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Nueva carrera espacial pudiera convertir la ciencia ficción en realidad

Actores públicos y privados se están disputando el control extraterrestre

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29 de diciembre de 2022 a las 16:00

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Rana Foroohar

Los últimos años han estado marcados por las guerras comerciales y por las guerras con hostilidades militares. Este año puede traer consigo la guerra de las galaxias, conforme el espacio — la "última frontera económica" — se convierte en el foco de actores públicos y privados en una carrera mundial por lograr el dominio.

SpaceX (de Elon Musk), Blue Origin (de Jeff Bezos), Orbital ATK, ViaSat, SES, OneWeb, y más de otras 10,000 compañías espaciales comerciales han crecido durante las dos últimas décadas hasta convertirse en un floreciente sector conocido como el "nuevo espacio", el cual está dedicado a ampliar el acceso privado al espacio y la prestación de servicios a la estación espacial para las operaciones por satélite, tecnología de defensa, análisis de datos, e incluso áreas más especulativas como el turismo espacial, la fabricación y la minería de asteroides.

SpaceX es la empresa de nuevo espacio más conocida, con miles de satélites lanzados para uso público y privado. El servicio Starlink de Musk ha mantenido en funcionamiento el Internet ucraniano incluso cuando las fuerzas rusas interrumpieron otras telecomunicaciones. Pero también se ha convertido en un potencial blanco para el ejército de Moscú, incluso mientras Musk regateaba con el Pentágono en cuanto al costo de mantener a los ucranianos conectados en línea.

Esto destaca el creciente debate sobre quién debe controlar la economía espacial, cuyo valor en 2021 fue de US$469 mil millones, según la Fundación Espacial — una organización sin fines de lucro estadounidense —, y que el Bank of America prevé que se convierta en una industria de US$1.4 billones para 2030.

Los ingresos del sector espacial comercial aumentaron un 6.4 por ciento desde 2020, según el Informe Espacial 2022 de la Fundación Espacial, con gran parte del crecimiento impulsado por un aumento del 19 por ciento en el gasto público en programas espaciales militares y civiles (el gasto de India aumentó un 36 por ciento, seguido por el 23 por ciento de China, y por un 18 por ciento en EEUU).

Si bien la exploración espacial solía tratarse de programas respaldados por el Estado y centrados en la seguridad y orgullo nacionales, y en la investigación científica, EEUU empezó a retirarse del control gubernamental centralizado del espacio tras dos accidentes mortales de transbordadores espaciales (el del Challenger en 1986 y el del Columbia en 2003). Esto llevó a una comisión presidencial sobre la política de exploración espacial estadounidense a concluir en 2004 que "el papel de la NASA debe limitarse a sólo aquellas áreas en las que exista una demostración irrefutable de que solamente el gobierno puede llevar a cabo la actividad propuesta".

A pesar de que los programas de satélites público-privados existían desde la década de 1960, no fue hasta que el programa de transbordadores comenzó a decaer (y fue a la larga cancelado en 2011) cuando la nueva generación de empresas espaciales comerciales comenzó a tener éxito. El Congreso modificó los incentivos de financiación y creó una nueva política (el programa de Servicios de Transporte Orbital Comerciales [COTS, por sus siglas en inglés]) para fomentar la privatización. La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) y otras agencias gubernamentales se convirtieron en clientes de los contratistas espaciales privados, en lugar de en creadores o tan siquiera en supervisores de nuevas tecnologías.

Como en toda privatización, la idea era reducir los costos y aumentar la innovación. Datos de la NASA de 2014 muestran que SpaceX fue capaz de entregar 1 kg de carga a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) a un tercio del precio del transbordador espacial. Son vuelos privados los que actualmente llevan a cabo la mayoría de las misiones de reabastecimiento de la ISS, e incluso transportan a algunos tripulantes.

Pero tal como lo ha argumentado el profesor Matthew Weinzierl de la Escuela de Negocios de Harvard, aunque los costos disminuyeron y la innovación en la reutilización de materiales y equipos aumentó, también lo hizo el poder de monopolio. Un puñado de nuevas compañías espaciales pudieron aprovechar tecnologías de la NASA que tardaron décadas en desarrollarse, mientras que los contratistas establecidos que ayudaron a construirlas salieron perdiendo. Los contribuyentes que financiaron la investigación básica no tuvieron ninguna participación en la riqueza creada por los multimillonarios del espacio, el mayor bien público de todos.

En muchos sentidos, esta situación refleja las asimetrías de poder entre el sector público y el privado que se observaron en la construcción de las fortunas ferroviarias del siglo XIX (las cuales condujeron a la última gran era de ruptura de monopolios estadounidense en la década de 1930) o en la comercialización del Internet, en la cual un puñado de grandes compañías tecnológicas se beneficiaron más que todas las demás.

Pero la nueva carrera espacial es mucho más compleja, por la escala y el potencial de que se produzcan daños. Los desechos espaciales — incluyendo los satélites fuera de servicio, las piezas de naves espaciales, y la chatarra creada por las colisiones entre ellos — se están convirtiendo en un importante factor de riesgo en los viajes espaciales. Pero no existe consenso en cuanto a quién debe pagar, limpiar o arbitrar las consecuencias de las colisiones. La principal ley que rige los bienes comunes espaciales sigue siendo el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967, de la época de la Guerra Fría, el cual carece de contenido en cuanto a las tecnologías espaciales modernas; simplemente prohíbe colocar armas nucleares u otras armas de destrucción masiva en el espacio.

Los optimistas argumentarían que las potenciales ganancias de la comercialización del espacio pagarán con creces la limpieza de escombros espaciales, o que una mejor regulación seguirá de forma natural a la innovación. Pero es demasiado fácil imaginar cualquier catástrofe al estilo de la ciencia ficción, desde la creación de colonias extraterrestres donde los ricos puedan escapar de los problemas de este planeta (por un precio), hasta malvados multimillonarios acaparando minerales de tierras raras en el espacio. Sorprendentemente, sugiere Weinzierl, Luxemburgo ya se está posicionando para ser para las compañías espaciales lo que Delaware es para las corporaciones estadounidenses que buscan evadir impuestos.

Esto es inaceptable. Pero abordar estos y otros muchos problemas que plantea la comercialización del espacio requerirá el tipo de cooperación mundial que actualmente escasea en la Tierra.

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