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7 de junio 2025 - 5:00hs

Hernán Casciari se murió. Se murió y claro, dejó de escribir. Entonces apareció su gemelo, curiosamente también llamado Hernán Casciari, que tomó la obra literaria de su hermano y se dedicó a producir adaptaciones a todo formato que fuera posible.

De aquellos posteos de blog devenidos en libros, columnas y artículos salieron series como El mejor infarto de mi vida, películas como Más respeto que soy tu madre, y obras de teatro, como la que ahora lo trae a Montevideo, La señora que me parió.

En esa obra Hernán Casciari (el vivo) sube al escenario con su madre, Chichita. Ya lo habían hecho antes en Una madre extrovertida, y el inicio de todo fue Una obra en construcción, en la que participaban otros miembros de la parentela del autor. De alguna forma, una traducción a escena de los textos de Hernán Casciari (el muerto), que desde siempre metió su propia vida en ellos. Los textos, de hecho, son la base de esta obra que se va a presentar en El Galpón el próximo 23 de julio.

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Hernán Casciari habló con El Observador sobre cómo es trabajar con su madre, el paso de ser escritor a productor, y hasta sobre algunas polémicas que protagonizó en los últimos tiempos a raíz de sus opiniones sobre el lugar de la literatura en el mundo moderno.

¿Cómo es hacer de vos mismo arriba de un escenario?

No me cuesta nada porque no tengo que interpretar ideas ajenas. Justamente por eso jamás podría decir que soy actor. Me subo al escenario, pero no tengo las condiciones ni los atributos de lo actoral, porque un actor principalmente se convierte en otro y en mi caso eso no ocurre nunca. No hago historias que no hayan estado atravesadas por mi memoria emotiva, ni siquiera mis cuentos que son absolutamente de ficción. Jamás haría un cuento interpretando un personaje. El que se sube al escenario soy yo, el pacto con el público es ese. De hecho, lo digo permanentemente en casi todas las cosas que hago. Al principio lo hacía para estar menos nervioso y ahora ya lo hago por estrategia, les digo “yo soy escritor, no soy actor, no esperen nada que tenga que ver con lo actoral, ni con la interpretación, voy a leerles unos cuentos”, y después los sorprendo porque no hago lectura, sino que me voy un poquito más allá, a una suerte de interpretación pero que en realidad no es otra cosa más que una caricatura de mí mismo que conozco muy bien.

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¿Cómo fue el proceso de convencer a tu madre de hacer esta obra?

A mi vieja no hay que convencerla, en todo caso hay que convencerla para que se baje del escenario. Es muy extrovertida, es una señora que siempre quiso ser actriz, que siempre tuvo esa espinita clavada de no haber podido. Con el diario del lunes reconoce que fue por dos enormes actitudes machistas, primero de su padre y después de su marido. Su padre le impidió que estudiara teatro, mi abuelo (le decía) que las putas iban ahí. Y después cuando se casó con mi papá y se fue a vivir a Mercedes, que es un pueblo muy conservador, muy chiquito de la provincia de Buenos Aires, ella quiso hacer teatro vocacional, estrenó una obra y mi viejo no fue al estreno porque le daba vergüenza. Mi vieja entendió que no podía seguir haciendo algo por lo que mi viejo sintiera vergüenza. Mi viejo nunca se lo prohibió ni nada, pero demostraba su negativa de otras maneras. Entonces nunca lo pudo conseguir. Cuando le propuse subirse al escenario, no se quiso bajar nunca, y siempre fue mejor que todos nosotros. Cuando nos subimos en Una obra en construcción, yo subía un grupo grande de familiares y todos éramos unos troncos menos ella, y notamos muy rápidamente que tenía las características de un profesional. Y en estos diez años se convirtió en profesional. No solamente cuando le doy un texto nuevo lo lee, sino que va a su casa, subraya las entonaciones, hace algo que yo no hago, por ejemplo. Y ella lo hace y le sale maravillosamente bien, es realmente muy buena.

¿Cómo es tu vínculo con tu madre, por fuera de la obra?

Tuvimos muchos, porque yo viví 15 años afuera, entonces eso hace que los vínculos se congelen o se conviertan en otra cosa. Después cuando volví fue bastante distante, sin ningún motivo. Es como que no pude recuperar después de esos años el ir a visitarla o que viniera. Nos mantuvimos como si yo siguiera en España, por WhatsApp. Pero muy rápidamente después de mi vuelta empezó este juguete del teatro y desde ahí cambió completamente la dinámica. Tenemos temas en común que no son el pasado, que es buenísimo. Tenemos anécdotas para contar que ocurrieron anteayer. Eso genera que haya una conversación nueva. A mí las conversaciones antiguas me exasperan, no me gusta que el faro de lo más divertido esté hace 40 años. Trato todo el tiempo de tener una vida que genere que lo de ahora sea mucho más divertido, y con mi vieja lo consigo de esta manera.

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¿Dirías que esta obra es una muestra de cariño hacia ella?

De los dos. Lo que no es, es un proyecto laboral que busca rentabilidad, no es algo que hacemos por guita, ni por egos. Es algo que hacemos por nosotros mismos. Por ella, por mí y por mi hermana, que es la que produce. Es la manera que tenemos de estar en familia. Cada cual encuentra su manera, y nosotros encontramos esta, que nos parece sanísima y que no intenta romper los cimientos, que no busca destraumatizar trauma, y si lo hace, lo hace desde un costado lúdico o literario, porque arriba del escenario hacemos de cuenta de que el público es el psicólogo. De hecho, la obra es muy distinta desde hace dos años atrás, que mi vieja empezó terapia por primera vez en la vida. Las preguntas que hace, el momento en que me interrumpe, los porqués de las interrupciones, están atravesadas por la terapia y antes no pasaba eso. Entonces es como un pedazo de nuestra vida y abrimos la puerta para que 400 personas estén un rato ahí.

El abrir la puerta de tu vida es algo que haces hace ya muchos años, ¿sentís que tenés la maestría en contarte a vos mismo ya a esta altura?

Lo que tengo es un único recurso. Te lo enfoco desde la limitación y no desde la maestría. Me parece que no sé hacerlo de otra manera. Entonces, claro, cuando ejercitás mucho una debilidad, parece una fortaleza. Estoy muy musculoso en no saber hacer otra cosa (risas).

Muchas cosas de tu vida, de tus dinámicas familiares, vínculos con amigos, un montón de cosas que te ha tocado atravesar, están expuestas a través de tus cuentos, las obras y demás proyectos que has hecho. ¿Cómo maneja uno esa exposición permanente, constante, sin que le pase por arriba?

Fui bastante kamikaze en eso. Yo empecé a hablar de mi familia y de otros que me rodean sin preguntarles nunca. Porque lo empecé haciendo en un blog, que en 2003 era el posteo en Instagram de ese momento. No me dio la sensación de que esas cosas iban a aparecer en un libro, que es cuando los humanos le damos cierto prestigio a lo que contamos. Estaba en internet, qué sé yo. Después fui construyendo con eso libros, con esos libros se fueron construyendo obras de teatro, películas o series. Y ahí estaba mi vieja, mi mujer, mi hija. Pero cuando yo construía eso, en mi cabeza no iba a tener un desencadenante mainstream. Entonces es como que la rana se fue calentando a fuego lento en la olla y cuando reventó ya no podía hacer nada. Pero nadie nunca se me enojó, como si le pasó a otros escritores. Pienso en Jaime Bayly, que en sus primeras novelas hablaba de su familia y su familia le cerró la puerta porque lo que decía era espantoso. Yo creo que nunca dije nada espantoso, por suerte. Creo que a las personas a las que nombro se nota bastante que las homenajeo, que las estoy nombrando porque en algún punto me salvaron la vida, me dieron herramientas, no utilizo a mis padres para hacerme la víctima. Ni a mi mujer, ni a mi ex-mujer, ni para decir esto es malo y yo soy bueno, sino generalmente todo lo contrario, el malo soy yo. Y ellos me están salvando todo el tiempo.

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¿En algún momento dijiste “empecé escribiendo esto en un blog y ahora hay una productora, una editorial, obras de teatro, hay series, películas, todo un gran árbol mediático que surgió de mi propia historia"?

Sí, pero al mismo tiempo el cuerpo, más que la cabeza, lo separó todo. Cuando tuve un infarto en 2015 dejé de escribir. Si yo hubiera seguido escribiendo, no me habría convertido en productor de lo que escribía. Porque dejé de escribir, empezó todo lo demás. Nunca lo hice al mismo tiempo. En 2015 cumplí 45 años y hasta ese día escribí un montón de cosas en el blog, en libros, donde fuera. Escribí un montón, pero después no escribí más. Y lo que empecé a hacer, porque no podía escribir, porque había dejado de fumar y me costaba mucho escribir, fue encontrarle a todo eso que había escrito un sistema de adaptaciones. Nunca fui un escritor y al mismo tiempo el propio adaptador. La sensación cuando veo mis libros es la de una especie de hermano gemelo que escribió, murió de un infarto y yo soy su productor.

Es otra vida.

Es que de hecho es otra vida, es otro continente, pero sobre todo las cosas que yo dejé voluntariamente, que son una boludez, el cigarro, el porro, la sal. Las cosas que dejé después del infarto hicieron que me convirtiera primero en diurno, me levanto a las siete o siete y media de la mañana. El hermano gemelo era nocturno, toda la noche escribía, y drogado. No muy drogado, sino como un estado crucero. Y después yo estaba bastante incapacitado para generar dos proyectos al mismo tiempo, solamente por fumar porro, nada más. La ausencia de eso me dio una amplitud o una respiración cerebral distinta que puedo hacer malabarismo con 4 o 5 proyectos, siempre vinculados a mi propia obra. Ahora también hago otros que ya ni siquiera se vinculan con mi obra, pero al principio era así. Pero siempre sentí que yo estaba manteniendo viva la obra de un hermano gemelo que se había muerto. Entonces nunca tuve una sensación rara con eso.

¿Y las ganas de escribir volvieron?

Cuando vos empezás a tener un montón de proyectos y te vuelven las ganas de escribir, lo que no te vuelve es el tiempo de ocio contemplativo que converge junto a la escritura. Yo dejé de tener ese tiempo. Antes escribía un cuento en una semana y era todo lo que hacía. Fumaba un porro en el sillón, me miraba catorce millones de series, doce partidos de fútbol, iba creciendo la historia en los entretiempos de ese ocio y terminaba el cuentito. Cuando me volvieron las ganas de escribir, en 2023, cuando siete años después el cerebro me permitió escribir sin fumar, me senté y dije “¿y qué hago ahora? Si tengo 80 cosas que hacer, que me divierten muchísimo más que escribir un cuento”. Hoy en día para mí escribir un cuento de la manera que lo hacía antes es una pérdida absoluta de tiempo. No podría estar tirado pensando en un cuento. Entonces me autoimpuse un ejercicio que funciona alucinante: los viernes a la mañana voy a la radio, hago mi columna semanal en Perros de la calle donde leo un cuento, y le propuse a la producción que de 9 a 10 los oyentes me tiren una serie de disparadores, que son el reemplazo del ocio contemplativo. En lugar de esa semanita pensando en qué voy a escribir, me lo tiran en una hora los oyentes y yo de 10 a 12 tengo que escribir un cuento que leo en voz alta a las 12.15. Entonces sé que los viernes despunto ese vicio. Los espero a los viernes, me encanta, pero después, el resto de la semana sigo siendo el productor. Es como que resucito al hermano gemelo escritor durante cuatro horas una vez por semana. No puedo volver a ser escritor.

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En los últimos años algunas de tus declaraciones vinculadas a la lectura y a la literatura generaron polémicas. En setiembre de 2023 dijiste a El Planeta Urbano que “dos horas de lectura es para ricos. No podés estar al pedo con los ojos para abajo porque la gente está con 800 cosas al mismo tiempo”; y en diciembre de ese año, en una entrevista en el canal de streaming Gelatina dijiste que no creías en la literatura y que no es una actividad contemporánea. ¿Lo hiciste de forma consciente, sabiendo lo que podía llegar a generar?

Sí, lo hago siempre que puedo, cada vez que me preguntan sobre el tema en un medio que yo sé que hace recortes específicos, como los streamings. No soy tan provocador en todos lados. Y lo que trato es de imponer el pensamiento, que no sea tan simple como “los libros son buenos y punto, y el resto es una mierda”. Ese pensamiento me parece estúpido, porque un libro puede ser una garcha según lo que haya adentro, de hecho, el 90% de los libros son una garcha, y si decís “la televisión es una mierda”, ojo, porque Los Soprano no, y lo pasan por ese medio. Dejen de deglutir todo tan masticado, mastiquen, fíjense. Digo ciertas barbaridades que son versiones exageradas de lo que pienso, pero que me parece interesante que la gente se lo pregunte. ¿En serio le vamos a dar a un chico de 6 años un libro creyendo que le estamos dando lo mejor que tenemos para darle? ¿En este momento, de verdad es lo mejor? ¿O tenemos una nostalgia de épocas en donde era casi todo lo que teníamos? Son debates que me gustan.

¿De ahí viene también esta cuestión de que tus libros estén también disponibles en audio o hacer producciones audiovisuales? ¿Abrir la cancha a otros consumos u otras formas de enfrentarnos a historias?

Sí, también es otra discusión, la de la exclusividad, los derechos de autor, que tienen que ver con eso. Mis libros están gratuitamente en audio, PDF y en todos los formatos que existen al mismo tiempo que salen a la venta en físico. Esa es otra discusión que creo que va a tardar más tiempo en desencadenarse de forma real, porque hay muchísimos intereses creados que hacen que ni siquiera interese todavía la discusión. Pero sí, por eso a mí me gusta llamar a lo que hago contar historias y no escribir. Yo cuento historias en el formato que me des, de la manera que se te ocurra y dentro de lo posible de forma gratuita. Lo único que no puedo darte gratis es el libro físico, porque tiene un costo de producción, pero mi palabra, mi voz e incluso mis ideas son gratis, te las podés llevar sin pagar.

¿Cómo es contar historias en una época donde la atención es más complicada de tener y de retener?

No sé, yo no me subí nunca a ese cambio. En un momento TikTok te permitía subir hasta tres minutos de contenido y yo lo consumía, pero no era generador de contenidos en ese mundo porque mis cuentos duran de cinco minutos para arriba. Cuando TikTok permitió hasta diez minutos empecé a subir mis cuentos y es todo lo que hice, pero no le presto mucha atención a estos cambios de paradigma, a las fragmentaciones, a te empecé a contar la historia por la parte del gol y después te muestro la jugada, porque si no la gente no se banca la jugada. Son instancias que requieren de una energía que ya no tengo. Cuando estas instancias de novedad surgían y yo tenía 30 años, estaba atentísimo a todas, pero era porque la novedad me agarraba a la edad perfecta para eso. A esta edad, lo que quiero hacer es mirar, desarrollar lo que pueda hacer, pero ya estoy recontra hecho. No tengo ninguna necesidad ni ganas, y creo que tampoco ninguna oportunidad de revolucionar paradigmas con historias. A esta altura cuento lo que ya conté.

Como contador y consumidor de historias, ¿creés que ahora tenemos más herramientas que nunca para contar historias, pero al mismo tiempo eso no significa que necesariamente las contemos mejor?

Las teníamos antes también. Yo no le encuentro a esta época, más allá de cierta velocidad inusual, cambios paradigmáticos en las herramientas. Siempre, en todas las épocas, hubo un grupo de herramientas que a la mayoría le parecían destructivas, que iban a romper todo, que nada iba a ser igual. Siempre hay gente más grande que no está capacitada para decir “che, yo ya estoy en una edad en donde voy a dejar de entender, voy a seguir haciendo mis cosas, pero no voy a romperle los huevos a los que están haciendo las otras”. No, la gente vieja empieza a quejarse de que todo es destructivo, que a los chicos se les va a romper la cabeza, que cómo puede ser que estén en eso, que ahora qué va a pasar con esto, si con la inteligencia artificial no van a estudiar. Esos viejos deberían callarse la boca y empezar a aprender de cómo funcionan los viejos en la historia. Y empezar a ser otra clase de viejos.

¿Ese es el tipo de viejo que querés ser?

Ya soy (risas). Una de las mejores decisiones que tomé es que decidí que la vejez no me encuentre, sino ir a buscarla yo. Me dijo “che, sos joven para esto”, y le dije “no importa, a mí preparame la manta, que me voy a sentar acá y acá me quedo”. Yo quiero ser viejo.

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