Es claro que Maite no va a poder con esos dos hombres, que la van a terminar tirando en el colchón. Sabe que son narcos porque ellos se lo dijeron.
Pero algo pasa que Dahiana se escapa del baño, la arranca de los hombres y se la lleva del brazo. Se van caminando de esa casa, que no tienen del todo claro de quién es ni quiénes son todos ellos, porque el encuentro lo habían coordinado por redes sociales. Sus otras dos amigas, de 12 y 17 años, habían ido a buscar hielo con otros dos hombres, El Patrón y su hermano, Junior. No habían vuelto.
En el camino Dahiana le cuenta a su amiga que en el baño ese tal Christian que acababa de conocer la había violado. Y así, sin vueltas, se lo dice también al patrullero brasileño con el que se cruzan enseguida después.
—¡Me violaron! —les enrostra.
Los policías brasileños suben a la niña y la adolescente a la camioneta y las llevan a la delegacia de Santana do Livramento. Ahí, les piden recorrer juntos la zona y que les muestren dónde pasó todo. Ellas lo hacen.
Después de identificar la casa —en una calle empedrada, un terreno al fondo con portones adelante— los funcionarios les dicen que ya pueden irse.
No les toman la denuncia.
Las bajan —las tiran— en la Plaza Internacional para que crucen de vuelta a Uruguay.
Todo esto está contado en la denuncia que Karen Sosa, la directora del Centro Femenino del INAU en Rivera, le elevó al director departamental, Enrique Guadalupe, para que se presentara ante la Dirección de Trata y Tráfico de la Policía.
Antes de volver al hogar, la niña y la adolescente pasaron por la Jefatura uruguaya y ahí sí les tomaron la denuncia.
Leticia, que había ido a comprar hielo con Mora, con el Patrón y con Junior, se aparece a las 11 de la mañana directo en la seccional. Tiene un hematoma en el brazo izquierdo pero no quiere hablar de eso. Dice que se golpeó contra la pared. Cuenta que el hombre con el que se quedó en el auto mientras esperaban el hielo quiso tener relaciones sexuales con ella, pero que se negó. También le ofreció cocaína para poder volver a entrar en la casa.
Al momento de elevar las denuncias a la dirección de Trata y Tráfico del Ministerio del Interior, Mora todavía no había aparecido.
Todo esto fue el 30 de noviembre de 2023. El caso llegó a la Fiscalía de 2° turno de Rivera, una de las tres que hay en el departamento y que atienden del mismo modo un robo, un asesinato, o una violación a las chiquilinas del INAU. La misma fiscalía que recibió este caso ya había recibido dos meses antes otra denuncia por indicios de explotación sexual que involucraba a algunas de las mismas víctimas.
Las primeras tres omisiones de esta historia aparecen acá: el INAU no pudo evitar que las niñas se escaparan de su tutela, la policía de Brasil les dio la espalda y en Rivera no hay una fiscalía especializada que le dé prioridad casos como este.
Lo que cambió entre ese día y hoy es que Maite, de 12 años, tuvo que hacerse un aborto —por un embarazo que ya cursaba y que en el hogar todavía desconocían— y fue derivada a otro hogar del Estado en el centro del país.
Dahiana no pudo abortar, aunque hubiese querido.
Hace 73 días que está muerta.
Niñas que quedan embarazadas bajo “amparo” del INAU
WhatsApp Image 2024-07-18 at 9.29.51 PM.jpeg
No se sentía bien. No era solo que estaba engripada: ahora la panza se le ponía dura, le dolía. Con 16 años, Dahiana tenía un embarazo avanzado, pero a su bebé todavía le faltaban dos meses para nacer. Notó que estaba teniendo pérdidas y eso la asustó. Se fue al Hospital de Rivera para ver qué estaba pasando.
Su cuadro, detectaron los médicos que la atendieron, era el de una adolescente que estaba empezando un trabajo de parto prematuro al tiempo que cursaba una infección urinaria. El hospital no podía atenderla allí, porque necesitaban un centro asistencial con CTI neonatológico para cuando naciera la bebé y otro CTI de adultos donde pudieran atender a la madre. La trasladaron durante cuatro horas a más de 300 kilómetros, hasta el Hospital de Salto, que cumplía con las condiciones que necesitaban tanto ella como la bebé que estaba por nacer.
Al Hospital de Salto llegó el 1° de mayo de 2024 con el cuadro que los médicos de ahí confirmaron: un embarazo de 32 semanas, prematuro, y una probable infección urinaria.
Dahiana sentía que le faltaba el aire y así se lo hizo saber a los médicos que la estaban atendiendo. La llevaron de urgencia al quirófano y enseguida le hicieron una cesárea. La bebé quedó internada en el CTI neonatológico, ella fue enviada al CTI de adultos. A las horas la pasaron a sala, pero volvió a sentirse mal. Estuvo en el hospital siete días más.
Edema pulmonar, falla renal, diálisis. Tuvo una convulsión. Hizo un paro cardíaco. Dos paros cardíacos. Tres.
Con el tercero ya no respiró nunca más.
Dahiana, con 16 años y 32 semanas de embarazo, fue la primera muerte materna del año.
Un embarazo adolescente en medio de indicios de explotación sexual, una violación, un estado de salud debilitado, consumo de drogas y 17 escapadas con compañeras del hogar sin autorización fueron todas las señales que dio Dahiana. Que el Estado llegó a detectar (y nada más).
En ASSE estudian su caso. Por ahora no detectaron fallas en la atención. Dicen que se aplicó tarde la estrategia de notificación de embarazos de menores de 15 años. La estadística muestra que una de cada cuatro niñas o adolescentes embarazadas está bajo la protección del Estado.
Omisiones cuatro y cinco: una adolescente queda embarazada bajo custodia del INAU y nadie explica a ciencia cierta cómo, al hospital llega con un embarazo poco cuidado y una salud deteriorada.
Rivera: abortos, acá, mejor no
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.29.31 PM.jpeg
Los embarazos de Maite y de Dahiana fueron detectados cuando volvieron de la escapada del 29 de noviembre, en la que denunciaron que habían abusado de ellas. Maite ya estaba de nueve semanas.
Cuando le preguntaron cómo había pasado, dijo que había sido “un supuesto novio”, relata Sosa, la directora del Centro Femenino del INAU en Rivera, durante una visita que realizó El Observador esta semana. Quién era el “supuesto novio”: no está claro. Parecería —así lo cuentan todos, con dudas y en condicional— que era el hermano de Dahiana.
En ASSE dispusieron enseguida el traslado al Pereira Rossell en Montevideo para realizarle el aborto. En Rivera hay un solo centro asistencial que realiza abortos. No funciona todos los días ni en todos los horarios. Y no dan abasto.
Dahiana no tuvo esa única suerte que necesitaba en la vida. La que nunca le tocó, ni antes, ni después.
Karen Sosa, la directora del hogar, ya había coordinado tres veces para que le pusieran a Dahiana un implante subdérmico. Ella estaba de acuerdo, pero al final no iba. En la tercera fecha se enteraron de que ya estaba embarazada.
Sosa la acompañó a todos los controles mientras estuvo bajo su amparo. Lo cuenta y lo demuestra con los documentos de ASSE. Dice que le coordinó tres ecografías y que Dahiana fue a dos. En medio del embarazo, la Justicia permitió que la adolescente volviera con su madre, que también estaba embarazada.
La cuenta que sacó la persona que leyó su examen fue que tenía 14 semanas de gestación. La ley, le dijeron, permitía los abortos hasta la semana 12. Fue así que siguió con un embarazo que no quiso. En el INAU nadie preguntó más: el aborto no se hizo.
La ley 18.987 establece que no hay plazos para interrumpir un embarazo cuando eso implica “un grave riesgo para la salud de la mujer”.
Nadie creyó que la adolescente de entonces 15 años —al amparo del INAU, que quedó embarazada de otro “supuesto novio”, que consumía drogas, que había sido violada, que había denunciado a su propia madre por violencia, que en el hogar de amparo donde vivía habían detectado como posible víctima de explotación sexual, que tenía una salud mental débil producto de su contexto— estaba en un “grave riesgo” si seguía con su embarazo.
Pero hay algo más: los números no cierran. Todos confirman en el INAU, y lo dice la historia clínica, que la bebé de Dahiana nació en la semana 32 de gestación, en la primera semana de mayo de 2024. Si ese es el dato más certero, la semana 14 fue la última de enero. El embarazo lo detectaron dos meses antes, a fines de noviembre, después de la salida no autorizada en la que la violaron.
Como sea, Leonel Briozzo, catedrático de Ginecología que estudió el caso, es categórico: si Dahiana se hubiese hecho el aborto, hoy estaría viva.
Omisiones seis y siete: el aborto que debió hacerse y no se hizo, y la Justicia que le devolvió a la madre la custodia de la adolescente, pero no controló si eso estaba, en realidad, exponiéndola otra vez.
El caso Maite: las maestras denuncian
La actitud de Maite rompía los ojos para las maestras de la escuela. La niña tenía 10 años, pero no se parecía en nada a una niña de 10 años. Iba a la escuela a veces sí y a veces no. Aparecía fumando en la puerta antes y después de entrar a clase. Llegaba con rastros de maquillaje de la noche anterior. Los lunes, si es que iba, se quedaba dormida en el salón.
Contaba que salía a bailar a Santana do Livramento. Contaba que tenía novio, pero que ya había tenido relaciones sexuales antes.
Le decía a la maestra que se preocupaba puntualmente por los métodos anticonceptivos para prevenir embarazos.
Nunca especificaba con quiénes tenía relaciones ni qué edades tenían. A su edad se presume que cualquier embarazo es fruto de violencia sexual.
A la maestra también le contó que su hermano la violó mientras ella dormía, cuando tenía 8 años. Él, que la vivía celando, que la controlaba, y que ahora tenía 17, vivía en una pieza en el fondo de la casa. Adelante era la casa de la madre, pero ella no estaba. Tenía esquizofrenia, volvería cuando cobrara algo de dinero.
Maite estaba viviendo en la casa de una vecina, pero la mujer decía que ya no podía con ella, que nunca aportaba a la casa, que estaba de arriba. Todo esto la mujer lo dijo cuando fue a quejarse a la escuela para notificar que no se hacía responsable si algo le pasaba.
La niña, lo que pasa, sale de noche.
Maite también contó esto en la escuela: dijo que en los bailes de Santana do Livramento tomaba alcohol, que fumaba marihuana, que se lo pagaban los hombres de los bailes. “Sacamos dinero de los hombres”, dijo textualmente a la psicóloga, según quedó plasmado en el primer informe de Escuelas Disfrutables. Que no tenía más su celular porque un tal Jersen, basileño, se lo había sacado.
Dijo que los de la seguridad del baile eran los que la protegían. Que cuando salía de noche a veces terminaba metida en peleas.
Las maestras notaron que en la escuela se aparecía con billetes de alto valor. “Empecé a sacar plata de mi madre para comprar cosas para la casa”, justificó ante la maestra. Dijo que era para ayudar económicamente en lo de la vecina, que lo hizo por su cuenta. Que la plata no era por haber mantenido relaciones sexuales, que nunca recibió nada a cambio de eso. Ya era consciente entonces que había cosas que no tenía que decir.
La cuenta, para las maestras, era dos más dos: mucha producción en la vestimenta, maquillaje, celular (que después le sacaron), cigarrillos, plata que no logra explicar de dónde proviene. Que va a la plaza General Osorio de noche, en Santana do Livramento, que todos saben que es peligroso para los niños. Que va a bailar, toma alcohol, y hay hombres que la protegen.
Después de un segundo informe de Escuelas Disfrutables, un año más tarde, Maite finalmente quedó al amparo del INAU. Nada de esto, sin embargo, se frenó en su nuevo hogar: siguió escapándose, siguió cruzando a bailar a Santana do Livramento, siguió viendo hombres. Quedó embarazada, intentaron violarla, se hizo un aborto.
El INAU, dos meses después, y a raíz de todo esto, la trasladó a otro departamento del interior.
Hubo otra niña que fue trasladada a otro departamento. Tenía la misma edad que Maite. Ella, sin embargo, decía que tenía “un supuesto novio” de más de 60 años. Ese “supuesto novio” —las autoridades del hogar de Rivera hacen hincapié en la fórmula: "supuesto" siempre antecediendo a "novio"— era conocido de la madre. La niña tenía padre, pero no le dieron la tenencia porque había antecedentes de violencia.
Omisión ocho: entre la primera denuncia de Escuelas Disfrutables y la medida de amparo para que Maite se mudara a un hogar del INAU pasó más de un año.
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.23.24 PM.jpeg
¿Qué se supone que es un hogar? La casa de donde a veces se escapan
La sala donde la maestra de apoyo ayuda a las niñas y adolescentes que viven en el hogar con las tareas de la escuela y del liceo está repleta de carteles: el dibujo de un niño varón que se le cae una lágrima y sostiene un cartel que dice BASTA, el dibujo de otro niño abrazado a sus rodillas y escondiendo su cabeza detrás de ellas, otro cartel que dice: para la mujer más linda que he visto, chula, te amo. Y otra vez, te amo. Maestra, te amo mucho. Para Rosario, la mejor maestra. Linda, divina, preciosa.
Rosario no está en la visita de El Observador al hogar del INAU. La que está es Karen Sosa, la directora. También está Tatiana Trindade, la coordinadora, y el director departamental, Enrique Guadalupe. Las adolescentes van y vienen, se acercan, les demuestran cariño a quienes las cuidan.
Una de las adolescentes, que se presenta y es la que da la bienvenida, quiere participar de la conversación. Muestra la sala de estar con orgullo y cuenta que ahí bailan todas, hasta la directora. Las paredes están pintadas de naranja, un sillón algo agujereado y un equipo de audio arman la escena frente a una TV colgada de la pared.
Ahora, dice, todo está tranquilo.
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.26.13 PM.jpeg
Ya es de noche, y casi una decena de adolescentes están en la mesa del comedor, sentadas, concentradas, preparando la fiesta junina —festas de São João— recortando papel glasé mientras esperan la cena: unos canelones caseros que comerán antes de una crema de chocolate con merengue. Las puertas que hay dentro del edificio también están enrejadas. Quedaron, cuenta Guadalupe, de la época en que eso era un hogar mixto y el clima era más complicado.
Las habitaciones no tienen puerta. Dos niñas miran acostadas, cabeza con cabeza, la serie que tienen frente a una laptop de Ceibal. Otra, desde otra cama, las mira a ellas. La cajonera está rota, las cortinas mal colgadas, los placares ocultan la ropa con cortinas improvisadas. Una cartelera con fotos y mensajes le da apenas calidez al espacio. Entre las imágenes aparece la de una adolescente abrazando a otra y posando su embarazo avanzado.
En los baños pasa lo mismo: no hay puerta, están a medio hacer. Las autoridades los muestran con orgullo porque dicen que están renovando, aunque no hay señal de que todo eso esté verdaderamente en obra.
La intimidad no es un derecho a considerar en esta casa. Lo que es necesario, reafirman, es que todo esté bajo control. Esto, dice el director departamental Guadalupe, tiene que parecerse lo más posible a un hogar de familia, porque los adolescentes necesitan límites. Ellos mismos los piden, justifica.
Los pasillos, anchos y húmedos, desprenden mensajes optimistas: eres única, eres fuerte, eres hermosa, eres amor. Flores, corazones.
—¿Se parece a un hogar de familia? —le pregunta El Observador.
—No, no se parece —responde, aunque su argumentación intentaba demostrar lo contrario.
Entre líneas, enseguida después, comenta: pero no saben lo que era antes.
Antes: cuando el hogar era mixto y los adolescentes incendiaron una parte del edificio.
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.24.29 PM.jpeg
El hogar ocupa media manzana de una ciudad que está construida sobre colinas. De afuera, parece un viejo liceo público. Gris, con rejas en todas puertas y ventanas. Arriba de los muros que dan al lavadero, una red sigue frenando el pasaje.
Cuando ya no hay adolescentes cerca, las autoridades cuentan, en principio por lo bajo y con pocas palabras, que hace unos meses había situaciones “complicadas”.
Hay chiquilinas que se escapan. No se fugan, dicen, porque no están presas. Les llaman salidas no acordadas.
Para “salir de forma no acordada”, una vez Dahiana tuvo que romper la puerta. Le venían ataques de ira, de enojo, que los funcionarios del INAU no podían controlar, incluso aunque le pusieran el cuerpo. La tensión quedaba en el ambiente, en todas las adolescentes del hogar.
Otro día, una niña quiso irse por el patio, donde está el lavadero, y al saltar se quebró una pierna.
No están presas. Pero hay veces que quieren irse.
Dahiana, por ejemplo, tenía 17 salidas no acordadas. En algunos casos iba a ver a la madre, a la que había denunciado por violencia y por la que había sido amparada en el hogar del INAU.
A veces se iba a hacer rolé. Una rolecita.
Esto lo cuenta otra adolescente que también vive en el hogar, que tiene 17 años, y que, alguna vez, se fue con ella. Que tiene arriba cuatro salidas no acordadas, pero que dice que ahora ya no lo hace.
El rolé, o la rolecita, es en la frontera con Santana do Livramento lo mismo que “ir a dar una vuelta”. La vuelta puede ser caminando, o en auto, y puede no tener nada de malo, o tenerlo todo.
La adolescente habla del segundo caso.
Una vez, en una de estas salidas, fue a una rolecita con su hermano —no biológico, sino ”hermano” de la familia amiga que el INAU le asignó— y llevó a algunas compañeras del hogar. Se sabe, es un código no escrito entre ellas, que la rolecita en auto, que puede incluir alcohol, droga, dinero, otra ropa, hay que pagarla.
El hermano de esta adolescente se le quejó porque las amigas no querían tener relaciones sexuales.
—¿Para qué las trajiste si no quieren nada?
El intercambio, la captación de adolescentes menores de edad, se da por lo general en la calle, en plazas, como la Flores, o la Internacional. Cuando se va el sol y la vida de la calle se apaga.
Es martes por la noche y la bruma cubre una parte de la visión. La otra parte la cubre la falta de luminarias, que están pero no son suficientes para mostrarlo todo. Lo que de día es ruido, de noche es apenas murmullo: el de un hombre caminando en muletas. La noche se sobresalta cuando otro grita, borracho y que apenas se mantiene sin tambalearse. Grita que quiere salir a matar, que quiere ir al penal de Libertad. Les pega el cuerpo a desconocidos que comen de casualidad en un carrito. Les dice, tan de cerca como puede, que esta noche está dispuesto a matar.
En el centro de la Plaza Internacional solo se escucha el zumbido que hacen las marquesinas luminosas de la vereda brasileña.
La oscuridad atrae más oscuridad.
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.27.13 PM.jpeg
La adolescente del hogar que cuenta sobre el rolé también habla del baile al que a veces escapan. Se llama La Casa: una fiesta que se organiza del lado brasileño, en Santana do Livramento, donde pueden entrar menores y no porque sea legal. Que termina a los tiros, que los hombres andan con cuchillos. Que siempre es un problema. Que corre droga, alcohol, hombres, plata.
Esta fiesta, que las adolescentes nombran por lo bajo, que no tiene una ubicación específica en la cuenta de Facebook donde se promociona, también fue identificada por Gurises Unidos —ONG que trabaja el tema en coordinación con el gobierno en los departamentos del este del país— como un lugar de captación de menores de edad para la explotación sexual.
Karen Sosa, la directora del hogar, dice que ella no sabe, no quiere saber, a qué bailes van las adolescentes cuando salen “de forma no acordada”. Dice que no tiene redes sociales.
Pero resalta dos cosas: la primera es que cuando hay indicios de explotación sexual, se notifica a la Dirección de Trata del Ministerio del Interior para que actúe. Que más no pueden hacer, que hasta ahí llegan.
Y la segunda: no hay una red de trata, el vínculo es uno a uno. En esto coincide con Gurises Unidos.
Los casos de adolescentes explotadas sexualmente no son patrimonio exclusivo de Rivera. Del eje de la ruta 5 hacia el norte y litoral, la organización que tiene acuerdo con el Estado para dar seguimiento de estas situaciones es El Paso. Al este y en la frontera con Brasil el acuerdo es con Gurises Unidos. El patrón es que los explotadores, en red o de manera individual, captan adolescentes vulnerables porque saben que nadie los va a reclamar demasiado. Saben qué necesitan: no tienen nada. Saben dónde encontrarlos. Saben cómo explotarlos sin que ni siquiera lo perciban. Una vueltita en auto, un poco de plata, ropa, comida, droga, atención, un lugar donde dormir.
En Rivera, sin embargo, los roles de género están mucho más marcados: las explotadas sexualmente son las niñas. A los varones más vulnerados les hacen un lugar en el mercado narco.
El Parque Internacional es el que pone el límite. Si el delito pasó en Brasil, Uruguay no investiga. Si el delito pasó en Uruguay, Brasil no investiga. En la teoría, los Estados coordinan, cruzan información. En la práctica, a las adolescentes del hogar del INAU la policía brasileña las tiró en la frontera.
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.28.37 PM.jpeg
Cuando El Observador pregunta sobre la cantidad de indicios de explotación sexual detectados desde que está a cargo del Centro Adolescente Femenino —abril de 2021—, Sosa se mira los dedos de una mano y con la otra mano los va separando, apunta con los ojos al techo como si eso la ayudara a concentrarse mejor y hace la cuenta en voz alta: tres, cuatro, cinco.
—Estaba el caso de Jessica, ¿te acordás? —le comenta Tatiana Trindade, la coordinadora.
—Ah, sí. Seis… nueve: nueve casos tuvimos.
Nueve adolescentes llegaron de salidas no acordadas con indicios de haber sido explotadas sexualmente.
Los indicios son: irse y no decir a dónde, volver con alguna lastimadura, volver con dinero, volver con ropa distinta de la que llevaban cuando se fueron, volver de casas de hombres mayores de edad. Desaparecer por varias noches. ¿De dónde sacan la plata para comer? ¿Quién las mantiene mientras están afuera?
En este momento hay dos adolescentes que se fueron y no han vuelto. Una, dice Sosa, está con la madre, ya lo comprobaron. La otra, desaparecida desde abril, dicen que está en la casa de un hombre en Santana do Livramento: que fueron hasta donde pudieron, pero que no encontraron el lugar exacto. Interpol ya divulgó su foto y sus datos como persona ausente.
Ahora, cuenta, están trabajando el tema de la confianza: tienen habilitado salir entre las 14 y las 19 horas. En el hogar no pueden tener visitas, no pueden entrar varones ni novios.
—¿Sabés lo que sería esto, 17 novios acá en la puerta? —se justifica Sosa.
Ellas, igual, se van.
A nivel nacional, en 2023 el INAU contabilizó 8 salidas no acordadas por interno que tenía bajo su amparo. En 2019 el promedio daba 5 salidas por residente. El número desde entonces fue en aumento.
Omisión nueve: el hogar se parece muy poco a un hogar.
Omisión diez: las adolescentes cruzan a boliches de noche, pero la dirección no está interesada en saber a dónde, con quiénes. Ni siquiera ha escuchado sobre La Casa eventos. Ni sobre La casa de papel, como se llamó una de las fiestas en alusión a la serie española sobre mafiosos que siempre caen bien parados.
Omisión once: la información está, la investigación no está dando resultados.
¿Cómo se hace para prevenir todo esto? ¿Cómo se frena la explotación sexual de las niñas? Tatiana Trindade, la coordinadora del hogar, dice que hace unas semanas tuvieron un taller sobre el tema. Pero que no es fácil: las chiquilinas vienen así, con esas costumbres, ya desde su familia de origen.
El presidente del INAU, Guillermo Fossati, escribió en una carta pública que Dahiana, mientras estaba bajo el amparo del hogar, "mostraba indiferencia a los peligros a los que se exponía".
En el hogar nadie lo dice así, pero varios lo sugieren: son ellas las que se ponen rebeldes.
Si la manzana viene podrida, hay que salvar al resto del cajón.
¿Y la bebé?
WhatsApp Image 2024-07-19 at 4.30.19 PM.jpeg
Enrique Guadalupe, el director del INAU en Rivera, está sentado en su escritorio y es desde donde hace algunos días —cuando informativo Sarandí dio cuenta de la muerte de Dahiana y Telenoche publicó sobre cuatro casos de explotación sexual— está intentando apagar las llamas que se le vienen encima. Él explica:
Que el hogar ahora está tranquilo.
Que siempre hay excepciones.
Que van a ver con sus propios ojos lo que es.
Que el compromiso del equipo.
Que no lo dejan hacer más.
Que se necesita gestión de crisis (mano dura).
Que los recursos sobran: 17 niñas y adolescentes en el Centro Femenino y 27 funcionarios en total.
Su cara cambia, sin embargo, cuando los periodistas le preguntan por la bebé, que dónde está:
—¿La bebé? ¡Ah, la bebé! La bebé, la bebé…
Tiene delante tres hojas escritas a mano con lapiceras roja y azul. Las da vuelta de un lado a otro. No encuentra la referencia. Sigue buscando.
—Pero, che, si lo hablamos con Karen…
Hay asteriscos en varias partes. Aparece, entre vuelta y vuelta de hoja, la palabra violencia subrayada.
—¡Acá! Desde el 14 de mayo está en el Hospital de Rivera, esperando disposición judicial, goza de buena salud.
Enrique Guadalupe omite en ese momento decir que la bebé se le detectó en el cuerpo rastros de metanfetaminas. Recién más adelante, cuando El Observador le comenta sobre esto, lo confirma.
La siguiente pregunta fue: ¿y se sabe quién es el padre? Otra vez, el desconcierto le congela la cara.
—El novio de Dahiana es el padre.
—¿Pero cómo se sabe que es el padre?
—Porque es el padre, es él… es el padre.
Responde como si no hubiera otra respuesta posible. ¿De quién va a ser, si no, la bebé? Una adolescente embarazada, que después denunció una violación, que tiene denuncias de haber sido abusada, que muestra indicios de haber sido explotada sexualmente, quizá solo pueda quedar embarazada de —otra vez, la fórmula— un “supuesto novio”.
Más adelante, ya de recorrida en el hogar, la directora Karen Sosa cuenta sobre ese “supuesto novio” de Dahiana: que anda en vueltas, que está yendo a ver a la bebé, que ella misma le dio plata para que se tomara el ómnibus a Salto cuando nació la hija, que, además, ella es igualita a él.
Guadalupe hace el click:
—Claro, ustedes me preguntaban hoy por el padre, y yo me quedé pensando. ¡Si la bebé es igualita a él!
ASSE se ampara en que siempre actuó, atendió, hizo lo que pudo. El INAU se ampara en que siempre que tuvo algo para denunciar, denunció, que hasta ahí llega. La Fiscalía no tiene especialización, los tres turnos investigan todos los delitos del departamento. Gurises Unidos, que trabaja con los equipos territoriales de asistencia, tiene una mirada muy crítica sobre cómo trabajan con las adolescentes. En el hogar del INAU creen que Gurises Unidos siempre cae a decir lo que hay que hacer, pero no sabe lo que es estar trabajando en el territorio día a día.
Hubo al menos 9 niñas con indicios de haber sido explotadas, una quedó embarazada, una abortó, la otra murió.
Once omisiones del Estado.
Nadie fue.
La bebé, que cambió tres veces de nombre antes de ser anotada, estuvo al menos una semana en el CTI neonatal del Hospital de Salto.
Hubo días en que no tenía quién recibiera el parte médico: la madre se había muerto, el padre había viajado a Rivera para el entierro de la madre, la abuela acababa de tener a su bebé y de haber perdido a una hija al mismo tiempo, tampoco estaba. Desde Salto, esos días se informaba sobre la salud de la recién nacida por teléfono.
Ahora tiene dos meses y espera en el Hospital de Rivera para que alguien pueda abrazarla en serio. Que alguien, el padre, el Estado, quien sea, la rescate de todo este caos del mundo al que recién la acaban de traer.
*Los nombres de las niñas y adolescentes que aparecen en esta nota son ficticios. El de los denunciados y otros datos sobre ellos son los que aparecen en expedientes fiscales, en denuncias internas del INAU, y en documentos de Escuelas Disfrutables.