Carlos Pazos/Archivo

¿El centro hacia la izquierda o la izquierda hacia el centro?

No es una pregunta fácil de responder, pero la experiencia de la propia izquierda sugiere que algo de razón habita en ambas alternativas

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20 de marzo de 2021 a las 05:00

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Hace 15 años, cuando comenzaba la Era Progresista, uno de los desafíos estratégicos más difíciles de resolver para los dirigentes del Partido Nacional y el Partido Colorado fue el de cómo hacer oposición de un gobierno que estaba siendo más centrista de lo previsto. En efecto, la alianza entre Tabaré Vázquez y Danilo Astori, hacia comienzos de 2006, ya había demostrado ser mucho más que una táctica de ocasión para conquistar la mayoría y ganar la elección nacional. Astori, para sorpresa, también, de la mayoría de los frenteamplistas, se había convertido en el primer ministro del primer gobierno nacional del Frente Amplio (FA).

Algo similar le viene ocurriendo al FA, desde el año pasado, es decir, desde que el mandato ciudadano lo colocó en el papel de oposición. Los frenteamplistas esperaban un gobierno crudamente “neoliberal”. Se encontraron con un elenco que, sin renunciar a sus convicciones liberales y a las promesas de austeridad realizadas durante la campaña electoral, reacciona con sensibilidad ante la agudización de los problemas sociales (crecimiento de tasas de desempleo, pobreza, indigencia) desatada por la pandemia.

Así como sería incorrecto definir el primer gobierno de Vázquez como un gobierno de izquierda, a secas, es incorrecto definir el gobierno de Lacalle Pou como de derecha, puro y duro. A lo sumo centro-izquierda el primero; a lo sumo centro-derecha el segundo. Socialdemócrata light uno; moderadamente liberal el otro. El FA padece ahora el enigma estratégico que mortificó hace 15 años a blancos y colorados. Le cuesta dar en la tecla, encontrar los temas y los tonos para elaborar un discurso opositor apropiado a las circunstancias.

Desde el 1° de marzo, el FA optó por cuestionar la nueva política del Ministerio del Interior. No le fue bien: los delitos bajaron sensiblemente y Jorge Larrañaga viene demostrando no estar dispuesto a permitir el abuso policial. Desde el estallido de la pandemia, el FA cuestiona la política de “libertad responsable”. Tampoco le ha ido bien. El gobierno logró dilatar la primera ola de contagios hasta diciembre, y atenuarla en pleno verano, contra los pronósticos de la oposición. Desde luego, falta saber cómo termina la película: quedan dos o tres meses complicadísimos hasta que la vacunación empiece a hacer efecto. El FA insistió también en la propuesta de un ingreso básico orientado a los hogares más pobres. Es un reclamo perfectamente legítimo desde la perspectiva de un partido de izquierda. Tan legítimo como la preferencia del gobierno por apelar a combatir la pobreza reactivando la economía y generando empleo genuino. Para colmo de males, desde la perspectiva de la oposición, la coalición funciona sin fricciones mayores, y el presidente mostró cualidades llamativas como jefe de gobierno.

Ante este panorama, se vislumbran en la izquierda cada vez más nítidamente dos orientaciones estratégicas diferentes. Los que la vienen conceptualizando con más claridad son, para mi gusto, los dirigentes del Partido Socialista. Una alternativa es desplazar la izquierda hacia el centro. La otra es desplazar el centro hacia la izquierda. José Díaz, dirigente histórico y “padrino” de la nueva dirección que encabeza el diputado Gonzalo Civila, se refirió a este tema en los términos siguientes: “Alguna vez (…) dije que habíamos tenido un gobierno que había sido elegido por la izquierda pero que había gobernado por el centro. (…). De traer el centro a la izquierda, la izquierda se había corrido al centro. Esa es mi teoría, y sigo pensando eso. Nos corrimos al centro, e hicimos muy poco por ganar al centro hacia la izquierda. Y así nos fue: finalmente el centro no nos votó en el año 2019, y nos quedamos sin ese respaldo y perdimos”.

Una forma sencilla de explicar la diferencia entre estas dos orientaciones estratégicas es repasar las discusiones dentro de la izquierda sobre política de seguridad. Desplazar la izquierda hacia el centro es sintonizar con la demanda ciudadana de “mano dura”, tal como en algún momento, sorteando todo tipo de restricciones internas, intentó hacer Eduardo Bonomi desde su cargo ministerial. Desplazar el centro hacia la izquierda, en cambio, es enfrentar el “sentido común”, salir al cruce de la opinión pública argumentando que la “mano dura” no solamente es injusta sino inútil.

El proceso de autocrítica que, muy tibiamente, viene transitando el FA deberá detenerse con mucho cuidado en esta cuestión. ¿La izquierda hacia el centro o el centro hacia la izquierda? Por cierto, no es una pregunta fácil de responder. Pero la experiencia de la propia izquierda sugiere que algo de razón habita en ambas alternativas. A partir de la creación del Encuentro Progresista en 1994, el FA transitó por los dos caminos a la vez. En parte intentó mover el centro hacia la izquierda: en pleno apogeo del liberalismo económico (convertido en “sentido común”), insistió en que era posible “otra política económica”. En parte se movió hacia el centro: poco a poco, congreso tras congreso, fue abandonando las propuestas de cambio más radicales de su viejo programa de 1971.

En su momento, Tabaré Vázquez y Danilo Astori, que competían entre sí por la sucesión de Líber Seregni, enfrentaron ese dilema, y ofrecieron respuestas distintas que terminaron siendo complementarias. Con el auxilio de José Mujica, en apenas diez años (1994-2004) lograron convertir al EP-FA en mayoría absoluta. El tiempo dirá si la nueva generación de líderes frenteamplistas logra resolver exitosamente el mismo enigma estratégico.

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