Ernesto Talvi fue ministro de Relaciones Exteriores, hasta que un día se fue, igual que la mujer que abandona a su amante en la canción de Gastón Ciarlo, Dino. Aunque dijo, dijo, y lo dijo una vez más, nunca resultaron convincentes las razones de la renuncia de quien fuera canciller por corto tiempo. Tal vez uno piense demasiado, como le dice el padre a su hijo en otra canción, esta de Paul Simon, pero lo cierto es que el asunto de marras careció de pies y cabeza. Fue como pedir el divorcio antes de que terminara la luna de miel en una isla del Caribe. ¿Cómo una persona adulta entra y se va tan rápido de un lugar por decisión propia? ¿Cómo recién después de haber entrado se dio cuenta de que no le gustaba donde estaba? Talvi es tal vez como esas personas a las que les lleva varias horas decidirse por el sabor del helado que van a comer. ¿Chocolate? No, mejor frutilla, no, mejor chocolate, no, no, mejor dulce de leche, no, quizá tutti frutti.