EFE

Un Nobel a los alimentos

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11 de octubre de 2020 a las 05:00

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Aquí los damos por garantizados. Hay pandemia, nos calzamos el tapabocas, vamos a la feria o al almacén o al supermercado y allí están. La harina, el arroz, los cítricos, las papas y los boniatos, las lechugas y los tomates están ahí. Semana tras semana, en las cuatro estaciones. Hay pobreza, pero no ausencia de alimentos.  En muchos países esto no es así.

En otros lugares, el hambre y la guerra van hermanadas. La comida a veces está pero a veces no. Y en otros lugares simplemente el hambre o la inseguridad alimentaria es estructural. Como en Níger, donde perder una cosecha de mijo significa que varios de los hijos se mueran, salvo que venga Naciones Unidas y los salve. O en Yemen donde la guerra interminable hace de conseguir el alimento una imposibilidad estructural.  O en el África subsahariana donde el crecimiento poblacional no da tregua.

El Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha ganado este año el Premio Nobel de la Paz 2020, se anunció este viernes. Pocas organizaciones hacen tanto a tan gran escala por combatir a dos llagas terribles que siguen avergonzando a la humanidad en pleno siglo XXI, el hambre y los conflictos armados. Yemen, Siria, Chad, Nigeria.  Aunque la escala de los conflictos armados va tendencialmente a la baja, hay vastas zonas en las que conflictos de baja intensidad persisten y donde una sequía significa la muerte. En Uruguay puede significar una recesión o un problema de endeudamiento, en otros lugares es mortandad humana pura y dura.

En el mismo día en que se anunció el premio Nobel de la Paz a la organización que vela por apagar las hambrunas del mundo el precio del trigo alcanzó un máximo de varios años. Sequías en Rusia, EEUU y Argentina ponen un fuerte manto de duda sobre la producción del cereal. También en esta semana se anunció la liberación del primer trigo transgénico que se pondrá a disposición de los consumidores el año próximo. Un trigo con genes que mejoran su resistencia a la sequía. El gobierno argentino le ha dado el visto bueno. La tecnología trae esperanza, el cambio climático amenazas. Y por ahora cabe ser escéptico respecto a las perspectivas. La pandemia agregará una fuerte recesión por todas partes entre otros problemas.

El mundo tiene una meta de hambre cero para 2030 que muy difícilmente pueda cumplirse. Casi seguro que no. Porque el gradual éxito que se venía logrando hasta 2015 se ha detenido. Unas 820 millones de personas siguen año tras año sin cubrir las 2.200 kilocalorías por día necesarias según la Organización Mundial de la Salud para tener una dieta suficiente energéticamente.

El hambre no se reparte equitativamente. De las personas con hambre 60% son mujeres. Según un estudio que hizo el argentino Martín Caparrós, y que derivó en su libro titulado simplemente Hambre, cada día mueren 300 mujeres en el parto, a causa de la anemia y cada año tres millones de niños mueren por enfermedades simples que se convierten en mortales por las carencias nutricionales. Y que los hambrientos sean 800 millones y el porcentaje del total de población más bajo desde que se mide, no debería llevar a que se minimice el problema. Hay 2.000 millones de personas que sufren lo que se llama inseguridad alimentaria, a veces come lo suficiente, a veces no, y nunca está seguro de poder hacerlo.

De acuerdo al último informe sobre el tema de diversas organizaciones dependientes de Naciones Unidas, la situación más grave es la de África, donde 20% de la población padece déficit alimentario. Pero la situación se viene agravando en América Latina y el Caribe donde se ubica cerca de 7% y en Asia es donde el problema es mayor en términos absolutos, particularmente en el Oeste, donde afecta a 12% de la población.

Ese mismo informe, sobre el estado de la alimentación mundial, da cuenta del aumento de la obesidad en niños con cifras igualmente impactantes: 40 millones de niños que tienen menos de cinco años ya son obesos, 131 millones de niños de 5 a 9 años y 207 millones de adolescentes tienen problemas de sobrepeso así como 2.000 millones de adultos, la misma cantidad que quienes sufren de inseguridad alimentaria.

La agronomía sigue teniendo el enorme desafío de dar sustento a una población creciente sin invadir áreas silvestres, por lo tanto aumentando la productividad por hectárea y reduciendo el impacto o incluso restaurando biodiversidad. Pero luego del desafío de producir está el de dar acceso a aquellos que son los más vulnerables.

Muchas veces se cuestiona a Naciones Unidas por distintas razones,  pero allí donde es más difícil estar, donde hay que enfrentar la combinación de desastres naturales, conflictos armados, terroristas dispuestos a sabotear allí están también los esfuerzos logísticos por hacer llegar un plato de comida a quienes no tienen ninguna otra protección.

Y aunque el destino de Uruguay es más ser un exportador de productos boutique de alto valor agregado, quien sabe si parte del trigo o el arroz que se produce aquí o de la leche en polvo que se exporta no termina también aliviando a un niño que espera en un campo de refugiados que la vida le de una chance.

La organización premiada no está en Uruguay, aunque está en más de 70 países. Aquí hay problemas, pero el hambre dramática es otra cosa y al respecto Uruguay es parte de la solución.

 

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