Carlos Luis Jáuregui murió el 20 de agosto de 1996 en su departamento de la calle Paraná, rodeado de los amigos que fueron su familia elegida. Tenía apenas 38 años y una vida dedicada por completo al activismo por los derechos de la diversidad sexual.
En 1984, cuando la recién recobrada democracia argentina era una mezcla de euforia e incógnitas, este profesor de historia platense tomó una decisión que cambiaría para siempre el panorama de los derechos humanos en el país: fundar la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y convertir la visibilidad en una herramienta política revolucionaria. Era una época en que ser gay podía costarte el trabajo, la familia y la libertad.
"En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política", solía decir Jáuregui, resumiendo en una frase la filosofía que guiaría toda su militancia. Esta convicción lo llevó a protagonizar momentos históricos que hoy parecen inconcebibles por su audacia: ser el primer homosexual en asumir públicamente su sexualidad en una tapa de revista, organizar la primera marcha del orgullo en Buenos Aires y polemizar con las voces de la jerarquía eclesiástica que lo condenaban abiertamente.
Un despertar en París
La transformación de Carlos Jáuregui de académico a activista tuvo un momento preciso y geográfico: París, 1981. Había viajado a Francia para especializarse en historia medieval en la École Pratique des Hautes Études, pero lo que encontró allí excedió cualquier conocimiento libresco. Su primera marcha del orgullo gay en las calles parisinas fue, según sus propias palabras, "el motor que decidió mi posterior militancia en el movimiento gay".
"Lloré como nunca cuando vi la primera marcha", recordaría años después. "Tuve la certeza de que había descubierto algo que era lo que realmente quería hacer. Así dejé la investigación y dediqué mi vida a la militancia gay".
De regreso en Buenos Aires en 1982, Jáuregui ya planeaba sus próximos pasos. En abril de 1984, en la discoteca Contramano, nació la CHA con él como primer presidente. Poco después, una solicitada en el diario Clarín marcó el tono de lo que vendría: "Con discriminación y represión no hay democracia". Era un mensaje dirigido tanto al poder político como a la sociedad: la democracia no podía ser completa si excluía a las minorías sexuales.
En una época en la cual los edictos policiales permitían detener a homosexuales por "escándalo público" y donde las razzias en discotecas gay eran moneda corriente, la estrategia de Jáuregui fue tan simple como revolucionaria: mostrar la cara. En 1984, cuando apareció abrazado a Raúl Soria en la tapa de la revista Siete días, bajo el título "Los riesgos de ser homosexual en la Argentina", rompió un tabú que parecía inquebrantable.
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La visibilidad mediática se convirtió en la columna vertebral del activismo de Jáuregui. Escribía en diarios, participaba en programas de televisión y buscaba cada oportunidad para explicar que la homosexualidad no era una enfermedad ni un vicio, sino una forma más del amor humano. En 1987 publicó Homosexualidad en Argentina, libro que dedicó a su pareja Pablo Azcona, a sus compañeros de activismo y a las Madres de Plaza de Mayo, estableciendo desde el prólogo una conexión fundamental entre la lucha por los derechos sexuales y los derechos humanos.
El dolor que impulsó la lucha política
La vida privada de Jáuregui estuvo marcada por amores intensos y pérdidas devastadoras que alimentaron su convicción política. En 1984 conoció a Azcona, con quien vivió una relación de cuatro años que definió como "su gran amor". Cuando Pablo murió a causa del HIV en 1988, Carlos enfrentó una doble tragedia: el duelo por la pérdida y la injusticia legal que lo dejó sin derechos sobre el departamento que habían compartido.
"Yo sentía que ese lugar me correspondía y, de hecho, si hubiésemos estado casados legalmente me hubiera correspondido", reflexionó Jáuregui, según cita la investigadora Mabel Bellucci en su biografía del activista. "Años atrás, la represión policial era nuestra principal preocupación. A partir del sida, nuestro mayor problema es la herencia".
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Sin hogar y sumido en una depresión, Carlos se instaló temporalmente en casas de amigos hasta que César Cigliutti y Marcelo Ferreyra le ofrecieron una cama en su departamento de la calle Paraná. Ese espacio se convirtió en mucho más que un refugio: fue el corazón pulsante del activismo gay de los años ‘90, donde se organizaron marchas, se planificaron estrategias políticas y se construyeron las bases de lo que sería Gays por los Derechos Civiles, la organización que Jáuregui fundó en 1991 tras alejarse de la CHA.
Marchas pioneras y legado personal
El 3 de julio de 1992 fue una fecha bisagra en la historia de los derechos LGBT+ en Argentina. Ese día, Jáuregui encabezó la primera marcha del orgullo gay lésbico en Buenos Aires, con un recorrido simbólico que iba desde la Catedral hasta el Congreso Nacional. Participaron apenas 300 personas, muchas de ellas con máscaras blancas para proteger su identidad del ojo público y evitar represalias laborales o familiares.
La imagen era elocuente sobre el contexto de la época: en 1992, ser visiblemente gay podía significar el despido inmediato del trabajo o la expulsión del hogar familiar. Sin embargo, Jáuregui tenía una visión a largo plazo que sorprendió incluso a sus compañeros de militancia.
Esa predicción se reveló profética. En 1993 fueron 550 personas; en 1994, 800; en 1995, ya llegaban a 2.000. La última marcha en la que participó Jáuregui fue el 28 de junio de 1996, apenas dos meses antes de su muerte. Hoy, la marcha del orgullo de Buenos Aires convoca a cientos de miles de participantes y es una de las más importantes de América Latina.
Los últimos meses de vida de Jáuregui estuvieron marcados por una batalla política que consideraba fundamental: lograr la inclusión de la orientación sexual como causal protegida en la nueva Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. El trabajo fue arduo y enfrentó resistencias importantes, especialmente de sectores conservadores que se negaban a reconocer la discriminación por orientación sexual como un problema real.
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Carlos no llegó a ver concretado su último gran proyecto. Murió el 20 de agosto de 1996, diez días antes de que la Convención Constituyente aprobara por unanimidad el artículo 11 de la Constitución porteña, que prohíbe la discriminación por orientación sexual. Una semana después de su funeral, activistas LGBT+ ingresaron al recinto con fotos de Jáuregui en las manos, pidiendo que se honrara su memoria aprobando la cláusula antidiscriminatoria.
Buenos Aires se convirtió así en la primera ciudad latinoamericana en condenar constitucionalmente la discriminación por motivos de orientación sexual, sentando las bases legales para lo que vendría: la ley de unión civil, el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género y todas las conquistas que han convertido a Argentina a la par de las naciones más avanzadas en derechos LGBT+.
El 20 de agosto, fecha de su muerte, se estableció como Día del Activismo por la Diversidad Sexual. En 2010, una plaza del barrio de Constitución recibió su nombre. En 2017, la estación Santa Fe de la línea H del subte fue rebautizada como "Santa Fe-Carlos Jáuregui", convirtiéndose en la primera estación de metro del mundo que lleva el nombre de un activista LGBT+.