EFE

¿Puede la alianza China-Rusia cambiar la historia?

Mientras se habla de un nuevo orden mundial que podría desbancar al dólar, Washington busca cortarle a Rusia todas las posibles líneas de vida

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18 de marzo de 2022 a las 05:04

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La noticia que le dio la vuelta al mundo esta semana fue que Rusia le había pedido a China ayuda militar para su guerra en Ucrania, según una información de la inteligencia estadounidense publicada por The New York Times.

De entrada, parecía muy extraño (normalmente es China la que compra armamento a Rusia), amén de confuso, pues no se especificaba qué tipo de “equipamiento militar” era el que Rusia supuestamente había solicitado. El artículo del Times decía que las fuentes de inteligencia no habían querido dar esos detalles “para mantener en secreto los medios de recabar la información”.

Beijing inmediatamente desmintió la especie calificándola de “desinformación”.

¿Quién puede estar mintiendo?

Veamos primero lo que le dijo el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, a la CNN el domingo por la tarde, al mismo tiempo que el Times subía el artículo a su plataforma en internet: “Le estamos expresando a Beijing en forma directa, y en privado [esto es lenguaje diplomático standard de Washington, deliberadamente vago], que absolutamente habrá consecuencias por esfuerzos tendientes a la evasión de sanciones a gran escala, o por apoyo a Rusia para eludirlas. No permitiremos que eso siga adelante, ni que haya ninguna línea de vida para Rusia contra estas sanciones económicas desde ningún país, ni desde ningún lugar en el mundo”.

Decía Clausewitz que en tiempos de guerra casi toda la información de inteligencia es falsa. Y como en el siglo XXI vivimos en un mundo donde la información de inteligencia se da a conocer al público como viene, sin cruzar los datos con más nadie y sin atribución de la fuente (ni siquiera en “background”), todo cuela.

En el caso que nos ocupa, no podemos saber con certeza si la información que se ha filtrado es falsa o no. Pero de serlo, más que “desinformación”, como dice el gobierno chino, parecería lo que en inteligencia se conoce como “contrainformación”. No es cualquier información falsa, cualquier globo sonda que se lanza para manipular a la opinión pública o demonizar al enemigo. La contrainformación está destinada a cambiar el curso de la información, a cambiar eso que se suele llamar narrativa mediática.

¿Y cuál era la narrativa en ese momento?

En un principio, la acusación, hecha por Rusia y secundada por China, de que Ucrania posee laboratorios de armas químicas había sido desestimada en los medios de Estados Unidos como “teorías conspirativas” y “falsedades”. Pero cuando la subsecretaria de Estado Victoria Nuland lo reconoció ante el Senado, ya no había manera negarlo. La noticia empezó a ganar fuerza y ya no solo en los medios alternativos, lo que puso a Washington en una posición muy incómoda.

Pero tomó estado público en mancuerna con otra noticia, potencialmente más nociva, y a la larga más preocupante, para Washington: la declaración conjunta que Rusia y China habían difundido el 4 de febrero cuando Vladimir Putin visitó a Xi Jinping en la apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, y que en su momento había pasado prácticamente desapercibida.

De pronto, el documento de 15 páginas con la firma de ambos líderes al calce cobró gran notoriedad –se ve que esta vez sí lo habían leído, a la luz de que solo días después Putin lanzó la invasión a Ucrania–; y llamó poderosamente la atención que los signatarios llamaran a un nuevo orden mundial, multipolar y más horizontal, para superar el mundo unipolar liderado por Estados Unidos.

Poco después, varios analistas financieros reconocidos, como Zoltan Pozsar y Christopher Balding, advertían que el mundo se encuentra a las puertas de un nuevo orden monetario internacional que puede crear las condiciones para la desdolarización de la economía global.

En ese contexto, la nueva alianza geopolítica y geoeconómica entre China y una Rusia expulsada del mundo, a la que el gigante asiático podría hacer de gran salvavidas para sus exportaciones bloqueadas y sus bancos desconectados del sistema financiero, podría conformar –junto a la India y a otros países del Sur Global, como reza el documento– un nuevo orden que si bien no remplace totalmente al actual liderado por Estados Unidos, sí pueda en principio al menos competirle.

A todos esos análisis, se sumaba la noticia en primera plana del Wall Street Journal, anunciando que Arabia Saudita se plantea aceptar el yuan, en vez del dólar, para sus ventas de petróleo a China; lo que significaría un torpedo por debajo de la línea de flotación del petrodólar apalancado por Estados Unidos.

Eran todas malas noticias para Washington, y todas en el plano económico. Nótese que en la declaración de Sullivan a la CNN, habla solo de temas y sanciones económicas. El presunto pedido de ayuda militar ni lo menciona. Es una amenaza a todo aquel que ayude a Rusia a evadir las sanciones económicas, sea quien sea y dondequiera que se encuentre.

Por eso lo de Arabia Saudita también hay que verlo. No ha de ser una decisión sencilla. El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, podría estar solo pasándole un vuelto al gobierno Biden, que había prometido convertirlo en “un paria”. Pero Washington tampoco se va a quedar cruzado de brazos.

La jugada también parece ser política, no solo estratégica. Cada día que pasa, Rusia pierde un poco más la guerra en Ucrania, y sus objetivos allí parecen cada vez más difusos. Esta fue una filtración del gobierno de Estados Unidos. Es posible que quiera arrastrar a China a un mayor compromiso del lado perdedor. Con esto Washington podría también estar diciendo: Rusia está perdiendo esta guerra, y China la perderá con ella.

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