Un mundo más seguro sin la URSS

Agosto fue hace 20 años un mes decisivo en el largo proceso que culminó en diciembre de 1991 con la disolución oficial de la Unión Soviética

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01 de septiembre de 2011 a las 17:30

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Agosto fue hace 20 años un mes decisivo en el largo proceso que culminó en diciembre de 1991 con la disolución oficial de la Unión Soviética. En ese mes, Mijaíl Gorbachov fue depuesto y encarcelado por el golpe de Estado de quienes se oponían a la apertura política y económica que había iniciado el líder de la URSS en 1985. El golpe fracasó por la resistencia liderada por Boris Yeltsin, pero ya era inexorable la marcha hacia el derrumbe del artificial imperio comunista pocos meses después. Lo causó una conjunción de factores. El total dirigismo económico había fracasado, los enormes recursos del país se habían concentrado en el poderío militar y la expansión internacional del comunismo, a expensas del bienestar de una población empobrecida y sojuzgada.
No eran problemas nuevos. Después de Egipto, Rusia ha sido la autocracia más perdurable en la historia de la humanidad, excepto por el frustrado amago débil de democracia bajo Yeltsin. Vladimir Putin reimpuso un gobierno autoritario con un barniz democrático, nostálgico del tiempo en que la URSS dominaba más de la mitad del mundo y le disputaba a Estados Unidos la primacía militar, política e ideológica durante medio siglo de guerra fría. La desaparición de la URSS, el hecho geopolítico más importante de la segunda mitad del siglo XX, benefició al mundo aunque no haya mejorado mucho las condiciones de vida de los rusos. Por un lado, liberó a cautivos estados satélites en Europa Oriental y Asia. Por otro, aventó el riesgo de una devastadora guerra nuclear que más de una vez pareció estar al borde del estallido, como ocurrió en la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962. Todavía poderosa pero disminuida, Rusia es ahora una nación menos agresiva y arrogante que lo que fue durante casi toda su historia.
Desde el siglo IX fue una dispersa y tumultuosa confederación de principados hasta 1480, cuando se unificó bajo el zar Iván III. El continuado absolutismo zarista enfrentó su primer gran desafío en las postrimerías del siglo XIX, cuando el descontento de masas oprimidas abrió el camino al ingreso expansivo del marxismo. El creciente fermento social estalló en marzo de 1917. Obreros de varias fábricas en Petrogrado iniciaron una huelga que se propagó rápidamente, en medio de desórdenes callejeros. El zar Nicolás II ordenó abrir fuego contra los manifestantes pero los soldados se negaron a disparar y se unieron a las protestas. Finalmente el zar, asediado por los levantamientos populares, abdicó el 15 de ese mes.
El nuevo régimen marxista liderado por Lenin reemplazó la elite zarista de algunas decenas de miles de nobles con una elite comunista de unos 2 millones de privilegiados, mientras los más de 200 millones de rusos seguían viviendo en la pobreza y bajo la represión del Estado. Cayó luego de siete décadas por sus propias debilidades y poderosas influencias externas, como la prédica influyente del papa Juan Pablo II. La URSS se desintegró y la nueva Rusia busca ahora su lugar en un mundo que, gracias al derrumbe soviético, está hoy más seguro al haberse dividido el poder político y económico en una más equilibrada multiplicidad de naciones en reemplazo del enfrentamiento entre dos grandes enemigos.

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