Un joven tambero que apostó por vivir y trabajar en el campo

Richard Long trabaja junto a su familia en un tambo y preside una gremial de jóvenes con la convicción de que hay interés juvenil por el medio rural

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12 de julio de 2021 a las 05:00

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Levantarse al amanecer, o incluso antes, ver y realizar el ordeñe son algo que Richard Long, un joven tambero de Tarariras, conoce de toda la vida. 

Se crió en el tambo, con un padre técnico en lechería y una madre técnica laboratorista, que desde niño le enseñaron lo lindo del oficio lechero, un trabajo que tiene arraigado desde que el tanque para la ración de los ganados –usado antes de que se implementaran los comederos automáticos– era su corralito de bebé cuando tenía entre dos y tres años.

En tiempos en que el recambio generacional en los tambos es un tema que dos por tres se pone sobre la mesa entre las autoridades de las gremiales agropecuarias e incluso por parte del gobierno, este joven de Colonia eligió quedarse en el campo y apostar por desarrollar un oficio que es parte de su historia de vida.

Una familia de campo

El tatarabuelo paterno de Richard tenía matadero y el trabajo en el medio rural se pasó como herencia de generación en generación. El abuelo del joven tambero abrió su propio tambo y su hijo empezó trabajando allí con él. 

Por otro lado, la abuela materna de Richard empezó trabajando en agricultura, pero cuando cambió de rubro hacia la lechería, sus hijos (madre y tío de Richard) la acompañaron. 

Con abuelos agricultores y ganaderos y padres que en línea con sus árboles genealógicos acompañaron en el gusto por el sector rural, Richard desde niño estuvo vinculado a las vacas, la leche y el campo, tanto que hoy, con sus 30 años, recuerda acompañar a su padre en el tractor durante la siembra.

A manejar el tractor aprendió de adolescente, etapa en la que, según recuerda, tuvo la gran responsabilidad de quedar a cargo del tambo unos meses, cuando una tía que trabajaba en el establecimiento se enfermó, lo que definió como su “gran desafío”.

“Con 13 años, bien guacho quedé ordeñando encargado de todo y ahí me fui haciendo e involucrando”, comentó. 

El tambo familiar se encuentra en Tarariras.

Su primer trabajo, después de volver del liceo, fue alimentar a los terneros; más de grande comenzó a ordeñar, tomó más responsabilidades y compartió las riendas del establecimiento con los miembros de su familia.

Eligió el legado

Siempre le gustó la maquinaria y la mecánica agrícola y por eso decidió estudiar algo relacionado. En 2006 estudió para ser técnico agropecuario y se dedicó de lleno al campo. En 2013, año en el que ganó una beca para estudiar la licenciatura en Gestión Agropecuaria en la Universidad de la Empresa (UDE), buscando otras alternativas en un momento en el que la situación del tambo “era un poco más difícil”, se fue a Montevideo y retomó los estudios.

Mientras estuvo en la capital del país estudió y brindó clases de tecnología, ya que había estudiado electromecánica en la UTU y tenía experiencia. 

Al estar en Montevideo me di cuenta de que no me gustaba la ciudad y aunque ser profesor era lindo, siempre estaba en mi corazón el seguir en el establecimiento el legado de mis padres y mis abuelos”, resaltó.

Actualmente es licenciado en Gestión Agropecuaria y buscando trabajo en el rubro, se dio cuenta de que en el sector lechero “se juntaba todo, porque tiene mucho de ganadería, tiene mucho de maquinaría agrícola y tecnología. Es tan diversa la lechería y tan amplia que ahí encontré un mundo de rubros mezclados en uno solo”.

Esperanza en los jóvenes

El contacto con los animales es una de las cosas que más le gusta del oficio y aunque es tambero, el ordeñe no es lo que más le fascina, si bien lo hace.

De adolescente, recuerda, lo más complejo era mantener las rutinas tamberas, que demandaban mucho tiempo. 

Admitió que en esa época el trabajo era un poco complejo. Por ejemplo cuando compañeros del liceo lo invitaban a salir una noche y tenía que decir que no porque al otro día había que ordeñar e ir al liceo. 

“Fue un poco difícil, muchas veces tenía que dejar de ir y decía ‘pucha che, me estoy perdiendo la comida con mis amigos’, pero cuando salía lo aprovechaba al 100%”, dijo y añadió que las tareas en el tambo no son como un trabajo de 8 horas como los más clásicos de la ciudad. 

Pese a eso, evaluando los pros y los contras del trabajo, lo que más le gustó de la lechería fue la diversidad de rubros y el hecho de tener que estar atento a varios factores, como el clima, los ganados, las pasturas, la tierra o la mecánica. 

“Eso fue lo que más me llamó, que me tenía siempre activo”, comentó seguro de la elección que hizo  al haber preferido el campo natural sobre el asfalto de la ciudad.

Actualmente trabaja junto a su madre y su hermano y en paralelo al oficio rural preside el grupo de Jóvenes de la Asociación Nacional de Productores de Leche (Jóvenes ANPL). 

Mientras disfruta de llevar la planificación de las tareas del establecimiento familiar y la vida en contacto permanente con la naturaleza, en donde se siente “realizado”, lleva adelante la presidencia de la organización con gusto y con la esperanza de que hay jóvenes que quieren permanecer en el medio rural.

Jóvenes que no quieren dejar el campo

Según contó, en Uruguay hay jóvenes muy interesados en seguir en el rubro, pero otros, que también tienen mucho interés, no pueden crecer en el sector debido a que no pueden acceder a las distintas herramientas como maquinaria o infraestructura. 

La necesidad de crecer en los establecimientos “es algo que siempre está”, dijo, “pero muchos jóvenes se desmotivan porque ven que la posibilidad de realizarse en el establecimiento se hace larga”, añadió.

Como él lo ve, la migración de los jóvenes del campo a la ciudad se da principalmente por el tiempo que demanda el trabajo en el rubro y por “las pocas posibilidades para acceder a financiamiento”, aunque “está esa lucecita prendida de que jóvenes interesados en el campo siempre hay”

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