5 de septiembre 2025 - 10:00hs

En 1966, el director italiano Mario Monicelli sorprendió al público con L’armata Brancaleone, una de esas películas que nacen como sátira y terminan convertidas en clásico.

La cinta parodiaba el género épico medieval a través de un caballero venido a menos, Brancaleone da Norcia, interpretado magistralmente por Vittorio Gassman, que conducía a una tropa tan desastrosa que despertaba más risa y compasión que miedo.

La palabra “armata”, en italiano, significa “ejército”. Sin embargo, en castellano se tradujo como “Armada Brancaleone”, quizá porque transmite mejor la idea de fuerza militar, mientras que “ejército Brancaleone” habría sonado demasiado marcial y un tanto áspero.

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Con el tiempo, y gracias al impacto de la película, la expresión “Armada Brancaleone” se incorporó a la jerga popular como sinónimo de grupo desorganizado y torpe.

Casi sesenta años después, ese eco cultural reapareció en el mar Mediterráneo. Ya no en la pantalla grande, sino en la realidad.

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Barcos, tormentas y un regreso prematuro

La Global Sumud Flotilla, encabezada mediáticamente por Greta Thunberg, se propuso romper el bloqueo israelí a Gaza y llevar ayuda humanitaria a sus habitantes.

Pero lo que debía ser una epopeya no exenta de dramatismo, terminó convertida en una tragicomedia digna de Monicelli.

El 31 de agosto, una treintena de barcos con activistas de 44 países zarpó desde Barcelona.

La iniciativa reunió a dirigentes políticos, artistas, intelectuales y hasta millonarios de Hollywood, todos dispuestos a convertir la aventura en un espectáculo político de alto impacto mediático.

Se trataba, según sus organizadores, de l a mayor flota civil jamás reunida con el objetivo de desafiar el bloqueo a Gaza, con convoyes que partieron no solo de España, sino también de Génova, Túnez, Catania e incluso desde Malasia.

El cartel era llamativo: la exalcaldesa de Barcelona Ada Colau, la actriz estadounidense Susan Sarandon, el irlandés Liam Cunningham (Game of Thrones), el español Eduard Fernández y, como figura central, la propia Greta.

La gesta, sin embargo, parecía concebida para generar titulares y conmover a la opinión pública europea, antes que para enfrentar el difícil destino que aguarda en las costas de Gaza.

En las redes sociales circularon videos de activistas vestidos como para un festival de verano, más cercanos a una excursión playera que a una misión de alto riesgo.

En pocas horas la épica se desinfló: el mal tiempo obligó a la caravana española a regresar a puerto.

Otros barcos sufrieron averías mecánicas y algunos tuvieron que refugiarse en Menorca y Mallorca para reparaciones de emergencia. Varios, directamente, nunca lograron zarpar.

Mientras tanto, drones israelíes sobrevolaban la escena como críticos de cine presenciando una premier desastrosa. Hoy parte de la expedición sigue adelante, pero lo hace de manera fragmentada y errática, sin una fecha clara de llegada a Gaza.

Lo que debía ser el inicio de una aventura histórica terminó convertido en un sainete logístico: una fuerza naval incapaz de recorrer más que unas pocas millas que, en su primera batalla contra la naturaleza, acabó encallada en la improvisación.

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Más ideología y memes que ayuda

Si la armata medieval de Brancaleone estaba formada por campesinos famélicos disfrazados de soldados, la flotilla de Greta lo estuvo por políticos, militantes e intelectuales de la izquierda radical, presentados —o, mejor dicho, también disfrazados— como nobles activistas en defensa de los derechos humanos.

Más que un convoy de auxilio, la expedición terminó pareciéndose a un congreso partidario flotante, con discursos y banderas destinadas a reforzar la moral de los propios activistas en lugar de aliviar la situación de Gaza, donde aún no ha llegado ni un barco.

Si algo caracterizó a Greta Thunberg en la última década fue su capacidad de convertirse en icono global gracias a la amplificación de las redes sociales. Pero esta vez, la misma maquinaria digital se volvió en su contra.

Los barcos no alcanzaron Gaza, pero sí terminaron navegando en Twitter, Instagram y TikTok.

Las plataformas se poblaron de memes despiadados: barcos de papel hundiéndose en una palangana, Greta disfrazada de capitana de Playmobil o de He-Man, y montajes que comparaban la travesía con un crucero low-cost que nunca zarpa.

Lo que debía ser solemne terminó reducido a sátira viral. Y en la era digital, una oleada de memes puede ser más destructiva que un temporal en alta mar.

El balance: ¿indulgencia medieval o lapidación contemporánea?

La Armata Brancaleone no era más que una ficción en forma de parodia, un retrato satírico de la torpeza universal, un recordatorio de que incluso los ejércitos más entusiastas pueden convertirse en un desastre absoluto.

Como le ocurría al Quijote frente a los molinos que confundía con gigantes, Brancaleone y los suyos fracasaban con una nobleza absurda que despierta más ternura que crítica: héroes desajustados que, aunque nunca alcanzaban la gloria, dejaban tras de sí una sonrisa indulgente.

Si no logra llegar a destino, la Global Sumud Flotilla podrá interpretarse de dos maneras.

En una lectura más condescendiente, quedarán como unos símiles de Brancaleone: desorganizados, pintorescos y un tanto patéticos, aunque bienintencionados.

En la versión más dura, serán considerados como una expedición cuyo verdadero puerto nunca fue Gaza, sino Bruselas, Berlín o Estocolmo: lugares mucho más seguros donde vender causas a donantes progresistas.

Y lo que se presentaba como la organización heroica de una cruzada marítima terminará siendo la versión posmoderna de una comparsa náutica: un Brancaleone en yate ecológico, con wifi para subir selfies, proclamas en cubierta y más hashtags que velas al viento.

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