún después de su muerte, fue bautizada varias veces: diosa pagana, reina de las Llamadas, Rosa Candombe, vedete del asfalto, mito viviente.

Pero siempre fue, sobre todas las cosas, Rosa Luna.

Rosa, de Cuareim

Tuve la suerte de nacer en el Medio Mundo, en Cuareim 1080, allí donde los morenos de mi raza repiqueteaban los tamboriles noche a noche y hacían temblar las paredes de construcción antigua. En aquel recinto de mil familias, ropas tendidas y ventanas al cielo, no existía almanaque ni fechas para carnaval”, dice en el libro Rosa Luna. Autobiografía. La leyenda (De la Plaza), que recoge testimonios en la voz y la escritura de la artista.

Su madre, Caferina “La Chunga” Luna, tenía 24 años cuando dio a luz a la que fuera la primera de 14 hermanos. Su padre, Luis Alberto “Fino” Carballo –carnavalero, compositor, director y fundador de Araca la Cana– nunca reconoció a la niña, salvo cuando se convirtió en la mujer en la que se hizo después. “Se acordó tarde, después de mis 20 años. Dicen que nos parecemos mucho y puede ser, pero más allá del parecido físico rescato como herencia el llenar mi cuerpo de candombe”. Sin embargo, tuvo la generosidad de no cobrarle esa cuenta.

“Fue allí, en ese conventillo que descubrí mi gran amor: el candombe. Aunque creo que nació conmigo y lo llevo en la sangre desde el mismo día que aquel vientre de mujer sufrida se abrió para darle paso en la vida a una niña negra que tuvo el nombre que su pecho materno supo darle. Por eso hoy miro los negritos de pies descalzos que bailan detrás de los tamboriles y creo verme. Es que parte de mi infancia fue eso. El irresistible movimiento de mi cuerpito delgado ante el sonido de las lonjas que aquellos hombres, padres de muchos y dueños de poco, hacían sonar con furia como enviando un mensaje al dios imaginario que hacía oídos sordos a los gritos de mi raza”. Candombera, desde la cuna.

Cuando tenía apenas 9 años los expulsaron del conventillo y su padrastro la puso a trabajar de sirvienta de casa en casa, con las familias de la clase alta montevideana. Rosa la describe como la etapa más triste de su vida, entre el hostigamiento constante de las mujeres que se sentían dueñas de algo y los manoseos de los hombres que se creían dueños de todo. “Si no hablo mucho de mi niñez no es solo porque me hace sufrir, sino también porque me da bronca. Yo en esa época tendría que haber ido a la escuela pero andaba fregando pisos y limpiando la mugre de otros. Y como yo, ¿cuántas?”, dijo en una entrevista al periodista Ettore Pierri de La República.

Rosa, de la Antequera

“Antes de ser la Rosa Luna del carnaval, fui la Rosa Luna de la Antequera”. 

El café Antequera, inaugurado en 1955 en la cara norte de la plaza Independencia, era sede de la bohemia montevideana. Rosa Luna, siendo aún menor de edad, se integró al mundo de aquel café que por el día vendía cortados y medialunas y cuando caía el sol se convertía en el templo del juego y la noche.

Ahí fue donde mató a un hombre. Un cafiolo que le reprochaba a una mujer que la plata que había hecho con su propio cuerpo era poca y, según recoge su biografía, cuando la mujer le contestó que no tenía más recibió como respuesta un cachetazo y una puteada. Nadie hizo nada. Salvo Rosa Luna, que le hizo frente y le devolvió una trompada. Entonces, sacó un cuchillo que tenía escondido en el gabán mientras él volvía a la carga con una silla en alto y se interpuso el filo de la hoja. “Muchos se acuerdan de que Rosa Luna mató a un hombre, pero muy pocos saben que se trató del primer caso de legítima defensa en la Justicia uruguaya y ni siquiera hubo procesamiento. Fue en defensa propia y por proteger a una amiga, cuando en la Antequera manché mis manos de sangre, y le quité la vida a un hombre”, escribió años después.

Pasó 48 horas en la comisaría 1ª y volvió al calor del hogar materno en Avellaneda 3938, en el corazón de la Unión. Inmediatamente, José Antonio Machado la contrató para Añoranzas Negras. Tenía claro que necesitaba un lugar donde apoyarse después del trauma pero tenía miedo al rechazo popular. Sin embargo, el público la recibió con una ovación que la hizo llorar.

Rosa, la candombera

“En las llamadas no estoy concursando, no me importa el dinero, no me importa nada, ni siquiera me siento vedete, es mi fiesta íntima y la disfruto como tal, soy Rosa la candombera”.

Debutó en Carnaval en 1951, cuando todavía no tenía 14 años, y no fue en una comparsa sino en una revista: Zorros Negros. Le siguió Palán Palán. Pero ya en 1954 pasa a integrar Fantasía Negra junto a Pirulo y la Negra Johnson. “Tenía el fuego de la sangre que hacía que mis movimientos fueran innatos y mi sonrisa sincera. Porque nunca forcé mi cuerpo, lo dejé irse ante el repiquetear de las lonjas y el público premió con aplausos esa figura de tez morena y dientes de mármol, que pisaba fuerte y segura el pavimento del Centro”.

Desde entonces encabezó todas las cuerdas en las que le tocó estar: Morenada, Añoranzas Negras, Serenata Africana, Esclavos del Nyanza y Marabunta, solo por empezar a nombrarlas. Admiraba profundamente a la Johnson y la prensa de la época se empeñaba en enfrentarla con Marta Gularte, aunque siempre la reconoció pionera. “Colegas tuve y tengo muchas. Rival, una sola: Marta Gularte. Rival porque sin proponérmelo iba a robarle de un zarpazo la corona. Porque las jóvenes deben saber que Marta también supo ser la mejor”. Las aplaudió siempre y fueron las únicas a las que consideró referentes.

Fue la primera que rompió filas y se paró adelante de los tambores con sus tacos de 13 centímetros para escucharlos mejor y no vaciló en hacerlos tocar madera para volver a empezar con fuerza cuando su oído entrenado se lo requería. Un legado que aún se mantiene en cualquier comparsa. “¿Qué son los tambores para mi? Es fácil. La razón de mi danza, los que mueven mi cuerpo a morir, que calientan mi sangre. Los que llevo en el alma de manera tal que desde las motas a la punta del pie nada puedo contener. Los que menean con cadencia ese sentimiento legado por mi raza desde las raíces y me permiten representar y convertirme en la Rosa Luna de mi gente”.

Si bien los trajes de Rosa Luna revolucionaron la estética de la época, con sus grandes tocados de plumas y cristales, todo era prescindible si limitaba la expresión de su cuerpo: “Que nada obstaculice mi danza, nada de coreografías, lo más libre posible para que mis movimientos no tengan frenos, ni impedimentos. Que desplazarme sea lo más natural posible porque es mi fiesta, la de mi raza, y aquí no valen las plumas, solo vale la danza y la mayor entrega deja de lado la vedete y da paso a la bailarina de candombe que llevamos adentro”.

“Bailo espiritualmente para mí, para mi raza y para los que sienten como yo esto que es mezcla de rito pagano, religión, raíces y al que mi negritud no puede abstenerse”.

Se sabe que cuando se acercaba los rumores crecían, porque la esperaban a ella: ¡Ahí viene Rosa Luna! La danza, el porte, el carisma y esa sonrisa eterna son parte de la historia. “Primero soy candombe, segundo comparsa y tercero carnaval. Cuarenta años pasaron desde que llegué a los Zorros Negros soñando ser Marta Gularte. Como fui yo misma, me convertí en Rosa Luna. Está bueno soñar con la mejor, admirarla y quererla, no imitarla, así lograrás que también te conviertas en la que sueñen algún día parecerse”. ¿Cuántas sueñan hoy en día con parecerse a Rosa Luna?

¿Cuántos niños que la admiraron ahora son referentes culturales? “Prefiero parar 100 veces para besar un niño, que 10 para que me saquen una foto. Los niños lo recordarán toda la vida, los fotógrafos lo olvidarán cuando encuentren otra que les venda más”, reconocía Rosa Luna. Y nadie se olvida de la primera vez que la vio.

Yessy López, Mejor Vedette de Llamadas en 2022, recuerda el impacto que le causó Rosa cuando la vio bailar por primera vez. No puede olvidarlo. Ahora la lleva tatuada y la recuerda permanentemente. “Ella fue una gran referente a nivel social y cultural. No solo era la Rosa de los tambores, de las llamadas, se paraba frente a una cuerda de tambores y la gente la esperaba. Esperaba hasta la última comparsa solo para verla a ella. Creo que los principal es lo que hizo con la cultura. Tiene una historia riquísima. Muy respetada. Fue una de las primeras mujeres negras que impuso esa forma de ser en aquella época, no era tan fácil imponerse de la manera que ella se impuso y le llegó a todo el pueblo”.

Cuando uno es pequeño todo parece incluso más grande. Para Paola Correa Ramos, cuando era una niña, Rosa Luna era grandísima para su tamaño. Amiga de la familia, Rosa era una de las figuras adultas que siempre llamaba su atención pero descubrió más aspectos de ella después de su muerte: su compañerismo, el espacio que habilitaba en la Tribu de Rosa Luna para trabajar y desarrollar la cultura, su humildad y colaboración.

“Era un mujerón con una energía linda. Pasan los años y lo sigue transmitiendo. Eso me pasa cuando la veo bailar. Es una gran referente para mí. Todos esos valores los comparto y me gusta vivirlos, generar ambientes lindos entre mujeres, trabajar un feminismo en el que todas las mujeres somos iguales y valemos lo mismo. Para mí es muy importante en su mensaje, en su baile, en su estilo como vedete”, destaca Correa Ramos, que fue elegida como Mejor Vedette de Llamadas en 2020. ¿Se siente la presencia de Rosa Luna en las Llamadas? “Hay un montón de candomberos que están con ella ahí arriba y bajan ese día. Donde suene un tambor hay algún candombero sobrevolando. Eso pasa siempre. Lo siento en el Teatro de Verano también, ella está ahí”, responde Correa.

Ambas coinciden en eso que Rosa tenía que es indescriptible, eso que no se aprende, eso que levanta la cuerda y a la gente a su paso. “Simplemente soy una negra candombera ¿y qué es una negra candombera? Mucho más que todos los adjetivos que suenan lindo, pero no son tan profundos, ni tan sinceros a veces. Para ser una candombera hay que vivir y soñar, reír y llorar. Tenés que amar a tu gente, ser clara, sincera y sentir lo que haces, si no, no eres candombera. Debes creer en tu raza, palpitar y vibrar cuando entregues tu danza”.

El próximo lunes 20 de junio se llevará a cabo un homenaje a Rosa Luna en sus 85 años. Será a las 20:00 en el Auditorio Nelly Goitiño del Sodre, con la participación de su Tribu y figuras del candombe uruguayo. La entrada es libre y gratuita.

La Negra Rosa

“Mujer y negra soy y seré toda la vida, pero vedete solo cuando me pinto y me pongo plumas; así que tengo claro qué lugar tengo que ocupar primero. Por eso me sienta mejor ser La Negra Rosa, es lo que me dice el espejo cada vez que lo enfrento y ese nunca miente”.

Rosa Luna trascendió el tiempo y la cultura. Se convirtió, por mérito propio, en una figura de relevancia social.

Durante cuatro años escribió su columna “Así piensa Rosa Luna” en La República. Una columna de opinión crítica y contundente. Una mujer que hizo valer tanto su pensamiento como su carisma y su danza. Se transformó en la voz de muchos que no tenían los medios para denunciar sus injusticias. Era la mujer detrás de las plumas de la vedete. Y tenía mucho para decir. “He logrado que mi sensibilidad le gane a mis grandes pechos, y que me crean, quieran y respeten por la mujer que soy y no por un objeto o símbolo sexual que nunca me interesó ser”.

Una mujer adelantada a su tiempo. De esas a las que las adversidades de la vida las convirtieron en luchadoras, pero no solo por ella sino por otras mujeres y por la herencia afrouruguaya. Fanática de Nacional y de Wilson, aunque eso no impidió que expresara sus diferencias, por ejemplo en cuanto al voto por la Ley de Caducidad.

“Solo el amor real te puede convertir de mujer de la noche a mujer del día”, escribió. Se refería a Raúl.

Raúl Abirad conoció a Rosa Luna cuando tenía apenas 9 años, pero fue suficiente para enamorarse para toda la vida. Una noche de enero en el Cerrito de la Victoria, Rosa ensayaba al frente de la batea de Piel Morena, la comparsa de un joven Julio Sosa “Piel Kanela”. Esa noche descubrió el encanto de los tambores y apenas llegó a tocarla. Pasaron nueve años más, cuando una noche, a sus 18 años, volvió a verla: “Yo jamás había había hablado con ella, pero ya la quería”. 

La esperó afuera del bar en el que estaba reunida después del desfile y la invitó a tomar una cerveza. Y aunque él no tenía plata para pagar el trago, el mozo lo dejó a cuenta de la casa. Porque claro, ella era Rosa Luna. Desde esa noche de carnaval a principios de la década de 1980 no se volvieron a separar. “Mi vida con ella fue lo mejor que me ha sucedido”. 

Desde entonces estuvieron 14 años juntos, hasta su muerte. 

“Era una mujer sensible, muy humilde, muy humana, luchadora, solidaria. Hay muchísimos adjetivos que hacen a la persona, a la Rosa Luna de todos los días. Muchas cosas que dijo que hoy mantienen vigencia cuando hablamos de la defensa del género y de las discriminaciones. Eso ha calado muy hondo porque no solo quienes cumplen su función en el rol de vedete la admiran y un poco quieren ser todas Rosa Luna, no solo por la danza sino además porque caló muy hondo todo su mensaje”, dice su pareja y manager en diálogo con El Observador.

Si bien habla de ella con el cariño intacto, reconoce que “es difícil sintetizar a Rosa”. La mujer con la que admite que fue feliz y a quien hizo feliz. Con quien adoptaron un hijo: Rulito. Que se convirtió en la luz de los ojos de la artista.

Pero la relación no se dio fácil: los 24 años de diferencia de edad que se llevaban y el hecho de que conformaban una pareja interracial atraían miradas. Pero, entre todo, la diferencia sociocultural era lo más difícil de entender para el afuera. “Fue el más complejo porque yo venía de una familia acomodada. Me trajo muchísimos problemas. Podría ser originado por las dos causas anteriores pero creo que fundamentalmente por las diferencias socioculturales. Estuve mucho tiempo sin ver a mi familia. Era una cosa que ella vivía con mucha naturalidad porque no tenía prejuicio ninguno y vivía su vida a su manera. Como se sentía cómoda y como la hacía feliz”.

Pero el candombe también la llevó a viajar, coincidentemente, por medio mundo: Brasil, Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú, Venezuela, México, Dominicana, Cuba, Estados Unidos, Australia, Europa, Canadá, donde murió, a 11 mil kilómetros de su tierra por una falla cardíaca.

Rosa, la leyenda 

“Si logro que recuerden más la mujer que fui que la vedete de la cual me disfracé habré logrado mi cometido en esta vida”.

Aunque murió el 13 de junio de 1993, el destino quiso que su sepelio fuera el mismo día que figura en su partida de nacimiento. La mañana del 20 de junio, el calor de las lonjas y la multitud que se reunió para despedirse de la artista apaciguaron el frío. 

Fue una demostración de congoja del pueblo uruguayo. Se habla de más de 80 mil personas en su sepelio, en las calles con la gente acompañando el féretro. No se vio nunca además para una mujer, para una artista nacional y para una representante popular”, recuerda Abirad. Desde entonces ha sido permanentemente recordada. 

No solo en documentales, espectáculos, obras de teatro, libros, canciones y obras de arte, sino en cada toque de un tambor y en el paso candombero en el asfalto uruguayo. 

“Es una figura que generó y genera una aceptación y un cariño muy espacial en la gente. Y sí tiene explicación, quienes estuvimos al lado de ella sabemos que eso se lo ganó con su forma de ser”, asegura su pareja. 

Rosa del Carnaval, la reina de los tambores, la leyenda de las llamadas. Rosa Luna. Todavía mantiene su legado vigente en la cultura de un pueblo que la recuerda no solo como la vedete, sino como la mujer que legó un mensaje de igualdad y respeto.

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