Las celebraciones, los cumpleaños, los días de difuntos, las conmemoraciones son como mojones en el calendario que, aunque uno quiera eludirlos, se terminan imponiendo y revelando mucho acerca de la sensibilidad de las personas. Lo mismo pasa con el Día Internacional de la Mujer. En él, y cada cual a su modo, se despachan la mayoría de los hombres y las mujeres con comentarios celebratorios, hirientes, melosos, previsibles, incalificables.
Entre la reacción de las mujeres, expuestas en tarjetas, mails y comentarios en las redes sociales, hacen punta dos grupos: aquellas que se empalagan y empalagan con cosas tales como “Feliz Día a todas las luchadoras que día a día…” o con “el Día de la mujer son todos los días”; y aquellas que, en la otra punta, protestan con cosas como “Feliz día las pelotas!”. Las primeras son mayormente adeptas a la repostería o a la militancia por más derechos para las mujeres. Las segundas no admiten días especiales porque son radicales en eso de la igualdad de sexo, tanto que para reivindicarla aluden a una parte del cuerpo hasta ahora exclusiva del hombre.
Entre los hombres están aquellos que saludan a las damas con un “!Feliz día! Benditas ellas que nos dieron la vida…” o con “Un saludo para esas rosas que…” y así todo.
Hay noticias desalentadoras: aquel grupo de mujeres y este grupo de hombres representan más o menos el 70% del universo humano de este condado y sus alrededores.
Hay otro sector misterioso que es el de los desinformados. Aquellos que no saben que se festeja el Día de la mujer y por tanto es imposible saber cuál sería su reacción si uno les diera la noticia. Les puede importar un comino o pueden salir corriendo a comprarle flores a la madre o bombones a la novia. Son imprevisibles, son los “no sabe no contesta” de las encuestas políticas.
A los que parece propicio seguir son a aquellos hombres que no pueden concebir su vida sin la presencia de las mujeres, y a aquellas que se saben tan o más mujeres que ninguna y que, pese a esas certezas, son capaces de evitar todo comentario nada más que para no contaminar aún más el aire ante tanto saludo vano.
A ese grupo aspiraba yo pertenecer hasta que, como tantas veces, el mediocre que llevamos adentro me sugirió “dale, decí algo…” y terminé escribiendo esta insolvente crónica.
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