¿Pero esa incertidumbre también la tienen en Acantilado?
La incertidumbre es consustancial a la adultez y a la vida humana. En lo que respecta al sector editorial, no tengo tantos temores. No es que tenga certezas tampoco, pero hay una serie de datos que son más que alentadores sobre índices de lectura, y son datos sustantivos y firmes, no son intuiciones ni especulaciones. De allí la fotografía que sale es la de un sector que está en un momento de buena salud. Entonces: no seamos tan agoreros ni temerosos. Disfrutemos del momento y trabajemos para consolidarlo, aunque eso signifique estar remando un poquito a contracorriente.
El libro, a pesar de todo, se ha manifestado como un asidero y una boya sobre la que mantenerse a flote. El libro, a pesar de todo, se ha manifestado como un asidero y una boya sobre la que mantenerse a flote.
Si el libro sigue siendo esa boya que se mantiene en una flotación permanente, incluso en épocas de crisis, ¿al final genera certidumbre?
Sin dudas. Y en la pandemia se vio más claro que nunca. Si vemos las cifras de libros que se vendieron en 2020 y 2021, al menos en España, jamás en la historia de la editorial se vendieron tantos. Y creo que responde no solo al hecho de que la gente vio reducida sus posibilidades de ocio, sino a que realmente hubo una búsqueda de algo que se reconoce que albergan los libros y la literatura. O sea, ante la incertidumbre seguimos entendiendo que en la literatura y en otras formas de expresión cultural hay bastantes respuestas, o como mínimo hay compañía y consuelo. Y oye: compañía y consuelo en la incertidumbre no es poco. Entonces, no podemos hablar de un paisaje desolado. Creo que no es un momento tan malo. Pero nos gusta ser agoreros y el fin del mundo es inminente desde siempre.
¿El catálogo de la editorial ofrece ese consuelo?
Cada texto es una intención que se acumula y que va formando un todo. Además, la buena literatura es perenne, y lo es porque más allá de las características narrativas, o porque haya sido un texto rupturista, la reconocemos como buena porque resuena en nosotros, y eso pasa porque desgrana o termina construyéndose sobre algo fundamental: la condición humana, a pesar de la tecnología, de los mil cambios y demás, sigue siendo la misma. Todos los seres humanos, desde que estamos en este mundo, nacemos y morimos. Y lo que pasa en ese segmento de vida que nos es dado sigue siendo lo mismo, con diferencias circunstanciales, pero nos sigue doliendo lo mismo y seguimos palpitando por lo mismo. A Séneca le preocupaba en esencia y en importancia lo mismo que a nosotros. Y a Zweig y a Montaigne también. Estamos igualados en eso. Entonces, en la medida de que la literatura consigue hablar de eso, es perenne. Por eso cuando uno está en un momento de tribulación personal y lee que hay otras personas que han sabido encontrar o no la manera de transitarlo, aparece la sensación de consuelo, de compañía. Y eso es lo que necesitamos en la vida, y es la voluntad de la editorial.
La buena literatura es perenne, y lo es porque más allá de las características narrativas, o porque haya sido un texto rupturista, la reconocemos como buena porque resuena en nosotros, y eso pasa porque desgrana o termina construyéndose sobre algo fundamental: la condición humana, a pesar de la tecnología, de los mil cambios y demás, sigue siendo la misma. La buena literatura es perenne, y lo es porque más allá de las características narrativas, o porque haya sido un texto rupturista, la reconocemos como buena porque resuena en nosotros, y eso pasa porque desgrana o termina construyéndose sobre algo fundamental: la condición humana, a pesar de la tecnología, de los mil cambios y demás, sigue siendo la misma.
Más allá de que la buena literatura sea perenne, ¿hay que hacer un trabajo para sostenerla? ¿La buena literatura no muere, pero hay que ayudarla a que no muera?
También los árboles de hoja perenne necesitan un mínimo de cuidado: agua, luz, que no venga alguien con una motosierra y se los lleve por delante. Esa imagen es importante: un árbol puede ser milenario y siempre hay un cafre que puede destruir lo que la naturaleza ha cuidado durante tantísimos años. Claro, a la literatura y la cultura hay que cuidarlas. Hay que ser muy conscientes del patrimonio que suponen y de que es nuestra responsabilidad preservarlo. Porque al final somos depositarios del mundo. El mundo no es de nadie y tenemos la obligación de cuidar este legado. De manera muy humilde sentimos que eso es lo que hacemos cuando recuperamos textos, cuando re-traducimos textos.
Acantilado dice ser el sello de los lectores exigentes. ¿Qué es un lector exigente en 2025?
Debe ser muy parecido a lo que era en 1925, aunque en esa época no había una oferta extensísima como ahora. Creo que un lector exigente es aquel que está interesado en desarrollar un criterio propio que le ayude a acercarse al mostrador de una librería y seleccionar. Es un lector al que no le vale cualquier cosa y que no quiere que le digan siempre lo mismo, que le hablen de obviedades y que necesita algo más. A veces me molesta cuando en el mundo editorial nos empeñamos en hablar de entretenimiento frente a formación. Un buen libro te puede formar y te puede entretener, esa era la aspiración de Horacio, y es una aspiración muy noble y posible. Hay mucha más filosofía en cualquier novela de Tolstói que en muchos libros de filosofía que se declaran como tal. Por eso el lector exigente es uno que lucha por tener su criterio, y que entiende que el pensamiento crítico es fundamental, más en un tiempo como el nuestro. Y es tan difícil de delimitar que tenemos que defenderlo cada día. La información hoy llega amontonadísima, sin filtros, voluntariamente confusa, con una rapidez que no nos permite pararnos a entender. El lector exigente es el que defiende el derecho individual al pensamiento, al criterio, a la definición, a la ralentización.
A veces me molesta cuando en el mundo editorial nos empeñamos en hablar de entretenimiento frente a formación. Un buen libro te puede formar y te puede entretener, esa era la aspiración de Horacio, y es una aspiración muy noble y posible. A veces me molesta cuando en el mundo editorial nos empeñamos en hablar de entretenimiento frente a formación. Un buen libro te puede formar y te puede entretener, esa era la aspiración de Horacio, y es una aspiración muy noble y posible.
¿Cuáles son los títulos que más atesora del catálogo?
Hay libros que son especiales, ya sea porque se han leído en un momento particular de la vida y han dejado una huella más indeleble, o porque realmente son libros que no se acaban. Uno que marcó un antes y un después en mi experiencia lectora y personal son Los ensayos de Montaigne. Es sorprendente que sea un libro que recoge todas las posibilidades del alma humana, desde lo más elevado a lo más terrenal. Por supuesto, hablo de los grandes temas: el amor, la amistad, la muerte, la enfermedad, la indiferencia, el dolor físico. Es un vademecum, una guía para la vida. No tiene respuestas, porque la literatura más interesante no es la que te da respuestas, sino la que te ayuda a plantearte las preguntas. Es en las preguntas donde están las claves. Hay que desconfiar de las respuestas y afinar las preguntas. Pero Montaigne tiene la capacidad para compilar el registro amplísimo de las posibilidades del alma humana.
Después, Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg. Es uno de los libros más bellos que uno puede leer. Tiene una sencillez que no es aparente sino real, y con eso tiene la capacidad de crear y decirlo todo. Uno se encuentra preguntando cómo es que lo hace, sin vueltas lingüísticas, sin adornos, superficialidades, sin juegos narrativos; solo sabiendo qué quieres decir y cómo.
Y luego, hay un ensayo de Stefan Zweig que se llama La lucha contra el demonio. Allí habla de la experiencia de la locura en Hölderlin, Kleist y Nietzsche, tres artistas y literatos. Consigue un retrato tan afinado de todo lo que tememos y nos acecha a las personas, que cuando lo terminé por primera vez volví a empezarlo.
Es un hecho que hoy se publica demasiado en todo el mundo y es algo que continuamente se recuerda en charlas con editores, autores y libreros. ¿Esto se ve como un problema o es parte de la propia configuración del mercado y son las reglas que hay que asumir?
Es una realidad. Es lo que hay. Es un dilema que probablemente haya existido en otros tiempos, pero en los últimos años se ha hecho más evidente porque los grupos editoriales suman más sellos y ganan más fuerza, quizás siguiendo una tendencia del mercado. Ellos se rigen por unas normas de mercado que imponen una producción masiva de libros y una inundación de textos importante. Desde una editorial independiente como Acantilado tenemos que ser muy conscientes y no podemos pretender cambiar la lógica actual o la realidad del mercado. Lo que sí podemos hacer es reflexionar sobre nosotros mismos e intentar actuar en consecuencia y con sentido, y luego tener la complicidad de los libreros. Porque al final son ellos los que están en la línea y reciben no sé cuántas novedades por semana. Muchas veces son ellos quienes se ven en la necesidad de regular eso. En muchos casos lo pueden hacer defendiendo su criterio y cómo quieren construir su librería, pero tampoco es fácil. En la medida que podamos tener su complicidad, que se sientan respaldados y que entendamos que no es demasiado lo que podemos hacer, algo se puede lograr. Pero, ¿vamos a decirle a Random lo que tiene que hacer? Es una política capitalista en la que estamos todos, no solo el mundo del libro.
Cuatro recomendaciones de Acantilado
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Momentos estelares de la humanidad - Stefan Zweig
Con 44 títulos en la editorial, Zweig encontró en Acantilado una especie de hogar en las letras españolas. El autor austríaco es una de las puntas de lanza del sello y este es, quizás, su libro más famoso y exitoso. Momentos estelares de la humanidad se adscribe al universo de los trabajos biográficos de Zweig, y se compone de catorce miniaturas históricas —que incluyen episodios como la caída de Constantinopla a manos de los turcos, la derrota de Napoleón en 1815 y el viaje de Lenin hacia Rusia en 1917—donde el escritor hace gala de su genialidad para abordar la no ficción con toda la potencia de su literatura.
La felicidad conyugal - Lev Tolstói
Este libro de Tolstói puede servir de ejemplo para entender otras de las características de Acantilado: ofrecer grandes nombres de la literatura en su catálogo, pero a partir de obras quizás no tan conocidas, o al menos no aquellas que están en el centro del canon de cada escritor. Es así como en este sello no se encontrará Guerra y paz o Anna Karenina, pero sí La sonata a Kreutzer o La felicidad conyugal, donde el ruso narra la historia de una pareja a través de las etapas del amor, y que se presenta como “un texto sobre la generosidad y la ternura que subyacen en toda unión profunda”.
«Terra incognita» - Alain Corbin
Esta es una de las últimas novedades de la editorial, y un claro exponente de las rutas que toma la faceta ensayística del sello. En «Terra incognita», el historiador francés Alain Corbin presenta una historia de la ignorancia en los siglos XVIII y XIX, lo que se traduce en un relato sobre las formas en que la sociedad moldeó su visión del mundo, se enfrentó a lo desconocido en esos siglos e impulsó las misiones que emprendió para lograr llegar al entendimiento y la compresión de la tierra en la que habitamos.
La utilidad de lo inútil - Nuccio Ordine
En 2023, la muerte de Nuccio Ordine dejó al mundo sin uno de sus ensayistas más lúcidos y atentos a las formas en las que el arte, los clásicos literarios y la filosofía moldean nuestro pensamiento. Sin embargo, sigue siendo buena idea leerlo y hay varios de sus libros disponibles en Acantilado, como Los hombres no son islas o este, uno de sus más famosos: La utilidad de lo inútil. En él, el italiano elabora la tesis de lo importante que es correr los conceptos de productividad, beneficio y utilidad en el arte, y da pistas sobre cómo algunos textos clásicos y abordajes anteriores han mostrado que lo mejor siempre ha sido crear para nada, sin sentido, con intención puramente humana.