La diputada española Cayetana Álvarez de Toledo ya es conocida de los lectores de esta columna. Fue cuando comenté el discurso que pronunció ante un amplio auditorio cuando visitó Chile en octubre de 2022. Se cumplía entonces un mes del referéndum que sepultó categórica y definitivamente el proyecto constitucional emanado de una asamblea constituyente que echaba por tierra todas las garantías propias de un estado de derecho y recogía como derechos los deseos de todo tipo de minorías.
Ese discurso y las entrevistas en la prensa fueron un revulsivo que llevó optimismo a un país que venía muy cascoteado y que si bien necesitaba y sigue necesitando reformas para mejorar igualdad de oportunidades, casi ninguna de ellas estaban recogidas en la propuesta constituyente. Más bien, esa propuesta era una receta segura para tirar la borda todo lo bueno que se había logrado en la transición democrática. Afortunadamente el pueblo chileno, cuando vio lo que se presentaba a sus ojos, no dudó un instante en propinarle un mayoritario rechazo. Ahora se verá cómo se llevan a cabo las reformas, pero el resultado del plebiscito no ha caído en saco roto. No habrá otro intento refundacional de izquierda radical.
La diputada española señaló en Chile que una Constitución no se puede hacer de partes contra el todo. Señaló entonces: “una constitución es lo más importante que tiene una comunidad política. Son las reglas del juego del país que deben servir para todos y por mucho tiempo. Una constitución, por lo tanto, nunca puede ser de parte ni mucho menos de un sinfín de partes contra el todo. Las constituciones de parte nacen muertas”.
En Argentina, en el marco del festejo anual de la Fundación Libertad, Álvarez de Toledo dijo traer un mensaje de esperanza a un país que no tiene un problema constitucional sino un problema vital. Es tan dramático su presente político -gobierno peleado entre si-, económico -no hace falta explicar la pobreza, la inflación y el estancamiento- y social -la inseguridad campea a sus anchas y la gente está tan hastiada que hasta que se agrede al ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires-.
“Argentina no es una anomalía irremediable”, señaló Cayetana. “Es un país formidable al que solo falta un gobierno dispuesto a combatir la degradación populista”.
Cualquiera diría que esta señora es una optimista poco seria si piensa que todo se arregla con un gobierno honesto y capaz. Y ella misma lo reconoce. Dice que es que optimista aunque hoy parecen predominar los pesimistas. Dice que el “optimismo no está de moda” y que “los pesimistas gozan de un enorme prestigio”. Para ellos estamos con “la peor pandemia de un siglo! Con la amenaza de una guerra nuclear! El apocalipsis climático! El tsunami autoritario en América Latina! Y ahora la debacle bancaria!”
Pero para ella hay hechos que llevan al optimismo: la resistencia de Ucrania; la revuelta de las mujeres en Irán (ello sí un verdadero feminismo), las marchas en México contra el autoritarismo de López Obrador, el propio plebiscito chileno.
Pero además, para la diputada española, “el pesimismo es la coartada de los cobardes. La excusa para no hacer nada. Y el mejor aliado del populismo. El apocalipsis es otra forma de utopía, que los populistas aprovechan para justificar las llegada de un mesías, un caudillo, un salvador”.
El optimismo, en cambio, es “asumir tu responsabilidad. Bajar a la arena. Intentar que cuando llegue la muerte, que llegará, alguien escriba en tu lápida con mano agradecida: “Hizo todo lo que pudo. Por él – por ella- no quedó”.
Y luego hizo un enorme elogio de la buena política, de lo necesario que a la política se dediquen los mejores. “Pocos oficios hay más devaluados y denostados que la política. Y sin embargo ninguno hay más importante. Los políticos son –somos- la primera élite de la sociedad. Porque nadie tiene más responsabilidad que nosotros. Nuestras decisiones afectan a todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos. Desde lo más nimio, el trazado de una carretera. Hasta lo más drástico: la vida y la muerte, la respuesta a una pandemia, la guerra. De ahí la importancia -la crucial importancia- de que a la política se dediquen los más inteligentes, los más competentes, los más honestos, los mejores”.
Me gusta oír estas cosas porque las veces que las escribo suelo recibir comentarios críticos y pesimistas. “No pierda el tiempo con los políticos”. “Son todos corruptos e incapaces”. Incluso aparecen outsiders que meten a todos los políticos en una misma bolsa y quieren “que se vayan todos”. La famosa “casta”, que solo se destruye por un mesías populista de cualquier signo.
No señor. No es así. Hay mucha gente capaz y honesta que puede hacer mucho bien en la función pública y en la actividad política. De hecho hay mucha gente capaz y honesta en la política. Es verdad que la política no atrae a los mejores y que mucha gente no quiere salpicarse del lodo ni complicarse la vida. También es verdad que no da la mejor remuneración económica. Pero si los mejores y los más honestos no se salpican, si no se complican la vida entonces sí abren el campo para que medren los incompetentes, los deshonestos, los demagogos, los populistas. Y allí sí está todo perdido. O por menos, están perdidos los valores de la república y del estado de derecho y las posibilidades de prosperar en paz. Y prosperan, en cambio, populistas y oportunistas, que siguen al sol que más calienta.
Hace falta coraje. Hace falta menos cinismo y menos hipocresía. Hacen falta hombres honestos como los que buscaba Diógenes con un farol a la luz del día en Atenas. Y llevaba el farol porque eran muy escasos los hombres honestos.
Lo bueno de este gen optimista, que no es utópico porque tiene el respaldo del avance conseguido en los últimos tres siglos de la historia de la humanidad, es que pone el futuro de nuestros países en nuestras manos. Lo haremos o no. Pero que por nosotros, no falte.
Y como dice el poeta español Jorge Guillen: “Que los muertos entierren a sus muertos, jamás a la esperanza”.