Presidencia

Que vuelva el presidente coronavirus

Hay dos elementos de la gestión exitosa de Lacalle Pou sobre la pandemia que hoy vuelven para atrás como un boomerang

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02 de abril de 2021 a las 13:18

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“Soy el presidente coronavirus”, dijo el año pasado Luis Lacalle Pou en varias reuniones con jerarcas. La frase manifestaba el fastidio presidencial por una pandemia que a 13 días de asumir le cambió todo el esquema que tenía planteado.

Pero haber sido el “presidente coronavirus” lo fortaleció. Lacalle cumplió un año en el cargo con una popularidad difícil de imaginar luego de haber ganado en un balotaje tan justo y pese a haber transitado la campaña electoral con indicadores de imagen pública que mostraban un rechazo a su figura en una parte de la ciudadanía. Desde que asumió el cargo Lacalle demostró que sí estaba preparado para gobernar y logró vencer muchos prejuicios, incluso de quienes no lo votaron. El manejo de la pandemia que hizo en 2020 fue un blindaje perfecto: silenció a todos los críticos y dejó a la oposición muy embretada.

Tuvo decisiones difíciles pero las sorteó con mucha inteligencia y a la vez abordando los problemas de frente. Pero hay dos elementos de esa gestión exitosa que hoy vuelven para atrás como un boomerang

Momento de brillar

Presidencia
El presidente se vacunó este lunes

Empieza abril del segundo año y el gobierno parece pedir la hora para que se termine la pandemia. No hay dudas de que el presidente brilla cuando hay temas y desafíos que lo motivan, como lo hizo cuando tenía todas las energías puestas en la lucha contra el covid-19 y como también demostró en la última semana con las consecuencias de una turbulenta cumbre del Mercosur. Lacalle dio una entrevista en Argentina en la que salió muy bien parado: evitó la confrontación y solo por contraposición expuso el manejo destemplado que tuvo el mandatario argentino Alberto Fernández el viernes pasado.

En la gestión de la pandemia, sin embargo, el presidente ya no sale tan bien en los medios como antes. Y la presión no para de crecer porque la situación es realmente crítica. El jueves murieron 35 personas con la enfermedad y pese a que ya pasaron 10 días de las últimas medidas adoptadas, los fallecimientos e ingresos a CTI no solo no mejoran: empeoran día a día. El tiempo que Uruguay compró, ahora lo está perdiendo.

Uno de los boomerangs que el gobierno lanzó con efecto positivo en 2020 pero ahora se puede volver en su contra es el GACH. La creación del Grupo Asesor Científico Honorario lo blindó el año pasado. Cada decisión venía con la bendición o el consejo de los científicos y los que querían criticarlo no tenían cómo porque la ciencia estaba detrás.

Este año hubo un cambio trascendental. Luego de un pequeño traspié inicial con las vacunas, el gobierno se repuso y logró una gestión sumamente exitosa (más allá de algunas debilidades de diseño como no priorizar a las personas con patologías). En solo un mes ya logró darle la primera dosis al 20% de la población y el ritmo previsto para adelante también es muy bueno. Uruguay pasó al ataque con todas las energías pero descuidó la retaguardia. Ilusionados con ponerle fin a la pandemia con la vacunación, los contagios se dispararon. El país viene tan bien en vacunación como tan mal en casos diarios y muertes como muestran estos gráficos.

Y desde que eso empezó a suceder, el gobierno no ha dado señales contundentes de querer parar esa racha. Ya hizo dos consejos de ministros con anuncios y medidas. En la primera oportunidad, el 16 de marzo, fue un pequeño toque de perillas sin grandes restricciones. Los casos siguieron aumentando y una semana después debió hacer otra reunión con ministros más larga en la que definió más medidas, pero ninguna tan fuerte como las que se adoptaron en el 2020 cuando los casos no se contaban de a decenas y no de a miles.

Pero más allá de las medidas concretas, la señal que el mandatario hizo explícita en las últimas apariciones públicas es que la principal preocupación es que no se saturen los CTI y que las medidas adoptadas tienen ese fin y no necesariamente obtener una baja considerable los casos para volver a indicadores de 2020.

Los expertos entienden que eso también es necesario para que la vacunación sea más efectiva. De lo contrario hay riesgos altos.

Pero cuando algún periodista cuestiona a Lacalle sobre el por qué no se toman medidas más duras, el presidente lleva el debate a los extremos y se pone a discutir con las medidas más radicales, que ahora ni siquiera muchos proponen: “No creo en un Estado policíaco”, dijo el lunes. Lo cierto es que hay otras propuestas de los asesores científicos que no implican una cuarentena obligatoria pero reducirían más la movilidad.

Otro cambio en la comunicación está en el terreno de la “responsabilidad”. El presidente ha manifestado hasta el cansancio que el responsable final del manejo de la pandemia es él. Sin dejar de decir eso, en las últimas tres apariciones públicas empezó también a responsabilizar a parte de la ciudadanía por no respetar las exhortaciones —que de última no tienen la intensidad del pasado— que hace el gobierno. Tiene razón. Hay un descuido muy fuerte de muchos. Pero creer y apostar por la libertad como filosofía implica esos riesgos. Tal vez el problema no está en la apuesta por esa libertad, sino en la falta de mensajes más contundentes para que la ciudadanía use esa libertad de forma responsable. ¿Qué incide para que el gobierno, sin asumir decisiones policíacas, recomiende a la gente quedarse en su casa o salir lo menos posible? La preocupación por que la economía no caiga más está muy presente en eso y se la ha privilegiado.

Ni siquiera en el terreno de los mensajes o la comunicación hay motivación para que la gente restrinja los movimientos, al punto que un ministro llegó a decir que cada uno lleve su burbuja a donde quiera.

 

El tono del GACH

Leonardo Carreño
Radi habló esta semana en nombre de todo el GACH

Al gobierno parece haberlo cansado el manejo de la pandemia y cedió el terreno. Al menos en la opinión pública. Y cuando alguien cede un espacio, siempre lo ocupa otro. Esta semana quien marcó la agenda no fue el Poder Ejecutivo sino el GACH, que salió a diferenciarse muy claramente de las acciones gubernamentales. El encargado fue Rafael Radi, en una entrevista en Telemundo. Lejos de buscar la polémica o levantar el tono, el científico se mostró muy moderado y mesurado. Pero aún así pasó mensajes que de alguna manera criticaban acciones o inacciones del gobierno.

El GACH, que ha logrado una legitimidad pública que lo vuelve una autoridad poderosa, aprovechó para mandar los mensajes que el gobierno no está dando y desde esta semana todos pasamos a hablar de “blindar abril”. Con esa frase Radi logró dos cosas: pedir un esfuerzo más de cuidados por un mes, pero a la vez también plantear un horizonte temporal que dé esperanzas.

Otros que han copado los lugares dejados por el gobierno son la comunidad médica y en algunos casos incluso —aunque aún de una manera muy desprolija— la oposición.

Y allí se dio el peor de los escenarios posibles: la polarización.

El segundo boomerang que vuelve sobre el gobierno es el de los médicos. En marzo del año pasado el Sindicato Médico del Uruguay quedó muy mal parado cuando pidió cuarentena obligatoria y el presidente resistió a esa presión y tuvo éxito. Por ello el oficialismo logró derrotar a un “adversario” y al SMU, dominado desde hace muchos años por dirigentes de izquierda, le costó recuperar terreno.

Pero en las últimas semanas los médicos, más allá de su camiseta política, empezaron a sentirse y mostrarse desbordados. Muchos levantaron la mano para alertar lo que ven en los hospitales. Desde la comunicación profesional del SMU hubo ayuda para eso y el oficialismo no pudo hacer peor cosa que querer jugar con las cartas del año pasado y llevar el asunto al terreno de la política partidaria.

Habrá médicos que querrán jugar en ese terreno, pero son la minoría. Omitir la preocupación de ese colectivo para adjudicar intención es no escuchar y no estar atentos a los que están en la primera línea de fuego.Y hoy más que nunca se necesita empatía y convencer.

En cualquier caso, nada de esto es un problema de comunicación. En todo caso eso es el reflejo del problema político. Uruguay necesita que vuelva el “presidente coronavirus”. El mandatario ha dado muestras varias veces de su pragmatismo y de su capacidad para tomar decisiones sin verse encerrado en un corsé ideológico. Ahora no puede quedar preso de las decisiones que tomó en el pasado solo porque antes le funcionaron.

Por eso si Lacalle vuelve a conectar con todo lo que hizo bien en 2020 y tanto el oficialismo como la oposición dejan de mirar esto como quién tiene la razón o quién gana una discusión (Radi dixit), Uruguay estará más cerca de superar este momento tan complejo.

 

 

 

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