Opinión

Una oscuridad multipolar

Bienvenidos a la era de la permacrisis, de la incertidumbre y del desconcierto
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10 de diciembre de 2022 a las 05:04

El mundo se enfrenta a un Zeitenwende: un cambio tectónico de época”, escribió el canciller alemán Olaf Scholz en la última edición de Foreign Affairs. Parece ser el término preferido por este político para el 2022; la primera vez que habló de “punto de inflexión en la historia” o “cambio de era” (o punto de retorno, como se traduce literalmente del alemán) fue en el discurso que dio ante el Bundestag el 27 de febrero, tres días después de que un Vladímir Putin envalentonado ordenara la invasión de Ucrania. Lo que iba a ser una “pasada” triunfal y consecuente anexación, se convirtió en una guerra con mayúscula que se cobra vidas al por mayor. “La guerra de Putin marca un punto de inflexión”, dijo entonces el canciller, “y eso va también para nuestra política exterior”.

Venía olfateando algo así, que podía describir pero no definir claramente, desde antes que explotara la guerra en el corazón de Europa, más precisamente desde que otra guerra, menos evidente, acaparó la atención del mundo. Me refiero a la lucha por las vacunas contra el Covid-19, que comenzó antes de que existieran con la polémica de quién o qué país era el culpable de la pandemia (discusión inútil si las hay) y que siguió con un bando oriental (China/Rusia) y uno occidental (Europa/Estados Unidos), ambos sin ningún sentido de la unidad.

¿Alguna vez te preguntaste cómo se describirá en los libros de historia la época que estamos viviendo? Así como ahora leemos sobre la Guerra Fría que, en teoría, comenzó a terminarse con la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, creo que en el futuro describirán este presente que vivimos como el fin de un período de aparente calma chicha, con muchas corrientes submarinas que nadie quería terminar de identificar, pero que explotaron en la superficie todas juntas. Una era en la que Rusia invadió a Ucrania, en que Europa, Estados Unidos y la OTAN se pusieron de punta pero sin intervenir (oficialmente), en la que  “otros” grandes poderes se quedaron callados y donde el resto del mundo intenta sobrellevar una crisis que seguramente se profundizará en los próximos años.

Vivimos en la era de la multipolaridad, donde ya no hay dos bandos claros ideológicamente (capitalismo vs socialismo/comunismo), sino una cantidad de bandos que todavía no llegamos a identificar del todo. Un momento que seguramente será recordado por la consolidación de nuevos poderes, como el de China, que compiten directamente con el supuesto orden establecido hasta ahora (Estados Unidos y Unión Europea), hijo ilegítimo de esa Guerra Fría que ahora algunos temen que reviva.

“El Zeitenwende va más allá de la guerra en Ucrania y más allá de la cuestión de la seguridad europea. La pregunta central es esta: ¿Cómo podemos nosotros, como europeos y como Unión Europea, seguir siendo actores independientes en un mundo cada vez más multipolar?”, escribió Scholz en la misma columna. El canciller considera que Alemania y Europa pueden ayudar a defender el orden internacional basado en reglas “sin sucumbir a la visión fatalista de que el mundo está condenado a dividirse una vez más en bloques competitivos”. Admiro su optimismo, al menos en las letras, pero nada indica que algo haya cambiado en cuanto a la competencia global, salvo porque es cada vez más descarnada y desordenada, hasta el punto de que no siempre podemos identificar quién o quiénes están detrás de una movida.

Los editores del Diccionario Collins eligieron permacrisis como la palabra del 2022, un término que hubiera dicho que no existe pero que tiene definición, al menos en inglés: “período extendido de inestabilidad e inseguridad”. Nuevos poderes mundiales, una Unión Europea y un Estados Unidos más débiles, un Brexit que todavía reverbera, una guerra que deriva en una crisis humana y energética, una recesión mundial pronosticada y los efectos de cambio climático catastrófico, son un sucesión de eventos producto de o consecuencia de esa inestabilidad e inseguridad. 

La invasión rusa no solo generó una guerra horrenda, sino también la escalada nuclear más grave desde la crisis de los misiles de Cuba, al mismo tiempo que disparó un régimen de sanciones peligroso y una crisis inflacionaria al estilo de las de los 80, alimentada por la suba de precios de los alimentos y la energía. 

Todo lo que considerábamos más o menos normal hace una década atrás, ya no existe. Tal vez era solo un espejismo, es cierto. La disrupción nos pasa por arriba y se vuelve parte de la rutina. Como dijo alguna vez el escritor David Shariatmadari, nos gana la “sensación vertiginosa” de que un evento sin precedentes se yuxtapone a otro. Cuando lo inesperado se vuelve usual es hora de comenzar a temer.

Parte de esta permacrisis es el pronóstico, recalcado por The Economist en estos días, de que 2023 viene con recesión incluida, consecuencia de una combinación letal: un orden mundial de posguerra desafiado por Putin y una relación Estados Unidos-China que nunca se encamina.

La reacción europeo-estadounidense a la guerra, con sanciones importantes, puede parecer una movida de piezas importante, pero la realidad es que la mayoría del mundo no forma parte de esa alianza que en otra época fue la más sólida del planeta. El orden occidental tambalea no solo por la guerra en Ucrania sino también porque la China de Xi Jinping no sostiene ni remotamente sus valores, por nombrar solamente una de las varias fuentes de inseguridad que destacan en este indefinido orden mundial.

“Bienvenidos a la "policrisis", un mundo en el que, como dice el historiador Adam Tooze, "los shocks económicos y no económicos" están entrelazados “hasta el final"”, escribió recientemente el profesor Zaki Laidi en una columna del Financial Times. 

La combinación de tres shocks, geopolítico, energético y económico, es lo que le hace pensar a los expertos que en el corto plazo el panorama será, al menos, gris oscuro. Se espera que buena parte del mundo viva en recesión en el año que comienza y que la debilidad económica incluso exacerbe los riesgos geopolíticos, sobre todo en Europa.

Si la economía está complicada y Putin sigue empeñado en sus delirios autócratas, no correspondidos en el campo de batalla, no bastarán con las sanciones europeas. El presidente ruso fracasó en su intento por intercambiar gas por indiferencia, pero podría ir mucho más allá, cortando la llave del suministro definitivamente o recurriendo al sabotaje de los gasoductos del continente.

Mientras tanto, China es un dragón enjaulado con una economía en problemas, una población harta de las restricciones anti Covid y una política exterior que mira sin disimulo a Taiwán como objetivo. Queda la esperanza de que Estados Unidos se recupere, al menos en lo que hace a dólares, porque en el plano político todo sigue muy entreverado.

Las placas tectónicas están desalineadas. El peligro de terremoto es bien cierto. Bienvenidos al 2023. Y que nos juzgue la historia.
 

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