Apenas comenzó a mencionarse la palabra
ciclón se agolparon las preguntas.
¿Hay alerta roja? ¿Se puede salir de casa? ¿Hay clases en escuelas y liceos? ¿Por qué no informan?
La respuesta, hasta ayer, apelaba a la calma y a "extremar los cuidados" para no exponerse innecesariamente a riesgos. Y, sobre todo, estar atento a los anuncios oficiales sobre el pronóstico del tiempo.
Pero mientras se espera la llegada del ciclón, el miedo crece alimentado por las consecuencias del tornado que pasó hace tres meses por Dolores y por el recuerdo imborrable del
temporal del 23 de agosto de 2005. Además, la desconfianza en los pronósticos meteorológicos es una realidad que no queda fuera de la sensación de indefensión ante este tipo de eventos.
"Hay una sensación de incertidumbre, como pasa con la seguridad. Esa cuestión de que acá nunca pasó y ahora es probable que pase", dijo a El Observador el doctor en psicología social Javier Romano, como parte de la explicación que el
clima vuelva a ser tema excluyente en las conversaciones familiares y lugares de trabajo.
Además de la cercanía en el tiempo y el impacto que significó el tornado ocurrido en Dolores, que además de destrozos materiales se cobró la vida de cinco personas, existe "una relación de amor odio en el caso de las alertas meteorológicas", según el experto. "La tormenta de 2005 fue un punto donde se instaló la alerta como un procedimiento, donde la sociedad en sí misma creó una institución que va alertando. Pero muchas veces dice que va a pasar algo que finalmente no pasa. Ahí se instala la desconfianza de 'estos nunca le embocan'", agregó.
Falta experiencia
Otra de las explicaciones para la alarma pública que se genera cada vez que se habla de un fenómeno poco habitual, como tornados o ciclones, es que en Uruguay los registros son escasos. En el imaginario colectivo está arraigado como el gran fenómeno climático las
inundaciones ocurridas en 1959, lo que evidencia lo esporádico de los desastres naturales.
Pero ahora, cada vez con mayor frecuencia se empiezan a ver peligros en un área que antes podía verse amigable, como la naturaleza. Los desastres ocurrían en otro lugar. Y otra vez, el miedo a lo desconocido.
"Acá todavía no hay una periodicidad de eventos y tampoco sabemos qué hacer. Hay todo un tiempo de aprender que, como cualquier cosa que estamos aprendiendo, nos es dificultoso", señaló Romano.
Una situación de desconcierto similar a nivel colectivo se vivió con la llegada del dengue. Ante lo desconocido, la preocupación extrema y el miedo llevaron a que, por ejemplo, algunas personas aplicaran repelente de insectos a los bebés –algo que no se recomienda para menores de seis meses–, recuerda el psicólogo. "Hasta que no pase un período de tiempo y la gente aprenda qué hacer ante esta situaciones, se van a dar este tipo de cosas, de comportamientos erráticos, de desconfianza", concluyó.