Moro y Lula, dioses en disputa

El juez del Lava Jato cae del Olimpo y su reo resucita

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15 de junio de 2019 a las 05:04

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Junto a un puñado de policías honestos y ambiciosos, él desencadenó la barrida anticorrupción más grande de la historia de Brasil y de América Latina. Pareció un dios intocable, un justiciero adorado por las masas. Pero luego comenzó a caer con rapidez, hasta el borde mismo del fango.

Sergio Moro, un juez estudioso y formal de Curitiba, echó a andar en 2014 la operación Lava Jato (hidrolavadora). Tiró de una pequeña cuerda floja, siguió su recorrido, provocó un “círculo virtuoso” de delaciones a cambio de condenas más suaves, al estilo del proceso mani puliti en la Italia de los años ‘90, rompió un antiquísimo pacto de silencio, y puso al descubierto una enorme trama de sobornos a partir de las obras de Petrobras, la mayor empresa del país, y descabezó compañías, partidos y al mismísimo Congreso. 

La cruzada de Moro, que derivó en unas 160 condenas y la recuperación de miles de millones de dólares, incluyó el mayor acuerdo trasnacional por sobornos alcanzado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, así como investigaciones en varios países de América Latina, que llevaron a prisión a seis ex presidentes, brasileños y extranjeros, y provocaron el suicidio de otro.

La joya en la corona fue la prisión del arrogante Marcelo Odebrecht, un príncipe de la empresa brasileña, quien terminó entregando un exuberante mapa de desvíos de dinero hacia políticos de una decena de países, incluido el paso de “coimas” por Uruguay. 

Y por último, el golpe más vistoso: el encarcelamiento del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT), el hombre ante quién se parten las aguas en Brasil: el más amado y el más detestado.

Muchos lo consideran el líder que contribuyó a reducir la pobreza y abrir oportunidades para los más humildes; otros lo creen el principal responsable de la debacle socio-económica que llegó durante el ciclo de su sucesora, Dilma Rousseff. Todo eso profusamente regado con ideologización infantil, clasismo y prejuicios, por supuesto.

Los fiscales describieron a Lula como la mente maestra del plan de sobornos con dinero de Petrobras, como antes lo habría sido del mensalão: la “gran mesada” que se pagaba a los diputados hasta 2005 a cambio de su voto. 

Lula marchó a la cárcel en abril de 2018 tras una condena por corrupción pasiva y lavado de dinero, lo que lo sacó de la carrera electoral de ese año, que bien podría haberlo llevado a la Presidencia por tercera vez.
La reacción anti-izquierdista en Brasil, un gigantesco país caído desde 2014 en la peor recesión de su historia, llevó a la Presidencia al ultraderechista Jair Bolsonaro, un personaje basto y tumultuoso que consiguió el 55% de los sufragios en el balotaje del 28 de octubre de 2018 contra Fernando Haddad, el candidato vicario del PT. 

Entonces el juez Sergio Moro, de 46 años, comenzó a bajar atropelladamente del Olimpo. El 1º de noviembre aceptó ser el ministro de Justicia y Seguridad Pública de Bolsonaro. Él lo presentó como un puesto ideal para acabar con la corrupción y el crimen organizado en Brasil. Pero la aceptación también dañó su imagen de neutralidad política y asepsia judicial. 

El segundo gran tropezón lo tuvo el domingo pasado, cuando el portal web The Intercept divulgó una serie de mensajes intercambiados por Moro con el fiscal del caso Lava Jato entre 2015 y 2018.

Según los mensajes hackeados, Moro daba sugerencias y guías al fiscal Deltan Dallagnol, quien llevó la ofensiva contra Lula. Y parece que Moro y Dallagnol, las cabezas más salientes de la “República de Curitiba”, capital del Estado de Paraná, desde donde sacudieron a todo Brasil, también perseguían fines políticos.

A Moro se le habían perdonado varios excesos durante su persecución a los corruptos, pues la causa era noble; pero este puede ser demasiado. Un juez no puede ser el jefe de un equipo de investigación, sino un pequeño dios neutral en el Olimpo. 

Los mensajes divulgados pueden ser ilegales, e incluso parciales. De todos modos, pueden contener un grave señalamiento moral contra Moro, e incluso delitos. 

Al fin, Lula no habría tenido un juicio justo e imparcial, sino uno plagado de prejuicios, para sacarlo de competencia.
Lula, de 73 años, el más hábil y experimentado de los políticos del país, tocado pero no muerto, está muy a tiempo de reiniciar su carrera política, con un gran aura de víctima, y de ponerlo todo patas arriba. 

De ser cierto el prejuzgamiento de Lula, el caso Lava Jato, el más grande azote de la corrupción en América Latina, quedaría manco, tuerto y cojo, como aquel general español. Maravillas del realismo mágico. l

 

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