Opinión > OPINIÓN / GUILLERMO FOSSATI

¿Qué hacer con la inseguridad pública?

Pese a contar con el presupuesto más alto de la historia en seguridad, la inseguridad es mayor
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04 de junio de 2018 a las 05:00

Pese a contar con el presupuesto más alto de la historia en seguridad, los barrios seguros de ayer hoy son inseguros y los barrios inseguros de ayer hoy son más inseguros. No sirve la autocomplacencia diciendo que otros países están peor. Además, así como van las cosas, alta chance de mayor inseguridad. Tenemos, y van ganando terreno, nuevas formas de criminalidad, presencia de organizaciones y bandas delictivas y una preocupante instalación de la narcoviolencia, bandas de crimen organizado reclutando menores de edad para que actúen como sicarios.

En la población carcelaria la adicción a las drogas es elevadísima. Hay una relación recíproca y secuencial entre el uso y abuso de drogas y la delincuencia. Siguen cursos paralelos a lo largo del tiempo. Algunos de los mismos factores que colocan a una persona en riesgo de caer en la criminalidad también colocan a la persona en riesgo de tener problemas con el consumo de drogas. Si bien esto no implica una relación causal, la presencia de una de las conductas aumenta la chance de que se presente la otra conducta. Al respecto, cabe preguntarse, ¿Por qué no se lleva a cabo una represión implacable a los proveedores de drogas? Si las "bocas de venta" son fácilmente identificables, ¿por qué no se actúa? ¿Qué lo dificulta?

La inseguridad ciudadana viene dada por causas múltiples y estructurales. Algunas de difícil reversibilidad si no se interviene en tiempo y forma. Se necesitan medidas distintas y con propósitos diferentes. De aquí que lo intersectorial sea ineludible. Medidas destinadas a impedir que el delito se produzca. Medidas destinadas a evitar que el delito vuelva a producirse. Medidas para la rehabilitación del preso y planes para aumentar sus probabilidades de reinserción en la sociedad, con el consecuente descenso de la reincidencia. Preocupa mucho la extendida convicción de que las cárceles en lugar de ser reeducativas son escuelas de perfeccionamiento en el delito.

Los factores de riesgo existen. Factores de riesgo como: a) Historia de la conducta: conductas antisociales continuadas y de comienzo temprano, consumo de drogas, falta de metas, deserción escolar, etc. b) Malas juntas: asociación con amigos con propensión al delito y claros desvíos en sus conductas; c) Entorno familiar: La sociedad funciona confiando la socialización de los hijos a sus padres, y si los padres son incompetentes o no están socializados, los hijos pueden crecer incorporando tendencias antisociales. No son pocos los delincuentes que crecieron y llevaron un curso de vida en el período de la niñez y la adolescencia que contradice mucho de lo que desde la psicología valoramos como importante para el logro de un sano desarrollo del ser humano como sujeto social. Muchos casos de desvíos en la conducta individual tienen en sus bases la conducta de otros (un padre, una madre, un entorno, etc.). Conductas delictivas convalidadas por el entorno social y el ambiente doméstico en el que se vive y funciona. Hay que concebir medidas de intervención efectivas, bien pensadas y fundamentadas, frente a las ausencias o fallas familiares. d) Relaciones interpersonales: indiferencia generalizada a la opinión de los demás, vínculos afectivos débiles, ausencia o insuficiencia de conductas pro-sociales (capacidad para ponerse empáticamente en el lugar de los otros, etc.). La empatía y la culpa, dos capacidades emocionales centrales en el proceso de socialización, se tienen que aprender; e) Actitudes, valores: rechazo a la validez de las normas y las reglas en general, transgresión de las normas sociales, despreocupación por su futuro ocupacional, etc.; f) Temperamento: agresivo, impulsivo, etc.

Desde el momento que podemos, con mayor o menor efectividad, actuar sobre varios de estos factores, se constituyen en nuestras variables manipulables fundamentales. Siempre resulta prioritaria la acción preventiva. Hay que hacer lo necesario para disminuir la incidencia de sociópatas en nuestra sociedad. Cabe lamentar que muchos de los que crecieron sin incorporar hábitos y pautas de conducta en conformidad con las reglas y expectativas de la sociedad y desarrollaron predisposición a delinquir, no hayan sido tratados oportunamente; se habría podido evitar fracasos personales y problemas para la sociedad. Lo que no se hace a tiempo, se lamenta y paga después.

Si bien no todos balancean beneficios y costos ni toman decisiones racionales, en general la forma en que las personas se comportan se explica en mucho por las señales que se crean y los mensajes que se transmiten en la sociedad en la que viven y funcionan. Salvo excepciones, la conducta se mantiene o no según sus consecuencias. En este sentido, la probabilidad de ser atrapado, la severidad de la sanción una vez atrapado, y un estricto cumplimiento de las penas, se imponen para combatir la delincuencia. Parte importante de los resultados que se buscan vendrá seguramente dado por mayor efectividad y eficiencia penal-represiva de la Policía y la Justicia Penal.

El costo de cometer un crimen viene dado por la probabilidad de ser atrapado y por la severidad de la sanción una vez atrapado; el riesgo de ir preso y permanecer preso. Dicho de otra manera, una disminución en los costos de cometer delitos podría provocar un incremento de la conducta delictiva. Al respecto, la Ley de Humanización de Cárceles (Nº 19.897) buscó descongestionar el sistema carcelario. Para lograrlo se otorgaron libertades anticipadas para los encarcelados por los delitos de menor gravedad que se encontraban privados de libertad al 1º de marzo de 2005 y se procedió a una reducción generalizada de las condenas. El resultado de esta ley, en lo que a delitos refiere, fue un aumento estadísticamente significativo sobre el nivel de crimen (hurtos y rapiñas).

Queda implícito que el castigo debe ser acorde con el delito; es decir, consecuencias y sanciones más severas para los delitos más graves (crímenes sexuales, homicidios, etc.). Un capítulo especial pueden merecer los más peligrosos; aquellos que no pueden experimentar el autocastigo a través de la culpa, que muestran una clara falta de empatía, indiferentes del daño que ocasionan a otros, incapaces para sentir remordimientos, impertérritos a la amenaza punitiva (no parecen tener miedo al castigo), refractarios al cambio, y hasta capaces de exhibir con orgullo y sin culpa su violencia.

Estamos ante una realidad que no merece especulaciones político partidarias. Merece un elevado debate de ideas y una sana y abierta confrontación de visiones y argumentos. Merece además objetividad científica. Trasciende los patrones de pensamiento de derecha e izquierda. La gente reclama un gobierno que se haga cargo, sin con esto justificar cualquier reacción social y cualquier acción preventiva y represiva. No hay soluciones mágicas pero hay que actuar con determinación haciendo lo que hay que hacer.

Estamos viendo que lo que no se pudo hacer por la vía legislativa (la democracia representativa), cosa que da para pensar, se busca ahora lograr juntando firmas para poner a consideración de la ciudadanía una propuesta de reforma constitucional a través del plebiscito. Es una reacción entendible ante la frustración por la falta de resultados y la muy extendida sensación de indefensión en los ciudadanos. Es, si se quiere, dar voz a los ciudadanos. La gente que firme estará seguramente diciendo, una vez más, que quiere un cambio en seguridad.

Ciertamente la urgencia y gravedad del problema, exige actuar ahora. Responsabilidad del gobierno. Un tema central en la agenda política de hoy. No cabe la autocomplacencia diciendo que otros países están peor. Lo que todos queremos son soluciones efectivas en defensa de los intereses generales. Soluciones que se traduzcan en resultados objetivos. No un hablar por hablar.

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