Estilo de vida > A 46 años de la tragedia

"Del otro lado de la montaña", la historia de los que no volvieron de Los Andes

El libro de María del Carmen Perrier Pérez del Castillo narra, por primera vez, la historia de los que no sobrevivieron al accidente de 1972 y la de sus familias
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25 de octubre de 2018 a las 05:02

La fecha –13 de octubre de 1972– pesa sobre la memoria de una treintena de familias; refugiadas en el silencio, guardaron durante 46 años el dolor que les trajo la pérdida de un hijo, hermano, nieto, sobrino. La historia es conocida y reproducida en Uruguay y en el mundo interminables veces y es a grandísimos rasgos la siguiente: el equipo de rugby Old Christians se dirigía en un vuelo hacia Santiago de Chile cuando el avión en el que viajaban se estrelló en un risco de la cordillera de los Andes, en la provincia de Mendoza, Argentina. Pasaron 72 días hasta que encontraron a 16 sobrevivientes. Eran, en total, 45 pasajeros. 

Más allá de la repetición y de los libros y las películas y la idea de que se supo todo sobre el accidente de los Andes, hay voces que siempre se mantuvieron calladas. En ese sentido, el recientemente publicado Del otro lado de la montaña ($490, Penguin Random House) intenta zurcir –a través del relato de los que no hablaron durante décadas– un dolor implacable. Un libro que amplía a 360° el horizonte de esta tragedia y cuenta quiénes eran esos jóvenes que no volvieron, qué significaban para sus familias, cómo fue el proceso de búsqueda y cómo un torrente de esperanza se tradujo en un vacío existencial al momento de ver que, en la lista de sobrevivientes, sus nombres no estaban. A su vez, Del otro lado de la montaña homenajea a las otras sobrevivientes de Los Andes: las madres que tras esta pérdida enorme renacieron de las cenizas, se unieron en su dolor y fundaron la biblioteca Nuestros Hijos.

La autora de "Del otro lado de la montaña", María del Carmen Perrier Pérez del Castillo

María del Carmen Perrier Pérez del Castillo no conoció a su tío y tampoco conoció mucho sobre su muerte hasta el momento en que su necesidad de saber y la necesidad de contar de su tía Claudia Pérez del Castillo se ensamblaron en la creación de este libro. El dolor se transformó en silencio para su familia; los detalles que quedaron en la superficie del público conocimiento ella los leyó –obligada– en el libro ¡Viven!, cuando iba al colegio Stella Maris; y de la historia de Marcelo Pérez del Castillo –que también es suya– se apropió recién ahora.

Pasaron 46 años para que los familiares de quienes no volvieron de Los Andes dieran a conocer su historia. ¿A qué se debe ese silencio sostenido en el tiempo?

Creo que, en el momento del accidente, había otra manera de pensar y la gente no procesaba este tipo de situaciones hablando. La costumbre era más bien mantenerse en silencio y eso iba a pasar eventualmente. Siento, también, que fue muy fuerte y los que sintieron que este era el momento justo para hablar quizás tenían que esperar a procesarlo internamente a su ritmo. Creo que por eso se dio 45 años después. También pasó que alguien les preguntó: "¿Cómo te sentiste?, ¿A ti qué te pasó?, ¿Cómo fue?". Y capaz nadie les había preguntado eso, tal vez, sí. Pero lo hicieron cuando eran muy chicas; con la mayoría de las que hablé son las hermanas (de los que viajaban en el avión y murieron en el accidente) y eran adolescentes de 15 y 18 años. Algunas dicen que en ese momento querían hablar pero en su familia quizás no se daba ese espacio. Después pasó el tiempo y las cosas quedaron como en su momento se pautaron. Me decían: "Durante años entendí que la mejor manera de pasar esto era no decir nada"; cuando se abrieron se dieron cuenta de que compartiendo la historia ayudaban a sanar alguna herida. Una de las personas que entrevisté me dijo: "Creo que si me llamabas un día antes te decía que no". Eso me dio a entender que era el momento justo para escribir esto. Es toda el agua que pasó debajo del puente que les permite hablar y abrirse así, había mucho miedo de enfrentar sentimientos tan fuertes.

Ese miedo, en parte, se refleja en el libro en detalles como que las niñas y mujeres jóvenes no solían asistir a los velorios.

Sí. Las hermanas de los que no volvieron, en aquel momento, se vieron relegadas de un montón de cosas que sentían y que necesitaban hacer, ya fuera hablar, acompañar a sus padres, hacer preguntas. Cuando empezamos a escribir esto pensamos de qué manera compartirlo porque es un tema súper delicado. Decidimos usar la primera voz de mi tía (también hermana) para que el lector empatizara lo máximo posible con lo que ellas habían vivido. En mi generación, tenemos una teoría mucho más abierta de cómo procesar las cosas, para empezar, entendemos que hablar ayuda. Pero cuando te posicionás en 1972 notás que esto se vivió de una manera mucho más pesada de la que se contó.

Equipo formado en 1971 en un partido contra Old Boys

De alguna forma la tragedia reconfiguró roles de mujeres que perdieron a sus hijos

El hecho de que esas madres fueran las que tuvieran, después, la iniciativa de crear la obra social de la biblioteca Nuestros Hijos muestra los roles que cumplieron y con los que hoy quizás no nos sentimos tan identificados pero, en su momento, fueron revolucionarios. En el libro quería dejar marcado cómo la valentía se muestra a través del tiempo. Tengo una admiración absoluta por ellas, porque en ese momento lo que les decían en la casa era "Del tema no se habla más, nuestro hijo no va a volver, las cosas siguen como antes y se acabó". Pero ellas sentían la necesidad de hablar y entre ellas dijeron: "¿Cómo hacemos para superar esto?", porque en silencio, evidentemente, no se puede. Entonces se juntaban, hablaban del accidente y se desahogaban. Se empezaron a hacer amigas y se unieron por el dolor. Todo eso se transformó en una obra que –además de ayudar a los demás– las ayudó a ellas a sublimar el dolor. Hablando hoy con sus hijas –que en ese momento dudaban de lo que fueran a emprender ahí sus madres– reconocen la inspiración en esa generación y las ven a ellas como ejemplo de mujeres valientes y de cómo encarar la vida; ellas desafiaron todo.

Daniel Maspons junto a su familia en la playa

Las historias sobre lo que sucedió en los Andes siempre hacen hincapié en el accidente y el hecho puntual. Sin embargo, Del otro lado de la montaña asegura que la historia de estos jóvenes empezó mucho antes del accidente y siguió después. 

Creo por eso a las familias que contactamos les interesó el proyecto. Esto es un homenaje a los que no volvieron y a las madres que tuvieron esa iniciativa. Cuando vos les preguntás, "¿Quiénes eran?" comprendés la importancia de lo que viene después. Eran chicos vitales para sus familias, súper estudiosos, comprometidos con la política del país, con valores espectaculares de compañerismo y de amistad. Al entender quiénes eran ellos, lo que significó la biblioteca, lo que fue el proceso de búsqueda, entendés la pérdida y por qué fue tan dolorosa. En el libro se reconstruye el momento en el que estaban relatando la lista de los sobrevivientes y hubo quienes no escucharon el nombre que esperaban. Ahí está el corazón del libro.

Fernando Vázquez Nebel y su padre, Franco Vázquez Praderi

¿Cuáles fueron los relatos sobre la tragedia que le llegaron desde su familia?

En mi casa no se hablaba casi de eso, empecé a conocer mucho más a mi tío por este libro. Yo también fui al Christian, entonces era un tema que se tocaba en algún evento. Recuerdo perfecto el día que estaba en el colegio y nos dijeron que el libro obligatorio era ¡Viven1, fue muy duro. Tenía esa necesidad de conocer, pero a la vez me daba mucho miedo, yo sabía que a mi madre le iba a doler que yo le contara que lo había leído. Me acuerdo también de estar viendo la película en clase y emocionarme. Y al ver al lado a un amigo mío –sobrino de Arturo Nogueira–  pensaba: ¿Será que a él le pasa igual?", pero no se lo pregunté.

Una vez iba en el auto con mamá y le dije: ‘Vamos a tener una charla, ¿qué era Marcelo para ti?", y me dijo: "¿Viste como sos tú con tus hermanos? Bueno, yo era igual con él". Mis hermanos son lo más importante del mundo, no hago nada sin ellos. Ahí entendí enseguida que lo que le pasó fue terrible.

Jugada de Marcelo Pérez de Castillo en un partido contra el Polo Club

En cuanto mi tía me dijo: ‘Es hora de contarlo", fue la hora para mí también. A mí y mis primos esto nos regaló un tío nuevo y también quiero que les pase a las otras familias. Porque hacía falta que estuvieran más presentes, que supiéramos quiénes eran.

Buena parte del prólogo proyecta la imagen de la mirada de su abuela. ¿Qué rol cumplió ella?

Absolutamente todos. Yo crecí con una abuela presente, que fue ejemplo de todo, de la unión familiar y de fortaleza. Cuando fui creciendo yo sabía lo que le había pasado pero no medía lo que eso le había hecho internamente. Ahora entendí más. Que esta mujer me haya dado la mejor niñez del mundo, es increíble. A ella le debo un montón. Ella, junto con todas las otras madres, fueron personajes cruciales para sus familias, con un interior muy rico. Dieron tanto a pesar de que les pasó lo peor del mundo, que es perder a un hijo.

Ricardo Echavarren en la aduana argentino-chilena en enero de 1973

Son, de alguna manera, las otras sobrevivientes de Los Andes.

Totalmente, son sobrevivientes de su dolor. Se juntaron, fundaron una obra social espectacular que ya lleva 45 años funcionando y dejaron un legado invaluable.

Perder a un ser querido, rompe y construye distintas fibras dentro de una familia. ¿Luego de hacer Del otro lado de la montaña, de qué manera cree que la pérdida de Marcelo marcó a su familia y el resto de las pérdidas a las otras?

En mi familia los que hablaron en el proceso de construcción del libro, por primera vez, se entendieron entre ellos y se dijeron cosas como "Necesitabas mi ayuda" o "Yo no estaba tanto ahí como tú habrías querido". En mí generación, como sobrinos de Marcelo, sentimos que lo volvimos a conocer. Escribiendo el primer capítulo, conocí de nuevo a mi tío, me lo gané. Y que mi hermano me diga "Ahora siento que Marcelo es mucho más nuestro" es un regalo.

Marcelo Pérez de Castillo durante un partido de rugby en 1971

Me llegó un video de Selva Ibarburu (madre de Felipe Maquirriain) –que es una de las socias que fundó la biblioteca– diciéndome: “Gracias por acordarte de nosotros”. También muchas de las hermanas que entrevisté me agradecían en nombre de la familia por recordarlos. Son familias para las que cada octubre es muy pesado y difícil de sobrellevar. Y ahora este libro –donde pudieron expresar todo lo que pasaron–, creo que los ayudó. Como escritora del libro, no puedo pedir más. No me imagino qué puedo hacer en el futuro que sea tan importante para mí como esto.

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