Ilustración Pancho Perrier

No habrá milagros en la costa

Como siempre, la suerte del turismo sigue a Argentina

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17 de enero de 2019 a las 18:14

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En los últimos 15 años, después de la grave crisis regional, el ingreso de divisas por turismo en Uruguay se multiplicó por más de cinco (aunque habría que descontar la fuerte depreciación del dólar ocurrida en el mismo período). Sin embargo en 2018 ese ingreso de dinero se redujo 7,7% debido a la recesión y crisis cambiaria argentina, y la caída se profundizará este año.

La suerte de la temporada de verano no depende tanto de las políticas oficiales, al menos en el corto plazo, y sí de la situación argentina y de los precios relativos.

Los servicios turísticos son la principal exportación de Uruguay, junto a las carnes vacunas, la celulosa y los granos que produce el sector agropecuario. Los uruguayos también viajan al exterior, mayoritariamente a Argentina y Brasil, pero el saldo de la balanza favorece ampliamente al país.

La masificación del turismo, su democratización, es una característica de esta era opulenta y global: ha sido otro de los bienes de la Revolución Industrial.

En términos relativos, Uruguay es una pequeña potencia mundial del turismo receptivo, muy por encima de los países de la región. El año pasado recibió un número de visitantes que equivale al 108% de su población, en tanto Brasil, pese a su fama, los tuvo por apenas el 3% de sus habitantes. En pequeña escala, Uruguay más bien se parece a España, que, con 47 millones de pobladores, recibe 83 millones de turistas cada año.

Incluso en lo más duro del invierno se exportan millones de dólares por gastos comunes y mantenimiento de decenas de miles de casas y apartamentos vacíos en la costa Este, con los que se pagan servicios públicos, insumos y los salarios de muchos trabajadores.

En 2017 el sector turístico llegó a emplear a más de 100.000 personas, y significó más del 7% del producto bruto de Uruguay. El mayor número de visitantes se dirige a Montevideo, aunque la zona de mayor gasto e inversión es Punta del Este.

Para los extranjeros, Uruguay es un país comparativamente integrado, amable y seguro, con un entorno agradable. A lo largo de la historia, el turismo receptivo se fortaleció también por factores indirectos, como la visita de fin de año de centenares de miles de uruguayos expatriados; la recurrente inestabilidad política y económica argentina; la tradicional inseguridad pública de Brasil; o la permisividad uruguaya para captar capitales de origen dudoso.

La actual debilidad del turismo receptivo confirma la fuerte recesión que padece Argentina y la volatilidad de su tipo de cambio. El número de visitantes que ingresa a Uruguay sigue fielmente las vicisitudes argentinas: grandes auges cuando las cosas les ruedan bien, y fortísimas caídas en períodos críticos.

Así, por ejemplo, el número de visitantes a Uruguay se hundió cuando el primer peronismo, que duró hasta 1955, durante la crisis de la “tablita” de José Martínez de Hoz en 1981-1982, en la hiperinflación de 1989, o en el pozo de 2001-2002. Del mismo modo, la “plata dulce” de 1978-1979 hizo que por primera vez más de un millón de residentes en el exterior concurrieran a Uruguay; la “convertibilidad” de Carlos Menem y Domingo Cavallo los llevó a dos millones en 1993; y el auge de la exportación de materias primas los situó en más de tres millones hace unos años.

El 70% de los turistas ingresados a Uruguay proviene de Argentina, incluidos los uruguayos residentes allí, el 15% arriba desde Brasil y el 5% desde Europa.

A través de los tiempos y de todos los gobiernos, el tipo de cambio ha sido infinitamente más influyente en la conducta de los vecinos que las políticas oficiales. Pero las políticas oficiales uruguayas —del Estado central y de los municipios—, asociadas al sector privado, que es la locomotora del sistema, pueden ser decisivas para el éxito o fracaso en el largo plazo.

Las grandes estrategias de atracción giran en torno a la seguridad pública, la sustentabilidad y el medio ambiente, la infraestructura y los servicios públicos, la formación profesional, las políticas de desarrollo, las exoneraciones y los subsidios, y la inversión extranjera.

Por el contrario, las formas más eficaces de correr a los turistas incluyen una epidemia de hurtos, la suciedad en las calles de Montevideo, la desidia imperante en amplios sectores de la costa sur, los servicios públicos defectuosos, una presión fiscal inmoderada, o los precios absurdos en Maldonado.

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