Opinión > Análisis / Nelson Fernández

Petrobras, ANCAP, Pdvsa, YPF y el dolor de defraudar

El Frente Amplio apoya a Lula (y su PT) sin medir costos ante su electorado
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14 de abril de 2018 a las 05:00

¡Debemos ser implacables, camaradas! Conocemos a este hombre desde hace años; hemos estado con él, en la primera revolución y lo llevamos al poder, porque nos pareció el más apropiado para realizar la democracia socialista a que todos aspiramos, pero traicionó la confianza que pusimos en él, y hoy lo juzgamos y le pedimos cuenta de sus actos".

Así pide el líder de la insurrección, François, que se condene al jefe de Estado, Jean Aguerra, acusado de haber mantenido el negocio del petróleo para privados, sin nacionalizarlo como era el propósito de aquella revolución que los había encontrado juntos. Lo pide con vehemencia y sin piedad por entender que traicionó la voluntad del pueblo.

François lo reemplaza y el pueblo festeja. Pero el primer desafío del nuevo líder es con los representantes de las empresas petroleras y el embajador del país de origen de esas compañías, con quien se da este diálogo:
"-Mi gobierno no desea otra cosa que mantener relaciones de amistad con el vuestro, pero estoy encargado de prevenirle, que si se nacionaliza el petróleo y se despoja a nuestros connacionales, esto será considerado como un casus belli.
-Su gobierno no tiene por qué inmiscuirse en nuestros asuntos internos.
-Como le parezca excelencia, pero le recuerdo que su país es pequeño y el nuestro poderoso.
-...
-Mi gobierno espera una respuesta categórica.
-No se tocará el asunto del petróleo.
-No se esperaba otra cosa de vuestro buen criterio, Excelencia".

***

El texto es parte del cuento El engranaje escrito por Jean Paul Sartre en 1948, con una alegoría a una insurrección que se siente traicionada y derroca a su líder para luego sentirse traicionada nuevamente.

¿Jean y François cedieron ante las petroleras porque eran corruptos o porque optaron por el mal menor? Habrá respuestas diversas según quien lo mire. Los gobiernos pueden ser exitosos, fracasados o con diverso grado de satisfacción o rechazo; les puede ir bien o mal, pero el problema grande es cuando defraudan. Y cuando defraudan es porque la gente que los votó se siente traicionada.

Lula Da Silva es el político más popular de Brasil pero también es uno de los que tiene más rechazo. Eso tiene correlación con gente que no lo quiso nunca, pero también con muchos otros que se vieron defraudados.

Algunos pretendían que Lula avanzara contra los poderosos y repartiera más entre los pobres, pero es posible que le haya pasado lo mismo que a "Jean" y "François", al comprobar que las decisiones tienen costos no deseados y es necesario cierto balance.

Para otros, sin tanta exigencia de medidas revolucionarias, la satisfacción se daba con un gobierno que no se corrompiera. No esperaban milagros en los resultados pero confiaban en la conducta.
En Uruguay, cuando la izquierda estuvo cerca de llegar a gobernar, Tabaré Vázquez resumió eso en una frase clara: "Se podrá meter la pata, pero no la mano en la lata; y si alguno lo hace, se la cortamos".

No defrauda el que se equivoca, defrauda el que se desvía. Y también el que ante el desvío se hace el distraído. La izquierda ganó en casi toda Sudamérica con una doble promesa: redistribuir riqueza y restaurar ética en ejercicio de gobierno.

Tras las victorias, la corrupción penetró fuerte en varios gobiernos, y una coincidencia se dio el área petrolera y de combustibles, como fue Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina, y también en Uruguay. Al Frente Amplio le cuesta asumir que ANCAP es un caso que defrauda a sus seguidores.

No es necesario que haya delitos penales para que se configure corrupción, y ahí hubo desvíos de conducta que no resisten discusión, lo que además se traduce en costos que le duelen al pueblo.
Con autocrítica franca, el Frente podría dejar encapsulado el problema de desvíos en ese ente, pero hay lentitud de reacción y ambigüedad.

***

La defensa cerrada de Lula se enmarca en esa actitud. La indignación del FA es sobre cómo puede ser que lo hayan procesado, sin preguntarse cómo no cayó antes.

En julio se cumplen 13 años de la detención –por casualidad– de un importante dirigente del PT de Brasil, que escondía US$ 100 mil en su ropa y estaba por tomar un avión. No era un ladronzuelo, era el primer eslabón público de una cadena de sobornos institucionalizada en el partido de Lula.
Muchos de los que llegaron al poder con un "mandato ético" terminaron justificando su corrupción diciendo que eso era un peaje para poder gobernar. Eso es una doble defraudación, una por haberse corrompido, y otra por el mensaje de que solo se puede gobernar si se corrompe.

En Uruguay, el Frente Amplio defendió a Lula sin reparo al baño de corrupción del partido que lidera desde 1980: sintonía ideológica, aversión a la derecha, confianza ciega, ceguera, afecto, todo arrastra a un apoyo que no es fácil de comprender (por un electorado de centro izquierda y centro).
Danilo Astori no se quedó en el caso puntual del apartamento lujoso que se le asigna a Lula, sino que fiel a una tradición seregnista en conducta y ética, sacó a su grupo de esa defensa. Lo hizo con el argumento de no intervención, pero para el que sabe leer con atención, dijo que "hay que dejar actuar a la Justicia".

Parte importante de votantes del FA que dudan en volver o buscar otro camino, es gente que se ve defraudada por la actitud ante cuestiones como las de ANCAP, Venezuela y Brasil.

El cuento de Sartre demuestra que el gobernante que defrauda se expone al castigo más duro, pero esa obra deja una sensación fea, la del engranaje que termina en que todos defraudan. Y esa generalización es injusta y no es de recibo.

En las puertas de una campaña electoral, el mensaje tiene una clave para todos los partidos: no hay que defraudar. Porque errar se perdona, pero defraudar no.

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