Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

¿Por qué mueven las manos los directores de coro?

La historia de una profesión que nació dos veces
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14 de octubre de 2014 a las 00:00

En el Antiguo Testamento ya se hablaba de ellos y tuvieron su auge en la antigua Grecia. Con esos datos sólidos arrancados de la wikipedia, Clara llegó hasta la Escuela Experimental de Coros para convertirse en unos de esos personajes que, de tanto aplaudir al viento, siempre le habían llamado la atención. Era lo más parecido a la magia: mover las manos y lograr que brotaran canciones.

Para ella, los directores de coro cumplían un rol que nunca había llegado a entender. ¿Con qué criterio movían las manos? ¿en qué cosas se fijan aquellos que los miran fijamente cuándo cantan? Fueron esas algunas de las primeras preguntas que le hizo al director de la Escuela Experimental. Las respuestas fueron evasivas pero, a los pocos meses, Clara estaba dirigiendo. Es decir, movía las manos como le habían indicado y el coro cantaba como estaba previsto.

Hasta que una noche, un sueño le advirtió del artificio en el que se había metido. Apenas cerró los ojos y se hundió en ese otro mundo que nos regala otras vidas, apareció un hombre desaforado con un enorme anillo.

Clara supo, de la forma en que se saben las cosas en los sueños, que ese hombre era el diablo. Y el diablo, medio reo, recostado en una esquina de un barrio cualquiera le habló:

-Yo no sé si usted sabe, pero la creación de las cosas en este mundo nos la hemos repartido con Dios. La música fue la única cosa que nació sola. Le garanto que nos sorprendió. Para ejecutarla, Dios creó la boca y yo elegí las manos. Pero, si le digo la verdad, las manos sirven más que nada para acariciar o golpear. Yo que usted averiguo.

Clara le respondió como pudo, acaso evocando lo leído en algún libro.

-Lo desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto; pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular el deseo y la alucinación. Y yo quiero conocer aunque me quede seca.

-De cualquier manera, vaya a saber si usted se acuerda de este sueño cuando se despierte, le advirtiò el hombre.

-Cuando nos olvidamos es que hemos perdido, sin duda alguna, menos memoria que deseo. Y yo deseo saber, dijo Clara.

Apenas se despertó también se le despertó la sospecha. Y cuando tuvo la primera oportunidad de estar parada frente a un coro, Claro comenzó a mover las manos de cualquier forma, sin ninguna coherencia, rompiendo con todo lo que le habían enseñado. Pero el coro siguió cantando de la misma manera, sin fisuras, como si nada raro hubiera salido de sus manos.

Por fin consiguió la confesión del director de la Escuela Experimental: los directores de coro eran un fraude creado en Grecia muchos siglos atrás. Los primeros coros griegos cantaban solos, con la única necesidad de una persona que les indicaba cuándo tenían que empezar a usar las voces y que luego se retiraba de escena.
Un día se consideró que aquel que daba el primer tono se merecía un rol un poco más protagónico. Y se le permitió que permaneciera al frente del coro durante todo el espectáculo moviendo las manos como si estuviera indicando lo que los coristas ya sabían cómo y cuándo cantar.

Clara recibió toda esa información como un golpe increíble. Sus sueños se convirtieron en pesadillas. En una de ellas, su abuela, sentada en una silla verde limón, ya no le cantaba aquella canción de amor y de piedad, y apretaba las manos contra la falda.
Por eso, en la primera oportunidad en la que le tocó estar de espaldas al público, Clara decidió ponerle punto final a la mentira.
En mitad del espectáculo bajo los brazos para que todos vieran cómo el coro seguía cantando afinadamente y a tiempo.
Pero el coro empezó a desinflarse, las voces se mezclaban, aquel barítono se chocaba con esa soprano, y este tenor pisaba la voz de aquel contralto. Hasta que todos se callaron.

Y Clara, como si la Historia empezara de nuevo, levantó los brazos, movió las manos y todas las voces volvieron a su lugar. Esa noche nació lo que se creía una antigua profesión. Clara lo sabía y con eso bastaba. Aquella ficción de la antigua Grecia se fue desdibujando hasta hacerse borrón y Clara fue cuenta nueva.

Y cuando en la última hora las voces empezaron a apagarse, Clara pudo soñar con un Dios y un diablo cotidianos; y pudo soñar con la abuela sentada en su silla verde limón. Clara le estiró las manos, la abuela las miró y, esta vez para siempre, se puso a cantar aquella canción de amor y de piedad.

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