Su gesto conciliador, sus formas –políticamente correcto– y la intención de zurcir, generar alianzas y promover las buenas intenciones, sin apartarse de que en el fondo quiere que
Peñarol gane siempre pero no a cualquier precio, el camino que empezó a desandar
Jorge Barrera hasta 2020 parece estar rodeado de buenas reacciones en el entorno, de crédito a su gestión y de confianza en las decisiones.
Eso es el resultado de la forma en que se paró en el lugar más difícil, en diciembre –porque Peñarol parecía estar sentado siempre en una bomba de tiempo–, pero en la tarea más fácil. Sí, aunque esta afirmación genere una mueca de risa irónica, el lugar de Barrera fue el más sencillo: llegar después de Juan Pedro Damiani.
Una injusta imagen devaluada y para la que no ayudaron a revertir su carácter y sus formas, porque el expresidente aprendió, maduró y terminó cerrando un buen trabajo –construyó un estadio, algo que ningún otro pudo en la historia, y modernizó la gestión del club–, le dio margen a Barrera para establecer su impronta y desde la tolerancia empezar a construir el futuro con una mirada diferente.
Al alcanzar los 100 días, se termina la luna de miel, y ahora sí empieza a subir el repecho, pero con una ventaja, las señales positivas reseñadas. De todas forma, esto es
fútbol, así que si gana será el mejor, y si pierde no evitará entrar en la bolsa del descrédito incluso cuando su gestión pinta con una fuerte apuesta a los valores, respeto y tolerancia.