El multilateralismo, en sus visiones y prácticas, tiene que ser revisado en profundidad por una constelación de factores relacionados, entre otros, al modo de gobernanza y de gestión, a los desequilibrios de poder entre países, a los énfasis programáticos, a los marcos e instrumentos para lograr acuerdos y compromisos internacionales y nacionales, a las maneras de involucrar, dialogar y asistir a los países y a la evaluación de sus impactos sustantivos y sostenibles sobre el bienestar y desarrollo de países y comunidades.
Lo que parecería ser que ha cambiado yace en que la crisis percibida y objetivable del multilateralismo ya es no solo sobre su ajuste, reforma o transformación, sino lo que se empieza lamentablemente a cuestionar es su razón de ser. Se trataría de una crisis existencial cuyos detractores emergentes estigmatizan al multilateralismo como disfuncional, inoperante, costoso e ineficiente. La alternativa que plantean es una agenda geopolítica de tinte regresivo donde confluye martillar sobre un mundo multipolar fragmentado en áreas de influencia, y el cuestionamiento y desdibujamiento de los cometidos esenciales e indelegables de los estados y gobierno por élites tecnológicas que pretenden “adueñarse” del mundo y del planeta. En la línea de lo señalado por la pensadora universal Hannah Arendt en el libro “Los orígenes del totalitarismo”, y traído a colación por el filósofo y periodista Martin Legros (Philosophie magazine, 2025), estas élites, haciendo gala de su cinismo moral, creen que todo se permite porque todo es posible.
A la luz de lo señalado, nos parece necesario repensar el multilateralismo asumiendo que se cuestión de argumentar y evidenciar su razón de ser evitando caer en las defensas a tapas cerradas y en discursos apologéticos, altamente retóricos y sin contenido sustantivo. Hay poco de mea culpa en cierta vocinglería extendida sobre el multilateralismo que refiere a la necesidad de cambiar, pero huele a poco en los hechos.
Más aún se trata de hacer una profunda reflexión sobre las dificultades que tienen las instituciones multilaterales para cambiar a la luz de tiempos disruptivos, planetarios y mundiales, y en particular, cuáles son las razones por las cuales las iniciativas de cambio, surgidas a partir de la pandemia, se han ido evaporando, y, en cierta medida, se produce un retorno fatal a la era pre-Covid. Como si en realidad se prefiera, en general, “esperar” a una lógica de hechos geopolíticos consumados para disparar el cambio, inmersas en un estado de deterioro de sus capacidades institucionales y programáticas, y de mengua considerable de sus recursos humanos y financieros.
Se podrá decir, con una cuota importante de razón, que los países son los artífices de un multilateralismo descolorido, que abusa de micro gestionar a las instituciones y de usarlas como “parlamentos” o simplemente como plataformas para imponer sus agendas. Pero también es cierto que las instituciones se han ido consumiendo en un permanente tire y afloje con los países, y sin capacidad efectiva de consensuar agendas ambiciosas con alto impacto real en el terreno.
Repensar el multilateralismo en clave de fortalecerlo podría implicar algunos de estos siete puntos, entre muchos otros, y que enumeramos brevemente: resignificar su valor per se; fortalecer sus propósitos universalistas; propender a una institucionalidad proactiva de cara a un mundo disruptivo; dar cuenta de diversidad de sensibilidades y enfoques; cultivar la confianza y la humildad; constituir un espejo de excelencia y fortalecer la empatía con la gente.
En primer lugar, el multilateralismo tiene un valor pe se que esencialmente implica la capacidad de orientar y facilitar espacios y oportunidades de diálogo y de construcción colectiva entre países. Su valor per se es un bien común mundial, intangible y que responde al hecho irrefutable que “biológicamente todos somos ciudadanos de un solo planeta” tal cual señala la Comisión Internacional sobre los Futuros de la educación (2021), coordinada por la UNESCO.
Su rol insustituible yace en la capacidad de lograr que los gobiernos más disímiles y enfrentados puedan compartir sus perspectivas, mirarse a las caras, y encontrar siempre algunos puntos de coincidencia. No es el diálogo solo como medio o instrumento, sino su valorización como tal y más allá de todo resultado que se pueda lograr.
En segundo lugar, el multilateralismo es esencialmente universalista y cosmopolita ya que su razón ultima de ser es bregar porque los derechos humanos se entiendan como una exigencia ética universal – valores morales - que se sitúan por encima de todo tipo de particularismo. El universalismo multilateral no es la imposición y la hegemonía de una civilización o credo o cultura, generalmente asociado a Occidente, sino la generación de diálogos horizontales y deliberativos entre diversidad de perspectivas sustentado en valores y referencias vinculantes. El universalismo implica abstraerse de los particularismos para converger en un espacio que está por encima de ellos como un valor supremo de la humanidad.
En tercer lugar, el multilateralismo tiene que repensar sus modos de gobernanza y gestión globales y locales, fortalecer su capacidad de respuesta anticipatoria y a tiempo y reducir las cargas burocráticas y los costos transaccionales de sus acciones, a la luz de un mundo permeado por cambios disruptivos. Las instituciones multilaterales tienden a funcionar sobre el presupuesto que los cambios son progresivos, incrementales y delimitados. Más aun, que los mismos pueden ser gestionados de acuerdo con rutinas burocráticas altamente jerárquicas y lentas que tienden a limitar y desestimular las iniciativas que puedan surgir de abajo hacia arriba. Cabe recordar que el abajo, desde el terreno de los países, constituyó uno de los factores más movilizadores y efectivos en responder a la pandemia del covid-19.
Asimismo, las instituciones multilaterales suelen rivalizar, superponer y fragmentar cometidos entre sí, y prefieren muchas veces seguir sus caminos propios por sobre ponderar la cooperación interinstitucional de cara a mejor responder a las expectativas y necesidades de los países. El abordaje de la pandemia evidenció que la colaboración y la solidaridad entre instituciones multilaterales, regiones y países, por la vía de apuntalar la producción, democratización y diseminación de los conocimientos, es una manera efectiva y potente de enfrentar situaciones de crisis. Los egos y egoísmos institucionales se dejaron un poco de lado durante la pandemia, pero son resilientes. Nunca hay que olvidar que los organismos internacionales se deben a los países y son sostenidos por sus contribuyentes.
Por otra parte, el multilateralismo se enfrenta al desafío de redimensionar y jerarquizar sus sedes centrales, potenciar las experticias regionales y locales, avanzar más decididamente hacia modos híbridos de trabajo y conferir mayor protagonismo y apoyo a los actores en el terreno.
En cuarto lugar, el multilateralismo, lejos de devenir correa de transmisión de determinados enfoques sobre cuestiones candentes y sensibles, tendría que reforzar aún más sus miradas inclusivas, tamizadas y componedoras. Alternativamente a posicionarse desde lo “políticamente correcto y redituable”, y, que, en cierta medida, es indicativo de posturas facilistas y condescendientes, el multilateralismo tiene que sopesar los temas desde el justo y sabio equilibrio entre enfoques que reflejan diversidad de sensibilidades. No se puede permitir que las instituciones se trasformen en portadoras de visiones particulares, y del sentirse cómodamente del “lado correcto” de la historia. Muchas veces por enredarse en posicionamientos que orillan las ortodoxias y los fundamentalismos, se dinamitan las oportunidades de avanzar en agendas de progreso humano y social.
En quinto lugar, se requiere fortalecer la confianza en que la diversidad de instrumentos internacionales – entre otros, convenciones, recomendaciones, declaraciones, marcos de política y planes de acción – pueden surtir efectos reales, medibles y significativos sobre la calidad de la democracia y de las políticas públicas en los países. No se trata de quedarse en referencias normativas, cargadas de referencias y citas, sino de evidenciar cuales son los valores agregados de dichos instrumentos en mover las agendas nacionales y concretar aspiraciones.
Asimismo, la confianza en los instrumentos requiere de mayores grados de humildad en los diálogos trabados con los equipos nacionales, y en evitar asumir roles supranacionales sin legitimidad democrática. El fortalecimiento de la capacidad de escucha, y bajar desde los “pedestales”, es un asunto clave y delicado para avanzar en una efectiva cooperación global, y entre regiones y países, que priorice a los más vulnerables y necesitados.
En sexto lugar, los marcos de organización y funcionamiento del multilateralismo tendrían que privilegiar mucho más la excelencia de los recursos humanos, y sus capacidades de aportes sustantivos. El funcionariado internacional, con sus luces y sombras, siempre ha mostrado encomiable capacidad de entrega y compromiso, así como de propuesta y de acción ante las situaciones más adversas, poniendo en riesgo, muchas veces, la seguridad personal y de sus familias y sufriendo sus consecuencias.
No obstante, lo cual, los organismos multilaterales reflejan muchas veces prácticas clientelares derivadas de la micro gestión de los países y de los círculos de poder al interior de los mismos, así como de defensa de posturas corporativas muy alejadas de los desafíos que tienen los países. Ciertamente que la excelencia se constata en el multilateralismo, pero no es un fenómeno generalizado ni suficientemente estimulado. Puede y debe rendir más.
En séptimo lugar, el multilateralismo tendría que empatizar en mayor medida con la diversidad de expectativas y necesidades de la gente localizada en diferentes entornos, y con foco en los más vulnerables. Los avances y logros del multilateralismo se miden de cara a responder a las necesidades percibidas por personas, grupos y comunidades. No es solo reportando en los microclimas y espacios auto referenciados de las instituciones que se gana en legitimidad sino generando puertas vaivenes con la sociedad con alta capacidad de escucha y de respuesta en el terreno.
Asimismo, se requiere ampliar las bases políticas, societales, ciudadanas y generacionales de acuerdos nacionales que reflejen agendas de progreso e inclusión social preconizadas por instituciones multilaterales. En tal sentido, resulta alentador que, por ejemplo, el sistema de Naciones Unidas, y en particular la UNESCO, asuma el compromiso de promover la empatía intergeneracional como base para generar nuevas maneras de concebir y plasmar las políticas públicas en educación. O que bien la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) agende decididamente los temas de democracia y de derechos humanos ante retrocesos y descontentos en el apego a los mismos.
En resumidas cuentas, la crisis existencial del multilateralismo no puede devenir en enfrentamientos crispados entre sus defensores y detractores a capa espada, sino constituye una única oportunidad para su jerarquización que tanto se necesita. Proponemos siete puntos posibles para su abordaje: foco en su valor per se; ahondar en sus propósitos universalistas; respetar e integrar sensibilidades; una institucionalidad aggiornada para un mundo disruptivo; fortalecer la confianza extramuros y cultivar la humildad; asumir el compromiso de constituir un espejo de excelencia; y empatizar con el común de la gente y avanzar en acuerdos sociales de amplia base.