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23 de enero 2025 - 12:39hs

La pandemia planetaria Covid-19 provocó, entre otras tantas cosas, la necesidad de repensar los basamentos y las instituciones que velan por el desarrollo y la protección social de la sociedad en su conjunto. Lógicamente la escuela es parte insoslayable de dicho repienso inequívocamente asociada a la formación de las nuevas generaciones para futuros esperanzadores y mejores. Pensar los futuros requiere del protagonismo y del fortalecimiento de la institución escuela.

La reflexión durante y posterior a la pandemia se movió en por los menos en dos direcciones respecto al rol de la escuela. Por un lado, la ausencia de presencialidad desencadenó nuevos sentimientos positivos hacia su rol. Se valorizó el lugar significativo que la misma ocupa como estructuradora de nuestra vida, y tal como aseveraron Dussel, Ferrante & Pulfer (2020), “apareció con mayor claridad su papel en la socialización de niñas, niños y adolescentes, tanto en sus relaciones con el mundo adulto como entre pares”. También se observaron mayores niveles de conciencia de madres, padres y comunidades en cuanto a lo que significa el rol de los educadores como orientadores de los alumnos y acompañantes de sus procesos de aprendizaje, así como respecto al acto desafiante y delicado de educar (Opertti, 2021).

Por otro lado, la escuela amplió su radio de acción e influencia hacia la educación a distancia que en la medida en que se le entendió como una acción remedial en una situación de emergencia, su rol se circunscribió en gran medida a sustituir a la educación presencial. Pero, asimismo, se abrió la discusión en torno a la conveniencia de avanzar hacia modos educativos híbridos basados en la complementariedad entre las fases presenciales y a distancia con el objetivo de expandir y diversificar las oportunidades y los procesos de enseñar, aprender y evaluar.

Asimismo, la hibridación de la escuela implicaría la combinación e integración de enfoques curriculares, estrategias pedagógicas, contenidos y recursos educativos, y tecnologías para hacer realidad la máxima de aprender a todo momento y en todo lugar sin fronteras ni umbrales en base a una escuela fortalecida en el seno de la sociedad.

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Aún cuando las discusiones sobre el devenir de la escuela se intensificaron durante y a posteriori de la pandemia, parecería ser que el repienso de la escuela se encuentra de alguna manera trabada entre quienes argumentan que la escuela es presencialidad a secas y asunto exclusivo de los educadores, y alternativamente, quienes creen en el poder omnicomprensivo de las tecnologías para sustituir a los educadores aparentemente sustentada en una educación predominantemente a distancia con una baja carga de presencialidad.

Alternativamente a posicionamientos antagónicos, se requiere avanzar en un núcleo de ideas y categorías de pensamiento que recobren el sentido y el quehacer de la escuela en sociedades marcadas por severas disrupciones en lo cultural, afiliatorio, político, social, económico y territorial, entre otros aspectos relevantes.

Entendemos que hay dos riesgos preocupantes que podrían coadyuvar a que la escuela como institución pierda relevancia. Por un lado, que la escuela abogue por la insularidad, se cierre en sí misma y adopte tareas defensivas y eximidas de responsabilidades frente a los desafíos que plantean los entornos y las comunidades. Por otro lado, el desdibujamiento o evaporación de la escuela por los usos y abusos de las tecnologías, que la despoje de la presencialidad como elemento insoslayable en la construcción de una sociedad de cercanías, que cimenta culturas colaborativas y solidarias, y que facilita los diálogos entre diferentes apreciando la diversidad.

En la búsqueda de renovados anclajes conceptuales que contribuyan a dignificar a la escuela como la vía principal para hacer realidad el derecho a la educación como un bien común a toda la sociedad, sin distinciones, el libro seminal “La escuela del alma. De la forma de educar a la manera de vivir” (2024), de autoría de José María Esquirol, catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, aporta una mirada provocativa y punzante. Nos estimula a cuestionar ciertas ideas y conceptos que asumimos como dados en educación, así como también nos abre a nuevas categorías de pensamiento. Identificamos cinco de entre las múltiples puntas planteadas por Esquirol.

En primer lugar, Esquirol argumenta sobre la escuela que es, a la vez, casa y mundo, de puertas abiertas, sin paredes ni techo, y que supera las diferenciaciones y segmentaciones entre los espacios de aprendizajes tradicionalmente rotulados como formales, no formales e informales. La escuela puede adquirir diferentes formatos en un permanente ir y venir de cobijar y socializar a las nuevas generaciones, hacerlo en la intemperie y buscando aproximarse a lo aparentemente externo y “ajeno” a su ámbito de especialización y actuación.

Esquirol arguye que “quien ha de formase y madurar en la proximidad de los demás y en estrecha vecindad con las cosas del mundo”, asumiendo la intersección evolvente casa-mundo. Ciertamente subyace a esta idea la impronta claramente cosmopolita y universalista de la escuela que afirma su inmersión en el mundo resguardando su identidad igualitarista y democrática.

En segundo lugar, la escuela es el lugar por excelencia a efectos de contribuir a lo que Esquirol denomina como la quinta esencia de la vida humana que es “la claridad, la calidez y la no indiferencia”. La escuela hace que las personas progresen y maduren en lograr claridad y robustez en las ideas y los conceptos, así como estimulando la atención de las personas, su bondad, su vida espiritual y comunitaria. No hay contraposición sino complementariedad entre profundidad y rigurosidad académica. Se trata de preocuparse por las personas como fines en sí mismas tal cual aseveraba el filósofo universal, Immanuel Kant (1787). La escuela no es ante todo ni instrumental ni funcional a un modo específico de entender la sociedad sino abierta a la diversidad de personas para que puedan desarrollarse y disfrutar del “fruto maduro” al decir de Esquirol.

En tercer lugar, Esquirol pone hincapié en que la escuela cuida y cultiva el alma reforzando su impronta intrínsecamente humana y humanista. No puede haber escuela indiferente a la consideración de las y los alumnos como personas. Bajo tal acepción, la escuela tiene que afincarse en “que el mundo sea mundo, y que la vida sea vida”. No se puede relativizar tanto el sentido de la escuela, y la existencia de verdades y hechos, que lleve a que todo vale por igual desembocando en un relativismo exacerbado que crispa más que integra. Quizás esta apreciación tenga que ver con los sin sentidos a que alude Esquirol “a que hay sitios que parece escuela pero que no lo son” y al revés “hay sitios que no parecen escuelas y que, sin embargo, lo son”.

En cuarto lugar, Esquirol se explaya sobre el concepto de enseñar en el sentido de orientar y ayudar a las y los alumnos a responder a sus inquietudes. Esto implica educar en lo visible de las cosas, y, asimismo, atisbar en la profundidad de lo que subyace a las mismas (lo invisible). El rol de los educadores yace en incentivarlos a reflexionar para que cada alumno y alumna cultive su reflexividad por sí mismo. Como arguye Esquirol, “el educador no puede recorrer el camino por el alumno” sino más bien ser un referente, orientador y facilitador de procesos que los mismos recorren y que asumen la responsabilidad indelegable en concretarlos.

En quinto lugar, Esquirol nos comparte que el ser humano es obrero en cuatro aspectos interconectados que la educación puede ayudar a su desarrollo, a saber: (i) obrero de crear mundo en el mundo; (ii) obrero de vida que le da intensidad a la misma; (iii) obrero de fraternidad que es capaz de empatizar con el otro; y (iv) obrero de sentido que es capaz de encontrar y crear sentido. Se trata de que la escuela ayude a que las y los alumnos protagonicen sus vidas desde la autonomía, hondura y solidaridad de pensamiento, así como desde la cercanía con los otros confraternizando, buscando la buena manera de vivir y forjando un mundo mejor. En definitiva, abrigamos la esperanza de una escuela que es capaz de llevar al mundo “una migaja de utopía” como asevera Esquirol.

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