Pancho Perrier

Viejos doctos en decadencias y resurrecciones

Retiro de dos de los líderes fundamentales del Uruguay contemporáneo

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22 de octubre de 2020 a las 18:50

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Cuando José Mujica Cordano cayó preso el 7 de agosto de 1972, durante la derrota de la guerrilla de los tupamaros, Julio María Sanguinetti era ministro de Educación y Cultura, uno de los tres que la Lista 15 tenía en el gabinete de Juan María Bordaberry.

Luego, en dictadura, Sanguinetti realizó su travesía por el desierto, cuando ser político profesional era mala palabra. 

Mujica en tanto pasó casi 13 años en la cárcel, en condiciones miserables. Sufrió hasta enloquecer, dialogó con hormigas y fantasmas, y adquirió el equipo emocional e intelectual que lo llevaría a convertirse en un santón universal.

José “Pepe” Mujica ha sido uno de los líderes civiles más populares de la historia uruguaya moderna. Partió desde la periferia de la sociedad y arribó a lo más alto, gracias a una rara persistencia y a un discurso entre poético y pedestre. 

Sanguinetti escribió su mejor página entre 1982 y 1985, cuando concibió y lideró una salida a la dictadura, inspirado en Julio Herrera y Obes, al modo de un príncipe ilustrado y realista.

Su premio fue la Presidencia de la República, dos veces, a costa de los blancos, aunque cada vez más cercado y erosionado por la izquierda. 

A Julio Sanguinetti, líder decisivo desde mediados de la década de 1960, cuando contribuyó a redactar la Constitución vigente, le cabe la calificación de estadista, en su sentido restringido: persona especializada en la conducción del Estado, y capaz de incidir sobre el curso de la historia.

Con él, y con Jorge Batlle, el Partido Colorado escribió sus últimas páginas de triunfos —inmediatamente antes de caer en la peor crisis de sus 184 años de vida. 

El viejo partido que siempre ganaba, cuyo nombre era sinónimo de Estado, desde 2004 sólo promedia el 13% de los sufragios nacionales y municipales. Ahora aspira a oficiar de gozne y completar mayorías: se asume como una minoría calificada e influyente, al modo del viejo Partido Liberal inglés, en tanto espera una cada vez más improbable resurrección.

El martes 20 los dos traqueteados guerreros antagónicos: José Mujica (85 años) y Julio Sanguinetti (84), con casi 70 años de actuación política cada uno, dejaron en forma simultánea sus bancas en el Senado de la República, para pasar a combates de retaguardia. 

De alguna forma, ambos representan vicios y virtudes republicanas, en esta "hora de conciliación, de reafirmación democrática”, al decir de Sanguinetti.

Sanguinetti se inició al lado de Luis Batlle Berres, y Mujica junto a Enrique Erro y a Luis Alberto de Herrera; líderes que la gran mayoría de los uruguayos desconoce y solo asocia con calles y monumentos.

Sanguinetti proviene del más rancio tronco doctoral del Partido Colorado y de su realismo político-burocrático. Mujica se acunó en la cultura contestaria de los productores rurales del interior, más del Partido Blanco que del Partido Nacional.

“Soy blanco en la interpretación política del país”, dijo más de una vez. Él cree que “las cosas importantes siempre son sencillas; en cambio, aquellas que no se pueden transmitir con sencillez, al fin de cuentas no son importantes”.

Mujica arribó al Parlamento en 1995, con un puñado de votos “ultra” y una Vespa desvencijada. Pero en 2004, cuando Tabaré Vázquez ganó su primera Presidencia, el MPP llegó a casi 328.000 sufragios, con los que se convirtió en la primera fuerza político-electoral del Frente Amplio. Toda una hazaña para la vieja izquierda radical no comunista, casi siempre perdedora.

Fue un giro sorprendente en la historia y una suerte de revancha. Ganó con mucha holgura la Presidencia en noviembre de 2009, tras un balotaje contra su archienemigo Luis Lacalle de Herrera. Llevó al gobierno a algunos viejos tupamaros, las bestias negras de antaño; pero antes contribuyó a que esos guerrilleros cascoteados abandonaran sus sueños insurreccionales y aceptaran las reglas del sistema democrático.

Los resultados de su gobierno fueron más bien decepcionantes: el cenit antes de un lento cuesta abajo. Pero adquirió una inaudita popularidad universal con su discurso anti-consumo y su sencilla vida personal. 

Los humildes ven en él lo que desean y necesitan, para confortar sus heridas.

Hace dos años, en un pintoresco pueblo de España llamado Santo Domingo de la Calzada, quien esto escribe compartió una cerveza con Lanfranco, un romano de 70 años. Era notoriamente pobre y estaba agotado tras una sucesión de largas marchas por el Camino de Santiago. 

—¿De qué país eres? —preguntó.

—De Uruguay.

—¡Uruguay! ¡Muyyiica! Lo admiro mucho.

—¿Y usted entiende lo que Mujica dice? Porque usa mucha jerga, y metáforas con jerga…

—Sí, lo entiendo, porque él habla con el corazón.

El MPP siempre triunfó con Mujica; y fue derrotado cada vez que respaldó una candidatura vicaria: desde su esposa Lucía Topolansky o Álvaro Villar para la Intendencia de Montevideo, hasta Ernesto Agazzi a la Presidencia del Frente Amplio.

Tal vez el mayor aporte histórico de Mujica sea el convocar a una unión en torno a valores democráticos, y no a la partición por el odio y la intolerancia, al modo de la “grieta” que enferma a tantos países del mundo. 

“En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio”, dijo este martes, cuando renunció al Senado. “El odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad ante las cosas. El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador, en tanto el odio nos destruye”.

Sanguinetti se propone seguir predicando desde su casa. Él también tiene prestigio internacional. En diciembre escribió a un periodista: “Me desalienta el Senado, me alienta la Secretaría General del Partido Colorado, me siguen moviendo el debate de ideas, el periodismo, los libros... Me desespera lo que nos cuesta como sociedad adaptarnos a los tiempos. Somos precapitalistas (…).  Los marginales y tarados marcan el compás. Pese a todo, soy optimista. Nunca se han vivido más y mejores años que en esta época”.

Mujica y Sanguinetti han sido, y aún son, grandes líderes políticos gestados en otra era, otras culturas y lejanas gestas. 

Parecen antiguos, pero son muy actuales. 

El día que los orientales olviden los valores que ambos representan, tan opuestos y complementarios, es probable que sea en vísperas de nuevos desencuentros feroces y miserias sin cuento.

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